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Datos principales


Rango

Arte Español Medieval

Desarrollo


A lo largo de un siglo, entre 1250 y 1350 aproximadamente, la ciudad de Teruel vivió al compás de su desarrollo urbano un extraordinario periodo de esplendor del arte mudéjar, de valor tan excepcional que la UNESCO le ha otorgado, en 1986, el título de Patrimonio de la Humanidad. El mudéjar es un fenómeno singular, privativo del arte español, nacido y desarrollado en la España medieval cristiana como consecuencia de la pervivencia de lo islámico, una realidad artística nueva en la que se funden elementos formales de Oriente y de Occidente y que, como apostillase Menéndez Pelayo, constituye el único estilo artístico del que España puede presumir como propio. La riqueza y diversidad del mudéjar hispánico encuentra en la ciudad de Teruel un foco singular de inusitada importancia. El mudéjar turolense se halla en relación tan estrecha con las circunstancias históricas de la fundación y del desarrollo urbano de la ciudad que los primeros pasos para su mejor comprensión deben darse, en sentido estricto, recorriendo el solar medieval de la ciudad. El nombre de Teruel deriva del topónimo árabe Tirwal, con el que las fuentes árabes se refieren a un núcleo poblacional islámico del que no se ha podido establecer su emplazamiento ni su verdadera dimensión. Así, pues, tal como defiende el malogrado historiador medievalista Antonio Gargallo, la ciudad de Teruel fue fundada de nuevo por el rey aragonés Alfonso II, tras alcanzar por conquista estas tierras altas del Sur de Aragón en el año 1171, decidiendo asentar un núcleo de población cristiana en esta zona de frontera, a modo de avanzadilla aragonesa frente al poder de los almohades, que se mantenía intacto en la ciudad de Valencia, concediéndole su fuero en el año 1177.

Estas circunstancias históricas de la fundación de la ciudad van a reflejarse tanto en el plano urbano como en la estructura social de su población medieval y en sus manifestaciones artísticas. El recinto medieval, emplazado sobre una alta muela bordeada de profundos barrancos, en la margen izquierda del río Turia, responde al modelo de ciudad cristiana ideal, impulsado a partir de este momento por la Corona de Aragón en la repoblación del Levante peninsular. Es una ciudad de planta rectangular amurallada, de trazado hipodámico, sólo roto por el relieve en su cota más alta, al sureste, mientras en el resto se mantiene el trazado regular de sus calles, con cuatro puertas principales de entrada en el centro de sus lados, orientadas a los cuatro puntos cardinales, y que reciben los nombres de puerta de Daroca (al Norte), de Zaragoza (al Este), de Valencia (al Sur) y de Guadalaviar (al Oeste), conservándose en la actualidad tan sólo la primera de las citadas. Desde estas puertas parten las calles principales, que se cortan transversalmente en el centro, donde se abre la plaza mayor o del mercado, hoy denominada plaza del Torico. La ciudad quedó repartida en nueve parroquias, con la principal dedicada a Santa María de Mediavilla, actual catedral, en su centro teórico, mientras las ocho restantes se distribuían cuatro a cada lado, con una perfecta integración de su arquitectura en el plano urbano. En efecto, una de las notas peculiares del urbanismo turolense consiste en que las torres de las iglesias se elevan en su parte baja sobre un gran arco apuntado, que permite el paso de la calle bajo el mismo, con lo que estos campanarios mudéjares, además de su función religiosa, jugaban un importante papel de control viario.

Al no existir una ciudad musulmana anterior sobre este solar, como se ha defendido, tampoco hubo en origen una aljama de moros ni un espacio cerrado para la morería. Precisamente el carácter peculiar de la morería turolense consiste en que se formó por moros inmigrados, primero por moros cautivos, procedentes de la reconquista de Valencia, redimidos por el trabajo y después, en 1285, por una campaña de repoblación mudéjar apoyada por el rey Pedro III. Por esta razón los mudéjares no fueron alojados en una morería cerrada y emplazada fuera de los muros de la ciudad, como era lo habitual, sino en régimen abierto, dispersos por el caserío, con una particular concentración al Norte, entre la puerta de Daroca y la iglesia de San Martín. Esta condición de inmigrados de los mudéjares turolenses ha dejado una profunda huella en las características formales del arte mudéjar, verdadero foco de novedades estructurales y ornamentales llegadas de fuera. Por lo que respecta a la estructura social de la población, al tratarse de una ciudad de frontera frente al Islam, ha de valorarse asimismo el peso político de los caballeros villanos, que intervinieron de un modo decisivo en la reconquista levantina y en la configuración de una sociedad militarizada, tal como se corrobora en las escenas de cabalgada, torneo y caza representadas en la techumbre mudéjar de la catedral. Estructura social y arte mudéjar andan intrínsecamente relacionados.

