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Guerra civil

Desarrollo


A lo largo de los meses empleados en la ofensiva del Maestrazgo el Ejército Popular pudo reconstruir su organización y sus efectivos, cuando meses antes estaba a punto del colapso; incluso estuvo en condiciones de iniciar alguna modesta ofensiva que demostró su "inconsistencia" pero que demostró, al mismo tiempo, su deseo de resistir. La reconstrucción de los efectivos se hizo apelando a nuevos reemplazos que iban desde la "quinta del biberón" con tan sólo dieciocho años hasta reservistas de cuarenta, incorporando en total 17 reemplazos frente a los tan sólo 12 de Franco; por supuesto, esto contribuye a explicar las limitaciones en cuanto a calidad de esas tropas. Por otro lado, el Ejército del Ebro fue reconstruido a partir de la voluntad de una estricta disciplina que, en las circunstancias del momento, debía ser fundamentalmente política: como señaló Azaña, "casi todo el Ejército del Ebro es comunista; hay una especie de disciplina interior en cada unidad". Así era, en efecto: la jefatura del Ejército (Modesto), la de sus tres cuerpos y de la mayor parte de sus divisiones y brigadas y la totalidad del comisariado tenía esta adscripción ideológica, sobre la que es preciso advertir su vinculación con la disciplina para apreciar su correcta significación. El general Rojo, que no había tardado más de dos semanas después de la llegada del adversario al mar en elaborar un nuevo plan de actuación, fue el autor de la nueva iniciativa táctica.

El propósito no era tan ambicioso como tratar de recuperar la comunicación entre las dos zonas en las que había quedado dividido el Frente Popular, sino tan sólo paralizar la ofensiva adversaria hacia Valencia y ganar tiempo en la conciencia de que la mayor parte de los efectivos del Ejército Popular estaban en la zona Centro. Como en Teruel, la forma de actuación consistió en emprender una ofensiva y no una defensiva de retroceso escalonado como la que Miaja había llevado a cabo en el Maestrazgo. El 24 de julio de 1938 el Ejército Popular cruzó el río Ebro, que formaba la divisoria entre los dos bandos frente a Gandesa, en media docena de puntos. La idea de los atacantes consistía en evitar que el adversario se apercibiera de cuál era exactamente la penetración principal. Todos estos ataques, excepto el de Amposta, fructificaron; en tan sólo un día cruzaron el río tres divisiones y elementos de otras tantas en una maniobra calificada de "brillantísima" y a la que Negrín calificó de "fantástica". Rojo emplea para definirla adjetivos que deben ser recordados porque resultan por completo ciertos: fue un éxito, "fulminante, concreto, insospechado e indiscutible". La verdad es que el adversario esperaba este ataque, pero no la magnitud que tuvo y ello pudo haberle hecho recurrir inmediatamente a enviar refuerzos que quedaron rápidamente eliminados. La penetración del Ejército Popular supuso la desaparición del frente en 70 kilómetros, pero, hecha por la infantería durante la noche, careció de profundidad suficiente porque no fue posible el uso de la artillería o los carros ni tampoco de la aviación.

Aunque el éxito fuera considerable y el rigor técnico de la ejecución evidente, mayor que en ninguna otra ofensiva anterior, el Ejército Popular no llegó a tomar Gandesa y, como siempre, su impulso ofensivo se agotó en tan sólo unos días. Lo sorprendente no es eso sino que, una vez más, con su "determinación cazurra" (Salas) Franco no dudara en acudir al terreno elegido por su adversario para emprender "una ciega lucha de carneros, mediante el enfrentamiento directo, golpeándose las respectivas cabezas hasta que se agotó el más débil". Fue, sin duda, la más sangrienta, larga y empeñada batalla de la guerra civil española pero también la más innecesaria y absurda. Incluso los jefes militares del adversario eran perfectamente conscientes de que Franco hubiera hecho mucho mejor en utilizar sus fuerzas en otro sitio, como, por ejemplo, al Norte en la dirección Lérida-Barcelona. Sin embargo, Tagüeña dice que en sus Memorias que, "conocida la mentalidad del adversario", no les podía extrañar que sacrificara a miles de partidarios en una lucha de directo enfrentamiento. Hubo generales franquistas, como Aranda, que se irritaron frente a esta simplicidad, pero, al mismo tiempo, una vez concluida la contienda, por mucho más simple que hubiera sido obtenida la victoria, la verdad es que el Ejército republicano no fue ya capaz de ofrecer resistencia al adversario una vez resuelta esta batalla. Entre los días 26 al 31 de julio el Ejército Popular fue detenido, mientras que Franco con su rapidez logística habitual concentraba sus tropas y recursos en el saliente formado por el ataque del enemigo y, sin considerar la posibilidad de atacar por otro lado, se decidía a enfrentarse con él allí mismo.

