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Arte Español Medieval

Desarrollo


La escasez de noticias disponibles para fechar la arquitectura mendicante en suelo hispano, dificulta notablemente la posibilidad de establecer un mapa cronológico de la actividad constructiva de los frailes mendicantes en la Península. Pese a ello, se puede afirmar rotundamente que la etapa dorada de la actividad edificadora de los frailes se desarrolla a partir de la segunda mitad del siglo XIII, continúa a lo largo de la centuria siguiente -en cuya mitad se sitúa el período álgido- y decrece progresivamente al aproximarnos a la decimoquinta centuria. Existen, sin embargo, matizaciones que es importante precisar. En función de los datos disponibles, las construcciones más antiguas se localizan en Cataluña. En esta parcela geográfica la irrupción de las órdenes mendicantes se llevó a cabo en fecha temprana, documentándose en la mayoría de los casos en la tercera década del siglo XIII. Durante los primeros momentos los frailes no construyen ex novo, sino que se apropian de edificios ya preexistentes. Es ésta una etapa de gran provisionalidad tras la cual asistimos a una nueva fase de experiencias y logros constructivos que culminará en la importante producción artística de fines de la centuria. En efecto, a fines de los años treinta constatamos cómo los frailes abandonan en muchos puntos concretos sus primitivos asentamientos provisionales y optan paulatinamente por la construcción de edificios con carácter más estable.

Para documentar este proceso en el caso catalán contamos con dos conventos franciscanos importantes: el de Barcelona y el de Palma de Mallorca. Las obras del templo barcelonés se llevaron a cabo entre los años 1236-1240; en Palma la iglesia era consagrada en 1244. El producto de ambas experiencias artísticas, desarrolladas casi paralelamente, es un templo de una sola nave rectangular terminada a Oriente en testero recto y cubierta con techumbre de madera, apeada sobre arcos transversales que descansan a su vez sobre contrafuertes interiores. Se trataba pues de una tipología funcional, económica, de proporciones reducidas, acorde en definitiva con el espíritu de sencillez y austeridad de las primeras congregaciones. Precisamente el último de los factores reseñados, la falta de espacio, fue la causa detonante que hizo que en la segunda mitad de la centuria se iniciara en los templos catalanes un nuevo período de actividad, que tendrá como fruto la consecución del tipo de iglesia catalana. Para documentar esta nueva etapa de la arquitectura del noreste hispano nuevamente tenemos que acudir a los conventos mendicantes barceloneses. En este caso la iglesia dominica de Santa Catalina y a la franciscana, ya citada. En el primer caso, las obras del nuevo templo transcurren entre 1243 y 1257; en el caso de los frailes menores, lo hacen entre 1247 y 1297. En el edificio franciscano los ensayos constructivos de la década anterior parece que fueron un elemento definitorio en la configuración final de la iglesia; en el templo de los predicadores el modelo parece surgir de nueva planta.

En cualquiera de los casos los logros finales son los mismos: edificios de una sola nave dividida en tramos ahora abovedados, capillas laterales a ambos lados surgidas entre los contrafuertes y ábside de planta poligonal. El modelo, qué duda cabe, tuvo una rápida aceptación por todo el territorio catalán, tanto en los conventos de frailes menores como en los de los predicadores, e incluso en las iglesias parroquiales. El convento de San Francisco de Montblanc se encontraba en construcción en el año 1238, fecha en la que se dejaba un legado para construir la iglesia y casa de los frailes. Es muy posible que esta primera iglesia, con carácter provisional, diera lugar a un nuevo templo en los años finales de esta misma centuria o en los inicios de la siguiente, en cuya primera mitad debió de ser concluido en sus partes esenciales. En Vilafranca del Penedés, aunque la instalación de los frailes menores en la villa se documenta ya en la primera mitad del siglo XIII, sin embargo, las noticias relativas a la construcción de su austera iglesia, concebida con una leve modificación de la cabecera al optar por el ábside de planta rectangular, no se registra hasta 1285, según acredita una manda destinada a las obras de la iglesia. En 1291 se cedían terrenos próximos al convento y en 1295 las obras debían encontrarse bastante adelantadas. No disponemos de ninguna información gráfica, lamentablemente, del desaparecido convento de Vic que, posiblemente, asumiría el modelo de sus hermanos.

De él poseemos, sin embargo, fechas significativas. En el año 1255 los frailes estaban ya instalados en la villa y presumiblemente construyendo un primer asentamiento provisional. Hacia la mitad de la centuria debieron los menores plantearse la construcción de una nueva morada con caracteres más estables, al menos así parece acreditarlo un documento fechado en 1262 en el que se encomienda a Simó Peris y Guillem Verdaguer la construcción de siete arcos para la iglesia. En 1270 las obras seguían en curso. Respecto al convento de Gerona, posiblemente uno de los más importantes de esta zona, si bien fue destruido en la pasada centuria, poseemos cierta información gráfica que nos habla de sus peculiaridades arquitectónicas. Respondía a la misma tipología que sus otros hermanos catalanes, iniciándose las obras a principios de la decimocuarta centuria. En 1314 se termina el coro y en 1320 se procede a ampliar la iglesia, poniéndose fin a las mismas en 1368, momento en el que se procede a su consagración. En cuanto al convento dominico de Balaguer, que conserva su espléndido claustro medieval, las obras dieron comienzo en torno a los años veinte de esta misma centuria. Del resto de los cenobios catalanes la información disponible es muy escasa. Las campañas bélicas del monarca Jaime I por Valencia y Baleares propiciaron la participación de los frailes mendicantes de forma activa en la Reconquista y su instalación en las ciudades recién liberadas del dominio musulmán.

