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Arte Español Medieval

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El estado actual de nuestros conocimientos sobre los maestros arquitectos que durante el siglo XIII tuvieron a su cargo la dirección de las canterías castellanas se reduce a una lista escasa de nombres, acompañados del apelativo maestro de la obra, algún comentario elogioso, propio de un epígrafe funerario y muy poco más. De hecho la mayor parte de las referencias ha llegado a nosotros por pura casualidad. Es evidente que con estos datos en la mano cualquier especulación acerca de su personalidad, procedencia y formación ha de ser necesariamente cauta y poco pretenciosa. De hecho los especialistas han basado sus conclusiones acerca de su origen hispano o francés en los patronímicos, en el estudio de las fábricas que se les atribuyen y en el análisis comparativo de las mismas con lo que por aquellas fechas se venía haciendo en Francia. Esto, que sirve para establecer, con mayor o menor precisión, la filiación estilística de los edificios, es peligroso a la hora de determinar lo que hoy llamaríamos el curriculum vitae de estos personajes. Por tanto, aquí nos limitaremos a exponer los pocos datos con que contamos y comentar brevemente las opiniones vertidas por la historiografía especializada, sin pretender obtener ninguna conclusión al respecto. La fortuna ha querido dejar huérfanas las canterías de Sigüenza y Cuenca, de las que no conocemos ni siquiera un nombre para el siglo XIII. Fue ese mismo azar histórico el que nos transmitió el de uno de los personajes que, por la cronología en que trabaja y por las características de la fábrica de que se le supone responsable, más ha interesado a los estudiosos, tanto del románico como del gótico.

Nos referimos a Don Fruchel, de quien tenemos noticia por un documento de 1192, fecha en que debía estar ya muerto o bien había abandonado la ciudad, pues se dice de él que dejó a Alfonso VIII como heredero de sus propiedades en Ávila. La historiografía extrae dos conclusiones de este dato: Fruchel era sin duda un arquitecto extranjero que, llamado por Alfonso VIII para hacerse cargo de la dirección de la cantería abulense, debió contar con la protección del monarca; en segundo lugar, probablemente carecía de familia en España. En fin, un montón de conjeturas rodea la personalidad de este maestro cuyo mayor atractivo reside en considerarle introductor en fechas tempranas de formas góticas, hasta entonces ajenas a nuestra arquitectura. Se le supone de origen borgoñón, o profundamente conocedor de la arquitectura que se practicaba en aquella región y, en concreto, de los planos y proyectos de la iglesia abacial de La Magdalena de Vézelay, que en la cabecera de la catedral abulense copia incluso en sus errores de planteamiento. Habrá que esperar tres cuartos de siglo para encontrar otra referencia a un maestro en Ávila, "Don Varón, el maestro de la obra", que aparece como cofirmante en un contrato de arrendamiento del año 1269, sin que nada más sepamos sobre él. Para la fábrica del siglo XIII en Toledo contamos con otros dos nombres, igualmente enigmáticos. El Maestro Martín, casado con María Gómez, está documentado por primera vez en 1227 -es decir, muy poco tiempo después de la ceremonia de colocación de la primera piedra- y por última en 1234.

Si en la primera de las fechas mencionadas recibe un corral propiedad del cabildo, en la segunda sigue figurando como inquilino de una casa perteneciente a la catedral en una lista de rentas percibidas por ésta. Puesto que en 1238 existe constancia documental de la dedicación de catorce capillas de la girola (más otra que ya lo había sido hacía algunos años) parece que debió ser Martín el responsable de esta parte del edificio, donde el conocimiento que demuestra de las experiencias desarrolladas en París y Bourges ha llevado a la mayoría a no dudar de su origen y formación en Francia. Después de 1234 nada sabemos de este "Maestro Martin de la obra de Santa Maria de Toledo", ignoramos si por fallecimiento o abandono de las obras. Lo cierto es que existe un enorme vacío entre esta fecha y 1291, momento en que nos consta la muerte del otro maestro de nombre conocido. El segundo protagonista de la historia del monumento toledano es Petrus Petri -cuyo patronímico revela ahora una progenie hispana-, mitificado durante mucho tiempo por una historiografía que le atribuyó la autoría total del edificio a partir de un epígrafe funerario que, escrito en tosco latín, ensalzaba sus cualidades como constructor y como cristiano. No se preocuparon, quienes así lo creyeron, de la incoherencia que suponía hacer de él primer y único maestro entre 1227 y 1291, fecha de su muerte como reza la referida inscripción; nada menos que sesenta y cuatro años. Los que defendieron esta opinión trataban de justificar lo que de él se nos dice en su lauda sepulcral: ".

