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Arte Español Medieval

Desarrollo


Mientras recorremos el eje de esta primera mezquita, dejando al fondo, allá a la derecha, las capillas cristianas que ocuparon la nave más occidental, la que podríamos llamar número uno (ahora caminamos por la sexta), te diré que hubiera sido muy raro que supiésemos el nombre del arquitecto que dirigió las obras de la mezquita, pues en toda la historia de la arquitectura islámica apenas si conocemos, desde la India a Portugal, los nombres de unos pocos arquitectos anteriores al siglo XV; es probable que la traza general de la mezquita fuese idea del mismo emir o sus consejeros, pues, dentro de los tipos que hasta entonces se habían usado, éste era, sin duda alguna, el más simple, ya que sólo la figura general cuadrada, la partición igualitaria entre sahn y liwan, la mayor anchura de la nave sexta y la menor de la primera y undécima, introducen alguna sutileza en este espacio, que es más sencillo que cualquiera de los que la arquitectura andaluza conocía desde siglos antes y tanto o más que los de las mezquitas que le precedieron; su organización general es tan simple que ha sido comparada con las estructuras, apenas unos muros y una jaima sobrepuesta, de las mezquitas de los beduinos del desierto de Jordania, como es el caso de Ar-Risha, estudiada por S. Helms recientemente, y que debe ser un poco más antigua que la de Córdoba. La genialidad, fecunda hasta lo máximo, vino por la solución de las arquerías, sin parangón alguno en Oriente ni en Occidente.

Lo cierto es que, fuese quien fuese, supo realizar admirablemente lo que se pedía, que era no caer en los vicios de la aljama que acababan de demoler, según el texto de al-Maqqarí que, ayudado por Ocaña, recité hace un momento. Bueno, sigamos, pero observa que en los muros que estamos viendo, y a veces en medio de los tramos, están depositados, sin lógica alguna, muchos restos arqueológicos, tanto musulmanes como cristianos, que demuestran los continuos hallazgos en la zona, pese a que jamás se han hecho campañas de excavaciones arqueológicas sistemáticas y continuadas. A Abd al-Rahman no le dio tiempo de acabar la obra, por lo que su sucesor, el emir Hisam, completó el edificio con varios elementos: una galería (saqifa) para las mujeres en el muro norte; al fondo del patio, un sencillo alminar, que como no pudo labrarse donde ya estaba la saqifa, se hizo por fuera, y un ámbito (mida'a) añadido a la fachada de levante, también por fuera, donde podían realizarse los lavatorios prescritos. Si seguimos la nave central alcanzaremos un punto, pasada la undécima columna, contada a partir de la fachada del patio, donde el pavimento vuelve a subir en rampa y de nuevo aparecen unos muros, concretamente dos y a nuestra izquierda, que son los restos de la qibla de la mezquita de El Emigrado, derribada cuando se hizo la ampliación de otro Abd al-Rahman, apodado Al Awsat. A la derecha, delante mismo de nosotros, aparecen más accidentes, pero esta vez son dos estructuras pertenecientes a la gran iglesia del siglo XVI, por la que pasaremos fugazmente dentro de un instante; es evidente que en el lugar de la nave central donde se produce la rampa estaba en su momento el mihrab ante el que oró el achacoso Al-Dajil, pero de él nada queda, señal de que debió de ser muy pequeño, pues de lo contrario su cimentación hubiera sido más amplia que la de éste y don Félix la hubiese detectado cuando lo excavó.

