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Primer franquismo

Desarrollo


Cuando Francisco Franco anunció el final de la guerra civil el 1 de abril de 1939, era más poderoso de lo que había sido ningún gobernante en la Historia de España hasta ese momento. Ningún rey había tenido semejante control y capacidad de intervención en un régimen autoritario organizado del siglo XX. Franco y sus ejércitos habían triunfado en una agotadora batalla de casi tres años, que en esencia fue un conflicto civil de revolución-contrarrevolución entre la derecha y la izquierda. Franco había movilizado a casi un millón de hombres y había recibido ayuda -a veces vital- de la Italia fascista y de la Alemania nazi. Su movimiento comenzó en julio de 1936 como una insurrección militar en la que apenas participó la mitad del Ejército regular. Sin embargo, la rebelión del 18 de julio la dirigió el Ejército con el apoyo de carlistas y falangistas, y más adelante de otras fuerzas políticas que se oponían al Frente Popular. La necesidad de tener un comandante supremo hizo que los seguidores de Franco le nombraran Generalísimo en septiembre de 1936. Cuando tomó el poder el 1 de octubre de 1936 también lo hizo como Jefe del Estado del movimiento insurgente; su autoridad no tenía límite. Franco llegó a esta posición por sus méritos profesionales. Se había destacado por su valentía y capacidad de liderazgo en las campañas de Marruecos, tras las cuales se convirtió en el General de brigada más joven de cualquier ejército europeo de la época.

Más adelante fue director de la nueva Academia General Militar en Zaragoza -entre 1928 y 1931- y Jefe del Estado Mayor del Ejército durante un breve periodo bajo la República -1935-1936-. Era más famoso que cualquiera de los demás generales insurrectos. Las ideas políticas y filosóficas de Franco no eran muy diferentes de las del sector más derechista del cuerpo de oficiales del Ejército. Era conservador, católico y nacionalista; creía en una política autoritaria y, en abril de 1931, todavía era un monárquico convencido. También era pragmático en sus actitudes políticas y fue prudente en los primeros años de la República, durante los cuales no sólo recuperó su posición en el ejército, sino que alcanzó la máxima autoridad bajo el Gobierno cedista radical de 1934-1936. Aunque era enemigo de la izquierda, y especialmente de la izquierda revolucionaria, demostró su prudencia y realismo al negarse a iniciar una revuelta militar en los últimos meses antes de que regresara la izquierda al poder en febrero de 1936. Siempre estuvo en contacto con los conspiradores militares, pero Franco fue firme en su decisión de no comprometerse con la rebelión hasta el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936; hecho que hizo que la inminente guerra civil fuera prácticamente inevitable. En otras palabras, Franco se decidió a participar en la revuelta cuando llegó a la conclusión de que era más peligroso no hacerlo. Como monárquico y admirador del carlismo, cuando se convirtió en Jefe del Estado Franco estaba decidido a no repetir lo que él mismo llamó "el error de Primo de Rivera": la incapacidad del primer dictador español para crear una nueva doctrina y un nuevo sistema político.

Franco estaba convencido de que él iba a jugar un papel providencial en la Historia de España y que debía construir una alternativa viable no sólo a la izquierda revolucionaria sino a toda la historia del liberalismo español. Tomó como modelo los nuevos Estados de un solo partido y su candidato principal era la Falange Española; el partido fascista fundado en 1933 e inspirado en gran parte en su equivalente italiano. El 19 de abril de 1937, Franco había unido la Falange con la organización de corte carlista llamada Comunión Tradicionalista, para crear un nuevo grupo llamado Falange Española Tradicionalista. Era la única fuerza política del nuevo Estado y como programa mantuvo los Veintiséis Puntos de la Falange. Durante la guerra, Franco había acabado con otras políticas sin encontrar excesiva oposición por parte de los antiguos líderes de la Falange, de la que se había erigido en jefe nacional. Al principio su política fue algo ecléctica, pero durante la segunda mitad de la Guerra Civil se fue inclinando hacia el modelo fascista italiano para su nuevo Estado, con la diferencia de que Mussolini gobernaba bajo el reinado de Vittorio Emanuele, que era el Jefe del Estado, y Franco tenía todos los poderes en sus manos. Otras fuerzas políticas, como los monárquicos alfonsinos que predicaban la instauración de una nueva monarquía corporativa autoritaria y los antiguos miembros del partido católico, CEDA, se quedaron al margen o se hicieron miembros circunstanciales de la FET, que contaba con 650.