..su ejemplo y conducta engrandecen mas aún la gloria de este hombre que construyó el presente templo y en él reposa. Como hizo este edificio de manera tan admirable, puede tener confianza al presentarse delante de Dios, para quien nada queda sin castigo, y que reciba la recompensa de aquél, que El solo gobierna todas las cosas...". Hace unos años el profesor Bango Torviso justificaba el contenido del epígrafe, que le hace constructor de la totalidad del monumento, como una "exageración piadosa" por parte de los amigos y familiares del difunto, además de una metáfora en que se toma la parte por el todo; no era extraño que se considerase constructor de un templo a aquél que había realizado su abovedamiento, dadas las dificultades económicas y técnicas para materializar esta parte del edificio. Puede ser interesante, por otra parte, comparar este epitafio con el de Pierre de Montreuil, arquitecto de la catedral de París -"Aquí yace Pedro de Montreuil, flor perfecta de las buenas costumbres, en vida doctor en construcciones; que el rey de los cielos lo conduzca a las alturas celestiales"-, que nos muestra claramente como la arquitectura se ha convertido en una profesión ensalzada; en ambos la sumisión ante la justicia divina se une al orgullo por la categoría profesional y la obra bien realizada. Por lo demás, que Pedro Pérez sea el segundo maestro de nombre conocido no significa que realmente lo fuese -como normalmente se sostiene- en la dirección de las obras de la sede metropolitana.

En los años que transcurren entre 1234, último en que encontramos referencia a Martin, y 1291, en que muere Petrus Petri (ignoramos el año en que se hizo cargo de las obras), otros pudieron ocupar el puesto, aunque una laguna documental nos prive de sus nombres. De hecho algunos replanteamientos sobre la marcha parecen indicar la presencia de varias manos, lo que tampoco habría de extrañar en un período de tiempo tan largo. En Burgos, aunque nos consta la existencia del cargo de maestro de la obra en 1230, la primera información nominal se refiere a un tal Enrique "magister operis burgensis", fallecido en julio de 1277, el mismo día que su hija Elisabeth -como recoge un calendario de la catedral- y del cual poseemos noticias indirectas por un contrato de arrendamiento de casas en 1261, en el que firma como testigo "Juan Amric, fijo del maestro de la obra". El mismo calendario refiere el óbito de su esposa, Doña Mathia, en junio de 1308, es decir, treinta y un años después. Por otra parte, Ceán Bermudez recogió de un obituario de la catedral de León la noticia de la muerte de Enrique, magister operis, en la misma fecha, con la salvedad de un día de error. Todo esto quiere decir que desde el comienzo de la década de los sesenta, y quizás antes, el maestro Enrique dirigía las obras en Burgos y, no sabemos a partir de qué momento, también las de León. Parece que Burgos era el lugar de residencia del maestro y su familia, pues en esta ciudad se encontraban los bienes sobre los que quedaron fundados sus aniversarios y porque sólo el documento burgalés se hace eco de la muerte de la hija y de la esposa.