Podemos entrar en el recinto medieval de la ciudad desde el Oeste, por la desaparecida puerta de Guadalaviar; a muy escasa distancia se alza la torre mudéjar de El Salvador, que domina vigilante la calle a la que da nombre en el recorrido hasta la plaza mayor. De la fábrica medieval de la parroquia de El Salvador tan sólo se ha conservado esta torre mudéjar, ya que la iglesia actual fue edificada de nuevo en estilo barroco, tras hundirse la primitiva el 24 de mayo de 1677. La torre de El Salvador no se halla datada documentalmente, aunque por sus características formales, muy similares a la San Martín (1315-16), se le asigna la misma cronología. En todo caso estas fechas concuerdan con la noticia, publicado por Alberto López Polo, según la cual el 11 de abril de 1277, el obispo de Zaragoza, don Pedro Garcés, autorizaba al racionero de la parroquia de El Salvador, mosén Pedro Navarrete, a obtener fondos en toda la diócesis para destinarlos a la obra de la iglesia y campanar de la misma. Una inscripción sobre la piedra sillar que refuerza la base de la torre nos informa de que esta obra de consolidación fue realizada en el año 1650. La torre ha sido restaurada varias veces en el siglo XX, la última a cargo de los arquitectos Antonio Pérez y José María Sanz. Su interior ha sido dispuesto para la visita turística, por lo que esta torre de El Salvador es la más adecuada para subir hasta el cuerpo de campanas y constatar la estructura interna, similar a la de los alminares de época almohade.

Se comprueba que está formada por dos torres, la exterior de ladrillo y la interior de mampostería de yeso, quedando entre ambas las escaleras, con la torre interior dividida en tres estancias en altura, cubiertas, una con bóveda de crucería y otras dos con cañón apuntado. Esta disposición va coronada en lo alto por el cuerpo de campanas. Algunas notas formales corroboran el carácter evolucionado y tardío de esta torre, la más reciente de todas las turolenses si no tenemos en cuenta la desaparecida y efímera torre de San Juan, conocida como "la fermosa", construida en 1343-44 y destruida, ya en 1366, con motivo de la ocupación de ciudad por las tropas castellanas durante la guerra entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón. Así, el arco de la parte baja, que da paso a la calle, ya no cierra con bóveda de cañón apuntado, como en las otras, sino con bóveda de crucería sencilla. Mayor madurez artística se advierte asimismo en el sistema decorativo, en el que alcanzan cada vez mayor extensión los grandes paños ornamentales en ladrillo resaltado. Ello sucede tanto con los paños de arcos mixtilíneos entrecruzados como con las series de lazos de cuatro formando estrellas de ocho puntas combinadas con cruces. Incluso las bandas en zig-zag se potencian al hacerse dobles. Por lo demás, la cerámica aplicada sigue la tendencia formal ya presente en la torre de San Martín, es decir, una mayor variedad de piezas, menor formato de las mismas y más amplia gama de colorido.

Con todos estos elementos formales se logran efectos de falta de peso y de movilidad luminosa, que son pervivencia de la estética islámica en la arquitectura mudéjar. Próxima a la plaza mayor, hacia el Sureste, la torre de San Pedro se eleva a los pies de la iglesia y su construcción, datable a mediados del siglo XIII, pondría fin a una primera campaña edilicia románica, de la que sólo se ha conservado la torre. Por su tipología y decoración, esta torre de San Pedro ha sido relacionada siempre con la de Santa María, que según la documentación turolense fue construida entre 1257 y 1258. Esta torre de San Pedro se puede datar, según los últimos análisis, en 1240, por lo que algunos estudiosos defienden su precedencia cronológica sobre la de Santa María. El cuerpo original de campanas fue macizado en el año 1795 para sobreponerle un remate de sobrio carácter neoclásico. Tras la guerra civil española de 1936-39, el arquitecto Manuel Lorente Junquera eliminó el remate neoclásico, recuperando el cuerpo original de campanas. Hoy, de nuevo, la torre ha sido restaurada por Antonio Pérez y José María Sanz. Esta torre, como las demás, abre en la parte baja en arco apuntado, aquí de doble rosca, dejando pasar la calle bajo la misma. Comparte con la de Santa María una estructura interior de tradición cristiana, constituida por una sola torre, dividida en pisos. También comparte con la de Santa María el sistema ornamental, en el que destaca el friso de arcos de medio punto entrecruzados, cuyo precedente formal islámico se encuentra en la fachada de la mezquita de la Aljafería de Zaragoza, así como la aplicación de la cerámica mudéjar en su serie verde y manganeso.