000 afiliados hacia el final de la guerra, lo que la convertía en la organización política más numerosa de la Historia de España. El nuevo régimen de Franco era el más centralizado que había habido en el país. Sólo las provincias de Navarra y Álava, que habían abjurado del nacionalismo vasco y habían apoyado enormemente al Ejército Nacional, mantuvieron cierto grado de autonomía en su administración provincial. En Cataluña, que se mantuvo republicana hasta casi el final de la guerra, una fuerza especial de ocupación mantuvo el poder desde el 26 de enero hasta el 1 de agosto de 1939. Se prohibió el uso del catalán y del eusquera en publicaciones, en juzgados e incluso en servicios religiosos, y durante los años siguientes enormes carteles instarían a la población a "hablar el idioma del Imperio". El repentino crecimiento del entramado estatal hizo necesario el empleo rápido de personas con escasa formación, lo que trajo como consecuencia altos niveles de incompetencia y, quizá, fomentó la corrupción que invadió la administración en el primer año de paz. Por un decreto del 25 de agosto de 1939 se adjudicó la mayor parte del empleo público a los seguidores más directos de Franco; en el se estipulaba que el 80 por ciento de los puestos estatales estaban reservados para veteranos del Ejército Nacional, civiles que habían hecho sacrificios especiales para la causa, prisioneros de los Republicanos y parientes de las víctimas del "terror rojo".

En 1939 dominaba el estilo fascista con las invocaciones rituales de "Franco, Franco, Franco" (a imitación del italiano "Duce, Duce, Duce"). Se pintó el nombre del caudillo en las paredes de los edificios públicos de toda España, se colocó su fotografía en las oficinas públicas y su efigie en sellos y monedas. Las primeras celebraciones de la victoria llegaron a su punto culminante el 19 de mayo en Madrid, con un deslumbrante desfile, que se convirtió en una especie de apoteosis de aclamación popular a Franco. Los líderes del nuevo Estado español creían que el orden europeo estaría compuesto por regímenes orgánicos autoritarios y, durante los primeros cuatro años después de la Guerra Civil, Franco gobernó el país como si fuera un ejército, por leyes de prerrogativa. Se promulgó una nueva Ley de la Jefatura del Estado el 9 de agosto de 1939 para ampliar sus poderes. Se declaraba que Franco tendría permanentemente las funciones de gobierno y que cuando razones de urgencia así lo aconsejen, no sería necesario que sometiera nuevas leyes o decretos a su gabinete. Aunque la sociedad española y las instituciones de la posguerra no eran estructuralmente totalitarias en términos de un control completo y directo sobre la gobernabilidad, el sistema era una dictadura más personal que las de la Alemania nazi o la de la Unión Soviética. Franco reorganizó su gabinete el 8 de agosto de 1939. Sólo mantuvo al Ministro de la Gobernación -su cuñado, Ramón Serrano Suñer, en quien confiaba más que nadie- y su Ministro de Obras Públicas, Alfonso Pena Boeuf.

Los cambios más destacados tuvieron que ver con la Falange y las Fuerzas Armadas. Frente al anterior gabinete en el que sólo había dos falangistas, en éste había cinco de los cuales tres eran militares. Uno de ellos era el Coronel Juan Beigbeder, el nuevo Ministro de Asuntos Exteriores, que había obtenido sus credenciales neofalangistas cuando era Alto Comisario del Protectorado de Marruecos durante la Guerra Civil. Se nombraron ministros diferentes para el Ejército, la Marina y las Fuerzas Aéreas. Aparte de los nombramientos de falangistas y militares, las demás carteras se adjudicaron a monárquicos de indudable lealtad, entre ellos el nuevo Ministro de Justicia carlista, Esteban Bilbao, tenía una tendencia a la retórica púrpura y más adelante se le adjudicaría el mérito de haber acuñado la frase "Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios", que empezó a aparecer en las monedas españolas. La voz popular no tardó en cambiar la frase a "Francisco Franco, Caudillo de España por una gracia de Dios". Obviamente, Franco seguía siendo Presidente del Gobierno y Jefe del Estado. El puesto de Vicepresidente se cambió por una nueva Subsecretaría de la Presidencia, para coordinar el trabajo del Ejecutivo, y se nombró al oficial antifalangista y monárquico Coronel Valentín Galarza, es decir, que había seis militares en el gabinete. Aunque al principio algunos tildaron a este Gobierno de falangista, evidentemente no lo era. El nuevo gabinete representaba el típico balance que haría Franco entre las diversas familias ideológicas del Régimen.

