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Arte Español Medieval

Desarrollo


El códice Ms.h.I.15. de la Biblioteca escurialense comprende de hecho cuatro lapidarios o tratados mineralógicos. Es la primera obra astrológica que mandó traducir Alfonso X el Sabio e inauguró por tanto un importantísimo capítulo de su tarea científica. Tarea a la que dedicó gran parte de su vida, ejerciendo unas veces como promotor de las obras y otras como su autor. La tarea alfonsí inauguró en Occidente, aunque siguiendo las huellas de Federico II Staufen, un nuevo período en las relaciones entre la astrología y el arte, como consecuencia de la difusión de unos nuevos conocimientos. Ello, por suponer un avance en la búsqueda de la propia identidad del hombre moderno, tuvo su mejor prolongación en Italia entre los humanistas del Trecento y del Quatrocento. El prólogo del "Primer Lapidario" (hay cuatro lapidarios en el códice) habla de una participación del rey bastante reducida: "Dios quiso que viniese, siendo príncipe, a manos de don Alfonso, que, aconsejado por su físico, el judío Yhuda Mosca el Menor, se lo mandó traducir del árabe al castellano, tarea que realizó con la ayuda del clérigo Garci Pérez". Aunque la traducción se acabó en 1250 (dos años después de la conquista de Sevilla), el códice se empezó a escribir siendo ya rey don Alfonso -es decir, después de 1252-, pues como tal figura en el prólogo. Las dos miniaturas que ilustran este prólogo aparecen en el f.l. La más importante por su tamaño representa a un viejo barbudo, sentado solemnemente en una cátedra, en actitud de adoctrinar -con el dedo índice de la mano derecha enhiesto y un libro abierto- a un apretado grupo de ancianos que, sentados en el suelo al modo islámico, le escuchan atentamente.

Todos ellos tienen aspecto oriental (por el gorro agudo y las barbas) y recuerdan al sabio que aparece en la cantiga 90 (Escorial, Ms.T.I.1) y a los sabios que figuran en el mismo "Lapidario", en la búsqueda y hallazgo de las piedras, y en diversos manuscritos ingleses del siglo XIII, en los que diversas inscripciones los identifican: Euclides y Hermannus, Pitágoras y Sócrates, etcétera. Se trata de la tradición de retrato de autor que existió en la Antigüedad clásica, como sabemos por diversas copias posteriores. Esta iconografía parece corroborar la veracidad de la aserción del prólogo de que éste se tradujo de un original árabe. El viejo sabio que preside desde su cátedra puede ser Aristóteles, que el prólogo del "Lapidario" menciona en primer lugar, ya que de él se cita uno de sus axiomas: "Todas las cosas que están bajo los velos se mueven e se enderezan por el movimiento de los cuerpos celestiales, por la vertud que an/dellos segund lo ordenó Dios que es la primera vertud e donde la an todas las otras" y que demostró que: "Todas las cosas del mundo están como trauadas e reciben uertud unas dotras, las mas uiles de las mas nobles. Et esta uertud paresce e unas mas manifiesta, assi como en las animalias e en las plantas, e en otras mas ascondida e assi como en las piedras e en los metales". El prólogo del primer "Lapidario" cita a Aristóteles, entre otros sabios antiguos, que hizo un libro en el que estudiaba setecientas piedras en sus aspectos descriptivos: color, tamaño y cualidades.

Luego habla del moro Abolays, que encontró un texto en lengua caldea que explicaba sobre las piedras algo más, al decir de dónde recibían sus propiedades: con qué cuerpos celestiales tenían sus atamientos y de quiénes recibían su virtud. Cabe pensar que se trata de Aristóteles, y no de Abolays, porque un dato del "Libro de los Buenos Proverbios" habla de libros antiguos en cuyo comienzo aparece el filósofo sentado en su silla y ante él los otros filósofos sentados y escuchándole. Y señala más adelante que es muy frecuente, en los libros que comprenden razonamientos de muchos sabios, colocar en el comienzo "la figura del sabio que hizo la razón iluminada". Para los seguidores del hermetismo, mundo en el que se elaboró la obra alfonsí, la iluminación es el proceso por el que se capta el conocimiento. Junto a este gran retrato de Aristóteles vemos al rey don Alfonso, en una pequeña letra capital iluminada: en ella asistimos a la entrega del libro traducido por encargo del monarca; es una escena de presentación. Pero el retrato del sabio iluminado, Aristóteles, es un retrato de autor. Un lugar muy destacado en el "Lapidario" es el ocupado por las constelaciones de la Ochava Esfera. Se trata de las 48 figuras celestiales que el griego Ptolomeo sistematizó en su famosa obra, el "Almagesto", que, habiéndose perdido su tradición en Occidente durante la Alta Edad Media, fue trasmitida por los árabes en diversas copias del "Tratado de las Estrellas" del persa Al-Sufi.