Entre los elementos de interés ornamental de la torre se cuenta una serie de capiteles en piedra tallada. Mariano Navarro Aranda ya llamó la atención sobre uno de ellos, en el que se representa una hamsa o mano de Fátima, tema que, según Juan Antonio Souto, fue introducido por los almohades, con representación en la cerámica esgrafiada de la primera mitad del siglo XIII y que simboliza básicamente la fe del Islam y la protección contra los maleficios. La actual fábrica mudéjar de la iglesia de San Pedro sustituyó a la anterior de época románica, ya aludida; a la fábrica actual se refieren, sin duda, algunas noticias documentales exhumadas por Alberto López Polo, como la de su construcción, en 1319, la obligación de edificar su claustro por parte de Francisco Sánchez Muñoz en 1383 y, por último, la consagración de la iglesia en 1392. Todas estas noticias casan bien con las características estructurales y formales de la actual iglesia de San Pedro, que sigue la tipología de iglesia-fortaleza mudéjar establecida en la iglesia parroquial de Montalbán, particularmente en la zona del ábside. Este ábside es de planta poligonal, de siete lados, con capillas entre los contrafuertes, y con la característica tribuna o andito sobre las capillas. Por el exterior este ábside de San Pedro se halla muy decorado, con paños de ladrillo resaltado, y con contrafuertes que se alzan en forma de torreoncillos octogonales, más esbeltos y desarrollados que en la iglesia parroquial de Montalbán, a los que imitan, con un aire orientalizante.

Tanto el interior de la iglesia como el del claustro fueron objeto de una reforma modernista en la primera década del siglo XX, en la que intervinieron el arquitecto Pablo Monguió Segura y el pintor decorador Salvador Gisbert, una actuación que modificó profundamente todo el conjunto. En la actualidad se trabaja con lentitud en un vasto proyecto de restauración del monumento. La catedral de Santa María está situada cercana a la plaza mayor, en el centro de la ciudad, haciendo gala de su advocación antigua de iglesia Santa María de media villa, ya que no adquirió el rango de catedral hasta el año 1587, fecha en que se creaba la diócesis de Teruel. Como en el caso de San Pedro, la torre de Santa María es también el elemento más antiguo de todo el conjunto y fue construida, como se ha dicho, entre 1257 y 1258, cerrando asimismo una campaña edilicia románica desarrollada durante la primera mitad del siglo XIII. Aunque aquí las tres naves de época románica no fueron demolidas sino consolidadas, reduciéndose a la mitad el número de los arcos de separación de las mismas y recreciéndose sus muros en altura, que conforman las tres naves actuales, de las que la central se cubre con la famosa techumbre mudéjar. Los análisis recientes han dado la fecha de 1250 para esta torre de Santa María, que coincide con su datación documental. Junto con la coetánea de San Pedro constituye el arquetipo más antiguo de torre mudéjar turolense, entre cuyos elementos peculiares destaca en primer lugar el arco apuntado de su parte inferior, que deja pasar bajo el mismo el trazado viario, una fórmula que cuenta con suficientes precedentes en la arquitectura de la época, incluida la italiana.

De este modo las torres campanario se integran de manera perfecta en el sistema urbano. Asimismo hay que destacar los aspectos ornamentales de raigambre islámica, ya señalados para la torre de San Pedro, es decir, los arcos de medio punto entrecruzados y la cerámica en verde y manganeso aplicada como decoración arquitectónica en sus diversas formas de azulejos, discos o platos y fustes. En el interior de la catedral la techumbre mudéjar que cubre la nave central constituye una obra singular y única en el mudéjar hispánico, tanto por su estructura como por su decoración, confluyendo en ella dos tradiciones artísticas, la islámica de raíz oriental y la cristiana de raíz occidental, que se funden en una manifestación artística nueva. Ha sido denominada "Capilla Sixtina" del arte mudéjar. Aunque se carece de referencias documentales sobre su realización, todos sus elementos apuntan a una cronología relativa situable en el último cuarto del siglo XIII. Por lo que hace a la crítica de autenticidad, durante la última guerra civil de 1936-39 una bomba destrozó la última sección de los pies, restaurándose posteriormente de forma abusiva toda la techumbre, entre 1943 y 1945, por técnicos de Regiones Devastadas. Últimamente, entre 1996 y 1999, se ha realizado una campaña de intervención bajo la dirección técnica del Instituto del Patrimonio Histórico Español, habiéndose llevado a cabo una destacada labor de estudio, limpieza, consolidación y tratamiento de esta techumbre.