Son muchos los conventos que nacieron a raíz de esta función de frontera. En este sentido, quizá los orígenes más antiguos hay que atribuirlos a Palma de Mallorca. En este lugar los frailes desempeñaron todo un despliegue estratégico -llegaron a cambiar hasta tres veces de asentamiento- que fue seguido de una importante actividad constructiva. Como ya hemos comentado con anterioridad, en el año 1244 ya habían construido los frailes una iglesia con carácter provisional, semejante a la que por las mismas fechas se consagraba en el convento homónimo barcelonés. El modelo, por su funcionalidad y economía, fue aplicado en las iglesias seculares de la zona levantina y mallorquina, en las iglesias tradicionalmente llamadas de conquista. En la centuria siguiente es cuando se inicia la gran empresa constructiva de los frailes, la definitiva, cuyos cimientos surgirán de tierra en 1279 para concluir su edificación en 1349. Los resultados fueron análogos a los de Barcelona, pero más perfeccionados: una iglesia con capillas entre los contrafuertes, abovedamiento en todo el edificio y ábside poligonal que, en época posterior, se rodearía de una corona de capillas radiales, al igual que ocurriera en el caso barcelonés. Idéntico esquema presentaba el desaparecido convento de predicadores de la misma ciudad. Por lo que respecta a Valencia, la presencia de los frailes menores y predicadores es una realidad en pleno asedio de la ciudad.

En el año 1239 el monarca cede a menores y predicadores los terrenos necesarios para levantar sus respectivos edificios, ubicando a los primeros en la parte meridional de la ciudad y a los segundos en la zona de Levante. En torno a los años cincuenta ambas órdenes levantaban sus respectivas iglesias. Sin embargo, cabe hablar en estos primeros momentos de edificios provisionales rehechos en la siguiente centuria. Aunque nada queda del convento franciscano, sí en cambio se mantienen en pie algunas dependencias del antiguo cenobio dominico, como la espléndida aula capitular, construida a principios del siglo XIV por encargo de Pedro de Boil, mayordomo de Jaime II, a cambio del derecho de sepultura para todos los miembros de su estirpe. Más tardía, en 1272, es la penetración de los frailes en la ciudad castellonense de Morella. Como es habitual, inicialmente se edificó una morada provisional, procediéndose en la siguiente centuria a la construcción de la iglesia definitiva, que reprodujo fielmente la organización de sus hermanas catalanas. Las obras del nuevo templo debieron de dar comienzo en los primeros años del siglo XIV, siendo consagrada en 1390 por el obispo Muc de Llupià. Del convento medieval, uno de los mejores exponentes de la arquitectura mendicante en la Península, se conserva la iglesia, así como varias dependencias claustrales de indudable interés. El modelo templario que hemos visto triunfar en Cataluña y territorios anexionados, tuvo en la centuria siguiente una rápida proyección en Aragón, donde la instalación de los frailes en los núcleos urbanos más importantes es una realidad puntualmente documentada en la segunda mitad del siglo XIII.

En el convento de Teruel, sin duda alguna la manifestación más importante de la arquitectura franciscana aragonesa, los frailes estaban instalados en la segunda década del siglo XIII; sin embargo, la gran empresa constructiva, la definitiva, no se inicia hasta fines del siglo XIV de la mano de un ilustre mecenas, Fernández Heredia. La tipología de este espléndido templo, con nave rectangular, capillas entre los contrafuertes, ábside poligonal y abovedamiento en toda la fábrica, se acomoda a las pautas constructivas de los cenobios catalanes. El mismo esquema se observa en las casas dominicas de Magallón y de Zaragoza, conventos ambos que, junto con el de San Francisco de Calatayud, ya desaparecido, abandonan la construcción en piedra y optan por las fábricas de ladrillo, siguiendo así una técnica constructiva habitual en la zona. En Navarra, el impulso de la arquitectura mendicante se debe en gran parte a la monarquía de Champagne y en concreto a uno de sus más ilustres miembros, Teobaldo II, que se alzó como importante benefactor y comitente de los conventos franciscanos y dominicos de esta parcela geográfica. Hasta tal punto llegó la protección del monarca a las nuevas órdenes que a su muerte, su hijo y sucesor, Carlos II, ordenó que no se hicieran más fundaciones porque tras las de predicadores promovidas por Teobaldo II no se podía mantener tanto convento pobre. Esta protección continuó en la dinastía siguiente, los Evreux, con Carlos II y Carlos III quienes, ante la imposibilidad de costear nuevas fábricas, optaron por realizar obras de consolidación y ampliación en los edificios ya existentes.

