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Arte Español Medieval

Desarrollo


Desde que en 1859 José Amador de los Ríos utilizase por vez primera el término mudéjar aplicado a una manifestación artística, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando de Madrid, pronunciado con el título de "El estilo mudéjar en arquitectura", no han cesado hasta nuestros días de producirse intentos de sustituir este término por otro, por considerarse poco afortunada su formulación. En efecto, etimológicamente mudéjar deriva del árabe mudayyan, que quiere decir aquel a quien se ha permitido quedarse; mudéjar es, pues, en este sentido sinónimo de moro, y este carácter étnico del término aplicado a una manifestación artística no ha dejado de provocar reacciones en contra y graves confusiones de interpretación hasta el momento actual. Ya en 1888, en una serie periodística sobre los estilos en las artes, Pedro de Madrazo, refiriéndose al arte mudéjar, exigía que las manifestaciones artísticas se designasen por sus características formales y no por la condición personal de sus artistas. Por esta razón y para evitar cualquier connotación étnica en el concepto artístico, Vicente Lampérez en su monumental "Historia de la arquitectura cristiana en la Edad Media", aparecida en 1906, define el arte mudéjar como el hecho no sólo por los moros sino también por los cristianos adoctrinados por aquéllos, eliminando así cualquier posible interés por la condición social del artista; todavía en 1933 Elie Lambert apuntilla más el tema al proponer como fenómeno habitual la realización de obras mudéjares sólo por maestros cristianos y la de obras cristianas por maestros moros.

Con toda esta confusión no se ha conseguido más que minimizar e incluso borrar el importante papel que los maestros de obras moros han jugado en la creación del arte mudéjar y en la transmisión de un sistema de trabajo. Este desinterés por la condición social del artista, además, no ocurre con ninguna otra manifestación o estilo artístico. Es la maldición hispánica de los comportamientos pendulares. Tal vez el intento más decidido por sustituir el término mudéjar corresponda al marqués de Lozoya, quien en su monumental "Historia del arte hispánico", en 1934, utiliza el término morisco, como sinónimo de moruno o de moro, usado como adjetivo, y en este sentido es equivalente a mudéjar; para Lozoya morisco y mudéjar son equivalentes, pero prefiere el primer término por considerarlo más castizo y expresivo. La utilización del término morisco complica y confunde el problema tanto como el término mudéjar, ya que en castellano ambos, además de su significación como adjetivo, tienen otra como sustantivo; los moriscos son los moros convertidos forzosamente al cristianismo, también conocidos como cristianos nuevos, fenómeno que sucede en Castilla en 1502 y en Aragón en 1526. Alguna historiadora del arte, como Balbina Martínez Caviró, ha propuesto restringir el uso del término morisco para designar al arte mudéjar del siglo XVI, haciendo coincidir así el significado de adjetivo y sustantivo. Lo cierto es que en la actualidad el término mudéjar tiene para los historiadores un significado diferente al de su uso por los historiadores del arte; es decir, existe una historia de los mudéjares, la de las minorías étnicas musulmanas hasta su conversión forzosa, que cultivan los medievalistas, y una historia de los moriscos, de la de estas mismas minorías a partir de su conversión, que cultivan ya los historiadores de la edad moderna.

Para los historiadores del arte el término mudéjar, utilizado como categoría de periodización artística, cubre por igual el período medieval y moderno, ya que el término está absolutamente vacío de connotación étnica, al contrario de lo que sucede en historia. Otro de los términos que ha provocado no poca confusión en la interpretación del arte mudéjar es el de mudejarismo, que desde el año 1975 da nombre a los Simposios Internacionales de Teruel; este término surge en el siglo XIX, con matiz peyorativo, para aludir al movimiento de entusiasmo provocado entre los seguidores de la formulación del arte mudéjar; ya en el siglo actual tanto el marqués de Lozoya como Diego Angulo utilizan el término mudejarismo, con otro significado, para designar de un modo más vago, difuso e inconcreto al fenómeno artístico mudéjar; se habla de mudejarismo para aludir a cualquier rasgo o aspecto aislado de influjo musulmán en el arte cristiano; el uso del término mudejarismo ha dañado notablemente la interpretación del arte mudéjar, al extenderlo inadecuadamente a monumentos que no son mudéjares, contribuyendo de este modo a la indefinición e imprecisión de esta manifestación artística. Hemos dejado para el final la consideración de otras terminologías inadecuadas, que se vienen arrastrando en la historia del arte mudéjar. Se trata de un lado de las expresiones románico de ladrillo o la más genérica de arquitectura de ladrillo, esta última retomada por José Antonio Ruiz en 1988 en su estudio sobre la provincia de Segovia.

Son expresiones más radicales y alejadas de la valoración del mudéjar que las de románico-mudéjar o gótico-mudéjar, ya que ni siquiera consideran el mudéjar como un fenómeno ornamental, reduciendo todo a una simple versión en ladrillo del arte románico. La expresión "iglesias españolas de ladrillo" fue puesta en circulación por Vicente Lampérez en 1905, y un año después, con la expresión arquitectura románica de ladrillo el mismo autor se refería a las primeras manifestaciones del mudéjar leonés y castellano viejo; ya el marqués de Lozoya refutó de forma brillante y rotunda esta terminología de Lampérez, "pues parece designar una simple variedad del románico, siendo así que se trata de algo fundamentalmente distinto". El problema radica en si se valoran o no como algo fundamentalmente distinto del románico los primeros monumentos mudéjares del foco leonés y castellano viejo. Baste aquí decir que el sistema de trabajo mudéjar no utiliza el ladrillo solamente con función constructiva sino con función ornamental, por lo que la aparición de este material, cuando corresponde al sistema de trabajo mudéjar, comporta asimismo la aparición de ritmos compositivos y de series ornamentales que se adscriben a la tradición islámica. Por ello no cabe ni reducir la arquitectura mudéjar a arquitectura de ladrillo ni tampoco extender la denominación de mudéjar a la mera utilización arquitectónica del ladrillo, cuando no está presente el sistema de trabajo mudéjar.

Más extendida está en libros y manuales la terminología de románico-mudéjar y gótico-mudéjar; fue también difundida por Vicente Lampérez y encierra no sólo una incorrecta valoración e interpretación de los aportes islámicos, al reducirlos a lo puramente ornamental, sino que no considera al mudéjar como nueva expresión artística, diferente de los componentes que la integran, y fundamentalmente distinto de los estilos del arte occidental europeo. La cuestión terminológica e interpretativa, tan estrechamente unidas, no parece cerrada aún, puesto que últimamente, en 1990, José María Azcárate ha propuesto la sustitución del término mudéjar por el de "arquitectura cristiana islamizada" en su manual sobre el arte gótico en España; hay que reconocer no sólo el intento conciliador de Azcárate en la gran falla interpretativa de la historiografía nacional sino que además esta expresión supera en acierto por sus connotaciones a los intentos anteriores, aunque no resuelve el problema del pro indiviso cultural del arte mudéjar al formular en primer término el aporte cristiano. Aquí estimamos que, desbordado ya ampliamente un siglo de intentos terminológicos e interpretativos, el mudéjar se ha ganado merecidamente la permanencia en el controvertido vocabulario de la periodización artística, debiéndose poner el énfasis en el futuro en la precisión e interpretación de sus contenidos artísticos.

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