Entre los árabes dichas constelaciones sufrieron determinadas modificaciones e incluso cambio de nombres. Paralelamente, los occidentales estudiaban las constelaciones ptolemaicas en versiones poéticas derivadas de manuscritos romanos no científicos. En ellas se agrupaban las constelaciones de un modo caprichoso e incluso algunas cambiaban sus formas. Es típico el caso de Hércules: Ptolomeo lo llamó "Engonasin", que quiere decir el arrodillado; los manuscritos latinos altomedievales lo denominaron Hércules, pues en versiones poéticas identificaron a este personaje, que Ptolomeo describió solamente por su postura, como el héroe de la mitología griega con lo que los miniaturistas lo pintaron con la piel de león de Nemea y la clava. Los árabes, a su vez, introdujeron modificaciones en las imágenes de Ptolomeo. Es muy conocido el caso de Perseo, la undécima constelación septentrional, que los árabes modificaron de manera que pintaron al héroe con una espada en una mano y una cabeza en la otra. La cabeza representada en los manuscritos de tradición latina es la de Medusa o Gorgona, figura femenina cuyos cabellos son serpientes y tiene un aspecto monstruoso. Los árabes pusieron en su mano la cabeza de un monstruo y llamaron al personaje de la constelación el portador de la cabeza del monstruo, "hamil ras algul", que se ha traducido como portador de la cabeza del Diablo. Esto ha sido interpretado por Fritz Saxl y Erwin Panofsky, que ejemplificaron el método de Aby Warburg y en el que, sin duda, no pudieron leer el texto de todos ellos, dada la amplitud de manuscritos estudiados.

Estimaron que era pura ignorancia, por parte de los árabes, de la mitología. En mi opinión, basada en el único texto de Al-Sufi que conozco (la antigua edición de H.C.F.C. Schjellerup), a la constelación se la llama también Perseo. No parece haber, por tanto, razones para pensar que los árabes, transmisores de la ciencia de la Antigüedad a Occidente, ignoraran la mitología clásica. Resulta más lógico pensar que, debido a sus creencias religiosas, no les interesaba en absoluto relacionar a las constelaciones con las figuras de la mitología pagana. Habrá que realizar un estudio comparativo de los manuscritos de Al-Sufi, entre ellos, el de Oxford, el de la Biblioteca Vaticana, atribuido al norte de África, y los tratados astrológicos de Albumasar (originales árabes y copias occidentales) con el Ptolomeo para llegar a conclusiones definitivas sobre la aportación árabe a las tradiciones astrológicas de la Antigüedad clásica. En todo caso, las constelaciones alfonsíes del "Primer Lapidario" no son una copia directa ni de los manuscritos de Al-Sufi ni del códice, llamado erróneamente "Sufi Latinus" (París, Bibl. del Arsenal, Ms.lat.1.036) que parece ser el germen de las "Tablas Alfonsíes", cuya pervivencia, en una serie de manuscritos durante los siglos XIII a XVI, en ambientes cortesanos y gibelinos, enlaza e incluso se superpone con las "Tablas Alfonsinas" impresas que ya he mencionado. En el "Primer Lapidario", las constelaciones no son meras copias de las imágenes islámicas, porque Alfonso X con un espíritu protohumanista quiso hacer una síntesis entre los saberes tomados directamente de las fuentes clásicas y los procedentes del Islam.

Así la constelación Delfín presenta enormes diferencias con las de otros manuscritos de Oxford (Bodleian Library, Ms.Marsh.144) y la del Arsenal, pues se inspira, seguramente, en un códice que bebe directamente de la tradición clásica, bien sea la "Historia Natural" de Plinio o algún otro texto. Mientras que en Oxford y Arsenal el animal representado es puramente fantástico, con aspecto gracioso en el primero y monstruoso en el segundo; sin embargo, el Delfín del "Lapidario" es un animal lleno de potencia, con una silueta muy característica por la fuerte curvatura de su línea superior y la plenitud de la inferior, que la diferencian claramente de los otros peces del cielo, como el Pez meridional o Piscis. En la representación de este animal hay incluso un recuerdo de la pintura pompeyana no tanto por la técnica, semi-impresionista en este caso, como por la grácil silueta, como de pez volador. La influencia clásica se ve también en la constelación de Aguila o Buitre volante y en algún otro ejemplo.

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