Estructuralmente conforma una armadura de madera de par y nudillo, con dobles tirantes, dentro de la tradición de la carpintería almohade. No es muy frecuente la conservación de armaduras de este tipo tan antiguas, habiéndose señalado algunos ejemplos coetáneos en la ciudad de Toledo (en la iglesia de Santiago del Arrabal y en la sinagoga de Santa María la Blanca). En el caso de la catedral de Teruel, cuyas naves habían sido recrecidas sin dotarlas de los contrafuertes necesarios para su posible abovedamiento, esta techumbre aportaba una solución de cubierta muy adecuada ya que su estructura reparte la carga por igual sobre los muros. Mayor es todavía el interés artístico de la ornamentación tanto geométrica como vegetal y, en particular, la figurada, que atesora un repertorio de imágenes sin igual. Aplicada al temple sobre la madera y en estilo gótico lineal, no predominan las imágenes sagradas, entre las que destaca un ciclo de la Pasión, sino las profanas, con representación de las diferentes clases sociales y de sus actividades. Llaman la atención las escenas de cabalgada, torneo y caza de los caballeros villanos, así como los diversos oficios y trabajos de los carpinteros, de los pintores o de los músicos. Otras imágenes, de carácter alegórico o simbólico, proceden de la tradición figurativa de los bestiarios o pueden estar relacionadas con los temas literarios. Sin embargo, no se aprecia un orden coherente en la disposición de las imágenes en el espacio de la techumbre y los estudiosos han discutido sobre su función y significado general.

En una valoración global de esta obra no hay que olvidar el horizonte histórico que la hizo posible, es decir, de la ciudad y de la sociedad turolenses en torno a 1285. Tras el recrecimiento de las naves en altura y la instalación de la techumbre mudéjar, las obras de la catedral continuaron hacia la cabecera, realizándose el crucero y los ábsides en 1335. Hay que esperar a la Edad Moderna, cuando la necesidad de una iluminación más potente para el nuevo retablo mayor del escultor Gabriel Joly, realizado en primorosa talla de madera en su color y asentado en el año 1536, obliga a plantear la construcción de un nuevo cimborrio. Fue diseñado por el maestro Juan Lucas, alias Botero, y construido en 1538 bajo la dirección de Martín de Montalbán. Este cimborrio de la catedral de Teruel es, por cronología, el segundo de los aragoneses, tras el de La Seo de Zaragoza, cuya estructura de raigambre musulmana reproduce, si bien al exterior son más evidentes ya los nuevos elementos formales del Renacimiento, como los bustos clipeados. Es la única manifestación del mudéjar turolense que por cronología queda fuera del siglo de esplendor medieval. Hacia el Norte de la ciudad medieval, dominando la calle longitudinal de Los Amantes, sobre la que se eleva, muy próxima a la puerta de Daroca, la torre mudéjar de San Martín es, como en el caso de El Salvador, el único resto mudéjar de la parroquia de su nombre, habiendo sido transformada por completo la iglesia en época barroca.

Esta torre fue construida entre 1315 y 1316 según la documentación turolense, como se ha dicho. Su reparación es la más antigua conocida, puesto que según datos documentales, utilizados ya por José María Quadrado, la torre fue profundamente reparada por el ingeniero y arquitecto francés Quinto Pierres Vedel, entre 1549 y 1551. La reparación consistió básicamente en construir en la parte baja de la misma un muro de piedra sillar en talud, que le sirve de apeo. Se adquirieron entonces unas casas al monasterio de la Santísima Trinidad para desembarazar la torre de construcciones anejas y proporcionarle una plaza ante la misma, idea urbanística moderna. En el siglo XX ha sido objeto de diversos estudios y restauraciones, destacando los de Ricardo García Guereta en 1926. La torre de San Martín sigue por un lado fiel al sistema turolense de abrir un arco en la parte baja para dar paso a la calle, pero por otro introduce una destacada novedad estructural, la de alminar almohade, ya vista en la torre de El Salvador y que las diferencia del arquetipo antiguo de las torres de Santa María y San Pedro. También son muy notables las novedades ornamentales, sobre todo en la labor de ladrillo resaltado, donde es evidente el influjo almohade en las composiciones. Además, la decoración cerámica muestra un importante avance sobre la etapa anterior, al enriquecer la gama cromática y la variedad de las piezas aplicadas, disminuyendo por otra parte su tamaño. Como recordaba Francisco Íñiguez, estas torres no son otra cosa que un alminar islámico al que se le ha superpuesto un cuerpo cristiano de campanas. La de San Martín es, sin duda, el arquetipo más logrado, incluido un defecto inicial, el no haber resuelto adecuadamente la cubierta del cuerpo de campanas ya que, a fin de cuentas, constituye un elemento extraño al sistema de trabajo mudéjar.

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