Lo más cercano que había a una concentración del poder era el Ejército, aunque ni siquiera los militares tenían mucho poder corporativo, ya que cada militar nombrado se elegía cuidadosamente según su personalidad, lealtad e identidad política -o carencia de ella- para un puesto esencialmente individual. Durante toda la primera fase del Régimen hasta 1945, el personal militar acaparó un 45,9 por ciento de los nombramientos ministeriales y un 36,8 por ciento de todos los puestos más altos del Gobierno (según Jerez Mir), concentrados sobre todo en el ministerio de las Fuerzas Armadas y el de la Gobernación. Los falangistas tendrían un 37,9 por ciento de los nombramientos y sólo un 30,3 por ciento de los puestos más altos de aquellos años, concentrados sobre todo en la administración de la FET, en el ministerio de Trabajo y el de Agricultura, según un estudio de C. Viver Pi-Sunyer. El nuevo Secretario General de la FET era el General Agustín Muñoz Grandes, un oficial de cierto renombre que se había hecho falangista durante la guerra civil. Ramón Serrano Suñer, además de ser Ministro de la Gobernación, fue Presidente de la nueva Junta Política de la FET. Sin embargo, la influencia falangista quedó diluida incluso en la Junta Política, ya que sólo uno de los nueve miembros era un camisa vieja o miembro de la Falange desde antes de la guerra civil. La situación era muy similar en el nuevo Consejo Nacional de la FET, donde de 100 miembros, sólo había 24 camisas viejas, el mismo número de monárquicos, alrededor de 20 eran oficiales del Ejército y sólo 7 eran carlistas.

El número de miembros de la FET siguió aumentando, hasta alcanzar 932.000 en 1942, el máximo que tuvo en su historia. Para prosperar profesional o económicamente, muchos hombres en edad activa consideraban que era una necesidad hacerse miembro. La FET fue responsable del adoctrinamiento de la población española y, al principio, de la infraestructura política del nuevo sistema, aunque la mayoría de los afiliados era pasiva y raramente se movilizaba. Cuando cientos de camisas viejas se dieron cuenta de que la nueva España no era el sistema sindicalista dinámico y revolucionario que esperaban, abandonaron la participación activa. Se hizo cierto esfuerzo, sin embargo, en las ciudades más grandes, para crear una red de jefes de bloque falangistas a imitación de la Alemania nazi y de la Unión Soviética, pero la estrategia duró poco. En general, la administración de la FET estaba satisfecha con una base militante numerosa pero poco activa. El Régimen le dio mucha importancia a la juventud a la que siempre prestaba especial atención en su propaganda. En 1939 al Sindicato Español Universitario (SEU) se le otorgó el monopolio de la organización estudiantil universitaria, para consternación de los grupos católicos. Por añadidura, el 16 de agosto de 1939 Franco aprobó la formación de una nueva agrupación juvenil, el Frente de Juventudes, pero no empezaría a organizarse hasta el 6 de diciembre de 1940 e, incluso entonces, no se desarrolló del todo. Las actividades más destacadas del Frente de Juventudes eran los campamentos y los deportes. Según sus propias estadísticas, su brazo principal, las Falanges Juveniles de Franco, nunca llegó a movilizar a más del 13 por ciento de los chicos españoles y el 8 por ciento de las jóvenes, entre 7 y 18 años; ni siquiera en su momento culminante entre 1941 y 1942, y este porcentaje no haría más que decaer después.

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