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Arte Español Medieval

Desarrollo


Aragón ha descubierto en fechas relativamente recientes su patrimonio mural de la Edad Media, sea el románico, sea el gótico. Más sistematizado el primero, el segundo sin embargo muestra conjuntos de notable interés, encabezados seguramente por las pinturas de la diócesis de Huesca. Las más antiguas de las conservadas son las de San Fructuoso de Bierge que, al igual que otras muchas del último tercio del siglo XIII, se disponían originariamente a manera de retablo. Desperdigado hoy en día este conjunto en diversos museos y colecciones, quedan aún in situ interesantes ejemplos de arte mural. Entre ellos, los más significativos son los de la iglesia de San Miguel de Foces, datables en los primeros años del siglo XIV, ya que la decoración se centra en los sarcófagos de Ximeno de Foces, el fundador de la iglesia, y de su hijo Atón de Foces, muerto en 1302, y de otros dos personajes de su familia. Junto a los murales de San Miguel de Foces hay que destacar los de la iglesia de San Miguel de Barluenga, con episodios dedicados al santo titular y especialmente los de la ermita de la Virgen del Monte de Liesa, ciclo de regular conservación pero en el que aún el colorido está muy presente y que muestra, distribuidos también a modo de los de un retablo, episodios de la vida de San Vicente y Santa Catalina. La catedral de Huesca en origen debía de poseer ricas decoraciones murales; en la actualidad se hallan extremadamente fragmentarias, si bien se han conservado algunos fragmentos tanto de la iglesia como del claustro.

En cualquier caso, la riqueza del protogótico mural aragonés se pone en evidencia en los museos diocesanos de Huesca y especialmente en el de Jaca. En el de Huesca, aparte de los ya citados de Bierge, sobresalen las pinturas de San Miguel de Yaso, en tanto que en Jaca se puede seguir con pinturas cercanas a lo popular la evolución de un arte que, a partir de muy importantes conjuntos tardorrománicos como los de la ermita de Santa Lucía de Osia y las de la iglesia de Concilio, se adentran en el mundo de lo popular (Serrasola, Sorripas, Orús). En relación con los murales oscenses hay que situar a los zaragozanos, que sin duda tienen su máxima expresión en las decoraciones in situ de Sos del Rey Católico (cripta de la iglesia de San Esteban) y especialmente en las de las iglesias de Daroca (San Miguel, San Juan), las cuales demuestran cómo en la segunda mitad del siglo XIV la manera protogótica pervive y lo hace con total plenitud. Con todo, en tierras zaragozanas quizá la fase más notable de este período fue el primer tercio del siglo XIV. A este período hay que atribuir las pinturas de la capilla de Nuestra Señora de las Cabañas, en la Almunia de Doña Godina. Relativamente bien conservadas, las pinturas con representaciones caballerescas que corren por debajo del coro mudéjar y que decoran las tumbas de Doña Horia Pérez y de Doña Gilelma Pérez continúan, mostrando aún el repicado del setecientos, las del resto de la ermita, que de restaurarse aparecerían sin duda como uno de los conjuntos más interesantes del momento.

La imaginación figurativa es la nota dominante en los murales procedentes de la parroquial de Urriés, en la actualidad conservados en el Museo Diocesano de Jaca. Los episodios del génesis son un verdadero ejercicio de imaginación pictórica con gran dominio del dibujo que alejan a su autor de lo conocido. Las pinturas murales zaragozanas no se agotan en esta sumaria relación; las pinturas de Pompién, Arbaniés, forman parte también de este rico conjunto que aún no está cerrado. Las campañas de restauración de ermitas, iglesias, catedrales, aportan nuevos indicios de la expansión protogótica, cuando no notables conjuntos que aún hay que valorar en su justa medida. Tal es el caso, por ejemplo, de los frescos de la iglesia de San Blas en Anento, el Juicio Final de la iglesia de Magdalena de Zaragoza, los de la iglesia de San Pedro de Tobed, los de la iglesia de San Antón de Tauste y los de la torre del homenaje del monasterio de Santa María de Veruela. Casi todos ellos pueden considerarse, en un primer análisis, de cronología tardía (siglo XV), lo cual nos indica que en centros rurales, alejados de la corte y del poder gremial, el protogótico sobrevivió ante el empuje de lo italianizante. De la zona turolense se han conservado sobre todo ricos artesonados en los que la iconografía profana y en particular la caballeresca está muy presente, como se advierte en el conjunto seguramente más importante de la Península: el artesonado de la catedral de Teruel.

Esta iconografía se extendió también a la pintura mural, siendo de gran interés la decoración de la torre del homenaje del castillo de Alcañiz, con curiosas representaciones como la rueda de la fortuna (hoy en el Ayuntamiento) y cuyas escenas de conquista militar guardan clara relación con las catalanas de parecida iconografía. Aparte de los mencionados artesonados turolenses, se han conservado algunos ejemplos de la pintura sobre tabla aragonesa que a pesar de ser pocos no dejan de ser representativos de lo que pudo ser en origen. Partiendo de la estructura del frontal románico, con cuerpo central dedicado a un santo y zonas laterales compartimentadas según las exigencias narrativas de la vida del mismo, los retablos protogóticos aragoneses corren formalmente paralelos a las pinturas murales, sean aragonesas o catalanas, lo cual nos indica que, incluso de una manera más estrecha que en la etapa románica, los talleres de pintura realizaban ambos menesteres. Las mejores piezas se hallan en el Museo Nacional de Arte de Cataluña: son el retablo de Casbas, el de San Miguel de Tamarite de Litera y el procedente del monasterio de Sigena, dedicado a la exaltación de San Pedro de Verona. Este es el más singular, puesto que con su estructura verticalizante se acerca más a la tipología característica del retablo gótico que a la propia del frontal románico.

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