En Sangüesa, los frailes aparecen ya citados en 1250 ocupando un asentamiento provisional a las afueras de la ciudad. En el año 1266 Teobaldo II funda la nueva iglesia, según lo avala una inscripción, continuando las obras en 1270. El modelo adoptado en este caso se aleja de lo hasta ahora visto. Nos encontramos ante un edificio de una sola nave rectangular, cubierta con techumbre de madera apeada sobre arcos transversales y reforzada con grandes contrafuertes. La cabecera, de igual anchura que la nave, termina en testero recto. La tipología es la misma que la que observamos en la vecina iglesia de Santo Domingo de Estella, obra fundada y financiada por el mismo monarca, que fue construida a lo largo del siglo XVIII siendo concluida en la misma centuria. El mismo esquema, basándonos en la escasa información disponible, debió de presentar la desaparecida iglesia franciscana de Logroño, que aparece citada por primera vez en el testamento de Teobaldo II en 1270 y cuyo sistema de cubrición fue rehecho con posterioridad. Del resto de las iglesias mendicantes navarras (San Francisco de Olite, San Francisco de Tudela, San Francisco de Pamplona, Santo Domingo de Sangüesa ...) apenas han llegado restos, y cuando existen son generalmente de época moderna. Castilla y León son dos parcelas de la geografía hispana donde la arquitectura mendicante se ha conservado en menor grado y en peores condiciones. Su estudio queda restringido a una nómina tan escueta y poco significativa como es la formada por las fábricas completas de San Francisco de Palencia y Santa María de Nieva.

Respecto al convento palestino sabemos que, tras una primera ocupación extramuros de la ciudad, se autoriza la traslación del cenobio a un lugar más céntrico en el año 1248. La actual iglesia, aunque bastante transformada en el siglo XVI, mantiene intacta toda la parte del presbiterio, así como las dos capillas laterales, que muy bien pudieran fecharse en la segunda mitad del siglo XIV. En cuanto al convento dominico de Santa María de Nieva, sabemos que fue fundado en el año 1357 por doña Catalina de Lancaster, desarrollándose las obras del mismo a lo largo de las dos siguientes centurias. Es de destacar en este edificio su magnífico claustro historiado, donde conviven en perfecta simbiosis escenas religiosas y otras de temática profana. Junto a estos edificios, hay que reseñar igualmente algunos restos franciscanos aislados en la provincia de Burgos (Burgos, Belorado, Fías, Castrojeriz, Medina de Pomar), si bien todos ellos muy transformados al ser reutilizadas para distintos fines las viejas fábricas. Cabría mencionar, por último, las magníficas cabeceras de los desaparecidos cenobios franciscanos de Atienza y Zamora, obras ambas del XIV, que nos hablan de la existencia en ambos lugares de conventos de notable envergadura. En Galicia, aunque la instalación de los frailes en su contexto físico es una realidad perfectamente documentada en la segunda mitad del siglo XIII; sin embargo, su actividad constructiva hay que situarla en la segunda mitad del siglo XIV.

Todos los edificios levantados en esta parcela geográfica se caracterizan por una gran uniformidad que, unida a la falta de referencias documentales o epigráficas, dificulta notablemente la labor de datación de estos edificios. Tradicionalmente se ha considerado la iglesia de San Francisco de Santiago como el prototipo de iglesia mendicante gallega. Su desaparición en 1740 y la falta de referencias documentales y artísticas sobre la misma nos impide apoyar o rebatir esta afirmación. De algunos templos, sin embargo, conservamos datos fehacientes sobre su construcción. Así, el espléndido ábside de San Francisco de Vivero nos proporciona una información interesante al hallar en él una referencia epigráfica en el que se nos indica que en 1344 las obras del mismo habían rebasado al menos la altura de los vanos. En 1348 la cabecera de San Francisco de Santiago estaba en ejecución, y en 1362 se dejaba una manda para realizar la de Santa Clara de Pontevedra, obra muy próxima al convento de frailes menores de la misma ciudad. En el último tercio de la centuria, en 1387, se ponía fin a las obras de San Francisco de Betanzos, espléndido exponente de la arquitectura mendicante del noroeste hispano debido a la iniciativa del ilustre gallego Fernán Pérez de Andrade. En cuanto a la vecina Asturias, el tema se complica. Los edificios medievales allí conservados pertenecen exclusivamente a la orden franciscana, ya que la penetración no se produjo hasta el siglo XVI. Del convento de San Francisco de Oviedo, que asumió el modelo de sus hermanos gallegos, conservamos solamente una escueta información gráfica de la cabecera, que suponemos la parte más antigua, presumiblemente de la segunda mitad del siglo XIV. Respecto a las portadas de Avilés o Tineo, únicos restos significativos conservados de ambos templos, tampoco se pueden extraer datos relevantes, ya que, pese a estar fechadas en la segunda mitad del siglo XIII, presentan cierto aire gótico todavía inercial.

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