El Ejército Popular se atrincheró en las tres sierras (Pandols, Cavalls y Fatarella) con la resuelta decisión de resistir al adversario. La historia de la batalla es sencilla de narrar teniendo en cuenta que se trató de ese enfrentamiento frontal. En los primeros días de agosto fue suprimido un entrante del frente cerca de Mequinenza. A mediados de mes, otro duro ataque en que se emplearon por los nacionalistas 170 bocas de fuego sólo logró un avance de 28 kilómetros. Las condiciones eran penosísimas para ambos bandos combatientes: las tropas del Ejército Popular debían resistir bajo cubierto el bombardeo de preparación del adversario, que cuando avanzaba debía servirse de alcanfor para no oler sus propios cadáveres. Fue esta situación de indecisión la que explica que durante meses fuera cierto el diagnóstico de Líster ("La ofensiva republicana en el Ebro mejoró grandemente la situación política y militar de la República") en cuanto que permitió a Negrín negociar una posible mediación, en un momento en que se ventilaba la crisis de Munich. Sólo en la tercera semana de octubre el Ejército de Franco, después de concentrar 500 bocas de fuego, asaltó la sierra de Cavalls, el centro de la defensa adversaria. En los primeros días de noviembre se produjo ya la definitiva ofensiva y a mediados de mes las tropas del Ejército Popular volvieron a la otra orilla. Fue la batalla más sangrienta de la guerra, que pudo causar de 60.

000 a 700.000 bajas a cada bando y en que se impuso la superioridad de la aviación y artillería de los sublevados (en un solo día se hicieron casi 14.000 disparos). Todos los combatientes reconocen que, como dijo Franco, esta fue "la batalla más fea" de la guerra: en su propio bando Martínez Campos escribió que la batalla fue como "una cárcel o una checa", y Vigón, que "será la batalla que menos nos agradecerá España". El propio Franco justificó por la concentración de los efectivos adversarios su decisión de atacarle frontalmente, lo que desde un punto de vista táctico no resulta aceptable. Muy posiblemente, tampoco se entiende la resistencia a ultranza del Ejército Popular en la bolsa de Gandesa, de no ser por una situación internacional que parecía justificar su esperanza. Tras estos tres meses de lucha en los que había debido soportar hasta siete ofensivas adversarias, de vuelta a sus posiciones de partida, el Ejército Popular había quedado en una situación moral que resultaría ya irreversible en su conciencia de derrota. Como escribió el general Kindelán, la batalla del Ebro "acabó por decidir la guerra a favor de nuestro Ejército sin posible apelación". Es cierto que la actividad organizadora de Rojo consiguió la reconstrucción de la organización militar e incluso el establecimiento de cuatro líneas defensivas; al mismo tiempo volvió a imaginar la posibilidad de una operación militar en Extremadura ("plan P"), ahora con la variante de tratar de atraer las reservas del adversario hacia el Sur gracias a un desembarco en Motril, idea a la que acabó oponiéndose Miaja.