El tercer y último arquitecto de que tenemos noticia en el siglo XIII es Juan Pérez, muerto en 1296, cuyo epitafio sepulcral se encuentra en el claustro bajo, y del que contamos con referencias documentales de 1292 a 1295, este último año en relación con las obras del nuevo claustro. Si para el maestro Enrique y su hija Elisabeth, los patronímicos pueden indicar un origen no hispano, en el caso de Juan Pérez y su mujer Marina Martínez -cuya muerte consta en 1294- sucede lo contrario. Por lo que respecta a la fábrica de la catedral oxomense, nuestra información se limita a la mención de un "Don Lope, maestro de la obra de Osma y Johan de Medina cantero" en 1236. Para Yarza, por sus nombres y su modo de hacer se trataría de maestros españoles, seguramente formados en una cantería de origen francés -como las de Burgos o Cuenca-, que no hacen sino reinterpretar fórmulas arquitectónicas desarrolladas por los maestros franceses. En definitiva, todo lo que se puede deducir de los datos expuestos es lo siguiente: si hay posibilidades -aunque no lo podamos asegurar- de admitir una procedencia foránea para los maestros de las primeras generaciones, e incluso de las segundas (Fruchel, Martín, Enrique), los que trabajaron al final del siglo (Pedro y Juan Pérez), a juzgar por sus nombres parecen hispanos, como también los que nos constan en la primera fase de la catedral de El Burgo de Osma, al haberse iniciado sus obras en fecha más tardía.

Estos maestros, junto con sus familias, debieron fijar su residencia en la ciudad de trabajo (incluso algunos, como el citado maestro Martín de Toledo, sin duda se alojaron en casas facilitadas por el cabildo, que con ello pretendía asegurar su permanencia en la ciudad) y quedar vinculados a la obra hasta el momento de su muerte, evento que se recoge en los obituarios de las catedrales correspondientes. Algunos pudieron ser enterrados en el interior del propio recinto catedralicio (Pedro Pérez en Toledo y Juan Pérez en Burgos), haciendo constar su profesión, y a veces ensalzándola, en sus laudas sepulcrales. El hecho de que carezcamos de los contratos -o referencias a los mismos- de todos estos arquitectos con los respectivos cabildos, nos priva de una preciosa información con respecto a la organización y condiciones de trabajo en las canterías catedralicias de la Castilla del siglo XIII. No obstante, la comparación del más antiguo contrato hispano que conocemos -el acordado entre el maestro Raimundo de Monforte de Lemos y el cabildo de Lugo en 1129- con otras alusiones a relaciones contractuales desde avanzado el siglo XII hasta fechas más tardías al final de la Edad Media, e incluso con conocidos ejemplos franceses (como el famoso contrato de Gautier de Varinfroy con el cabildo de Meaux en 1253) nos daremos cuenta de que, en términos generales, las cosas no han cambiado tanto. El cabildo se compromete a pagar con un tanto anual al maestro, que además puede recibir una cantidad adicional por cada día que trabaje con sus manos, y a veces manutención, vestido o ambas cosas.

Se le facilita el alojamiento y se le exige la presencia diaria en la obra con el fin de garantizar el control de los trabajadores y del proceso constructivo; en casos de mayor flexibilidad, siempre se regulan y limitan las posibles ausencias y más adelante se le obligará a dejar un responsable, el aparejador, que se encargará de supervisar la marcha de los trabajos. El maestro que acepta estas condiciones se compromete a cumplir fiel y lealmente, a veces de por vida, o por lo menos hasta ver concluido lo que previamente se había convenido. No debieron ser muy distintas las condiciones a que hubieron de someterse los arquitectos que aquí hemos mencionado. No pretendemos exponer aquí detalladamente los datos cronológicos que jalonan el proceso constructivo, ni realizar una exhaustiva descripción de cada una de las catedrales que formaban parte de la vieja Castilla que Fernando III heredara de su padre, Alfonso VIII; estos aspectos, por otra parte, ya han sido suficientemente reiterados en multitud de manuales, síntesis de arquitectura gótica, guías locales y estudios monográficos. Sólo insistiremos en algunas cuestiones generales, en cuanto que pueden ofrecer una visión de conjunto acerca de la arquitectura gótica del siglo XIII, tal y como se manifiesta en las catedrales castellanas.

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