La zona en la que estamos es la más compleja de todo el conjunto, ya que se reúnen en poco espacio los restos de la mezquita original, el cuerpo de la primera ampliación y, entre ellas y sobre ellas, la parte final de la iglesia cristiana, es decir, el trascoro, que se labró en el siglo XVII; lo que complica la situación es que, como puedes ver, las fases pretendieron mantener, en lo posible, la continuidad espacial, desde lo paleoislámico a lo barroco, mientras las masas arquitectónicas, contra toda norma, caen desde arriba, pues sólo en función de estribos, arbotantes y contrarrestos, que están más allá de la cubierta, las disposiciones de macizos, que son escaleras y estribos, se entiende algo. La documentación no es muy explícita, pero parece que no se hicieron obras importantes en la aljama hasta el año 832, cuando el emir Al-Awsat decidió levantar en los costados de poniente y levante del patio, es decir, los que estaban libres, otras dos galerías, que compaginasen y diesen continuidad espacial a la construida por su abuelo Hisam al pie del alminar; las tres quedaron destinadas al rezo de mujeres. En el año 848 continúan las obras, iniciándose las de la primera ampliación en profundidad del liwan, para prolongarlo hacia el río, en una longitud de casi 27 metros, sensiblemente menor que la de la sala original; la obra duró muchísimo, quizá hasta el 855, en que el hijo de Al-Awsat, el emir Muhammad, acabó la decoración de lo añadido y renovó parte de lo original, cosa que ha inducido a diversos investigadores, apoyados en los reiterativos textos musulmanes, a pensar que hubo algo más que una ampliación frontal y una restauración, llegando a suponer que en este momento se añadieron las naves primera y undécima a una hipotética mezquita original de sólo nueve.

Esta idea viene propiciada porque esta primera ampliación fue copia fiel de la diseñada por el arquitecto de la primera, incluso siguieron aprovechando elementos arquitectónicos romanos y visigodos, aunque ahora sin basas. Estas circunstancias y las reformas posteriores nos han dejado esta. primera ampliación reducida a una cuarta parte de su extensión originaria, que podemos recorrer si salimos por unos minutos del espacio del trascoro; un cambio que debo señalarte es que en ella aparecen los primeros capiteles labrados ex profeso para el edificio, inspirados en tipos clásicos; los más interesantes ya no están en su lugar, pues, cuando se realizó la segunda ampliación, fueron llevados al nuevo mihrab. También es digno de anotarse que el decorado de las fachadas se realizó a base de estilizaciones florales labradas sobre los mismos sillares de la, fábrica, del edificio, siguiendo, probablemente, alguna idea decorativa que ya existía en la aljama de El Emigrado, y que era conocida en otros ámbitos andaluces, pero esto te lo vas a tener que creer hasta que no veamos el exterior. El acto de fe vas a tener que prolongarlo para imaginar las formas que tenían las obras que, al poco de las de Al Awsat y su sucesor, se hicieron en el edificio, precisamente para amueblarlo y facilitar el rezo a los emires en la época incierta que les tocó vivir, agobiados por los problemas que les planteaban los cristianos, tanto los que bajaban del norte queriendo devorar Al-Andalus, como los del interior, los mozárabes, que durante bastantes años alcanzaron la santidad por la vía de la desobediencia suicida; no faltaron rebeldes musulmanes por todas partes, y por si fuera poco, hasta los vikingos, con la invasión del año 844, ocasionaron graves problemas.

Así, desde el año 865 contó esta aljama con una maqsura, de madera; doce años después el emir Al-Mundir añadió una Bayt al-Mal o Cámara del Tesoro, para guardar los caudales que los fieles entregaban a la aljama como parte de su obligación canónica de dar limosna, que es otro de los pilares del Islam; este proceso se cerró hacia el año 900, cuando el emir Abd Allah, que no debía de ser un dechado de arrojo y valentía, enlazó el recinto de la maqsura con la muralla del alcázar en que venían residiendo; esto se consiguió mediante un sabat o pasadizo cubierto, que no sólo permitía pasar desde el palacio a la mezquita y regresar, sino también oír las conversaciones de los cordobeses que transitaban por debajo de él. Como de todo esto sólo el recuerdo permanece, regresemos hacia la exótica y luminosa región que constituye el trascoro, para caminar de nuevo por el ámbito central de la mezquita, hasta alcanzar allí, un poco más adelante, ese raro objeto mestizo que es un gran vano de herradura, decorado con lujosas piedras de colores, según el gusto del XVII, que nos anuncia, como un arco triunfal, la presencia de otro edificio, la aljama del emir Al-Hakam.

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