De todos modos, la situación había cambiado de manera esencial porque la acumulación de derrotas había quebrado la voluntad de resistencia del Frente Popular, cuando en plena ofensiva del Ebro se había pensado seriamente en los medios internacionales, una vez más, que la guerra podía concluir en tablas. No sólo contaba esta última derrota sino también el efecto de los bombardeos sobre la población civil que a lo largo de la guerra causaron 5.000 muertos en Cataluña, principalmente a comienzos de 1938, una cifra muy superior a la que se produjo en 1937 en Guernica. La diferencia de medios entre los sublevados y los nacionalistas no había hecho otra cosa que aumentar. Como mínimo durante la batalla de Cataluña la superioridad atacante fue de 10 a siete en artillería y de cinco a tres en aviación; los últimos aprovisionamientos de material ruso llegaron a la frontera francesa en una fecha demasiado tardía como para que pudieran ser utilizados por el Ejército Popular. De todas maneras, lo sucedido en la batalla de Cataluña demuestra que la razón esencial de la derrota de los republicanos radica mucho más en factores morales que en otros propiamente militares. La ofensiva se inició el día anterior a Navidad, en dos puntos: al Norte, junto a Artesa de Segre, que resistió mejor, y más al Sur, cerca de Borjas Blancas, en donde después de quince días de feroz combate se abrió una brecha amplia y profunda que dejó prácticamente liquidado al Ejército del Ebro el cual no pudo hacer en lo sucesivo otra cosa que retirarse.

Lo hizo, además, en forma de desbandada, "una de las muchas que debimos presenciar", en palabras de Rojo. En efecto, hubo unidades enteras de tipo brigada que se diluyeron en contacto con el enemigo y se produjeron casos de pánico cuando el adversario estaba todavía a 50 kilómetros. En estas condiciones la campaña de Cataluña no fue otra cosa que una gigantesca explotación del éxito. En pocos días las tropas de Franco habían conquistado 7.000 kilómetros prosiguiendo desde el Sur su avance hacia la frontera francesa. A mediados de enero fue tomada Tarragona. Hubo todavía algún esfuerzo voluntarista de convertir a Barcelona en una segunda edición de la defensa de Madrid, pero había una diferencia esencial en el espíritu de los que resistían en una y otra ocasión; como luego escribió Rojo, en enero de 1939, "notábamos la falta de lo esencial... el apoyo y la colaboración de la retaguardia". El 26 de ese mes se produjo la entrada de las tropas de Franco en Barcelona sin resistencia alguna; sólo tres días antes las autoridades republicanas habían decidido la proclamación del estado de guerra. En su camino hacia la frontera buena parte de los dirigentes republicanos daban ya por inevitable la derrota, que alimentaría, además, el enfrentamiento entre ellos. Un total de algo más de medio millón de personas cruzaron la frontera. Buena parte de ellas no volverían a hacerlo en sentido inverso. Por tanto, de nada sirvió que el Ejército Popular tratara ahora, en esta fase final, de tomar la iniciativa en otros sectores.

"El del Sur había sido la cenicienta de los frentes", escribió con razón Antonio Cordón. Antes, sin embargo, lo habían hecho sus adversarios. La verdad es que la especial contextura del frente en esa zona geográfica daba pie a que se tomaran iniciativas ofensivas: había amplias soluciones de continuidad entre las posiciones defensivas que, por uno y otro bando, no podían ser consideradas más que como una línea de vigilancia. En la primavera de 1938 Queipo de Llano solicitó de Franco tomar la iniciativa para estrangular la bolsa de Mérida, de más de 3.000 kilómetros de terreno quebradizo e irregular, que formaba una especie de pronunciado saliente gracias al cual el Ejército republicano podía tener la perspectiva de cortar en dos la zona sublevada. Las operaciones se llevaron a cabo durante la batalla del Ebro de una manera un tanto lenta que es prueba de la insuficiencia de recursos por parte de los atacantes. El Ejército Popular, en cambio, tomó la iniciativa en el momento de la campaña de Cataluña atacando en dirección a Pozoblanco. En un principio la ruptura del frente pudo parecer tener como consecuencia un derrumbamiento, pero al final el ataque concluyó de manera parecida a los de Brunete o Belchite: los atacantes penetraron hasta 40 kilómetros pero los bordes de la bolsa que produjeron en el frente adversario permanecieron firmes. La batalla no fue, por ello, más que una incidencia que no tuvo otro efecto que distraer una parte de la aviación republicana en el frente del Sur, aumentando por tanto la superioridad de Franco en su avance hacia la frontera. Éste, en fin, no hubiera sido imaginable de no ser porque también las circunstancias internacionales se habían hecho definitivamente favorables a los que serían vencedores en la guerra.

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