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Rango

Guerra civil

Desarrollo


Antes incluso de que se hubiera formado el Gobierno Giral o Largo Caballero y sus seguidores hubieran vetado la formación del que presidía Martínez Barrio, ya había en los medios gubernamentales de segunda fila quienes, gracias a mantener una actitud que consideraba inevitable el enfrentamiento, habían contribuido a que lo fuera, aunque, al mismo tiempo, contribuyeron de manera importante a que el balance inicial del conflicto no fuera positivo para los sublevados. Los testimonios de algunos de los principales dirigentes militares republicanos son, en este sentido, muy significativos. Tagüeña dice, por ejemplo, haber pasado en los últimos tiempos "casi todas las noches de guardia en el puesto de mando de las milicias socialistas en espera del golpe militar" porque llegar al enfrentamiento era un "deseo acariciado largo tiempo". Más decisiva fue la acción de otro militante comunista, Cordón, que junto al general Sarabia, como jefe de personal en el Ministerio de la Guerra, contribuyó a que parte de las guarniciones permanecieran adictas al Gobierno. En la flota destaca la acción espontánea de un oficial radiotelegrafista llamado Balboa, que envió desde el centro de comunicaciones de la Armada telegramas a las tripulaciones en favor del Frente Popular y consiguió que buena parte de ellas se rebelara contra la oficialidad. Si existía una organización militar conspiratoria con las siglas UME, también había otra, denominada UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), tan minoritaria como la citada, pero vigilante respecto de los intentos conspiratoriales antirrepublicanos.

A la altura del 19 de julio no era sólo el fracaso de los intentos de llegar a una transacción sino también el del pronunciamiento imaginado y previsto por Mola lo que hacía inevitable la guerra civil. Esos tres días no habían sido en absoluto resolutivos, tal como habían pensado los dos bandos. El Ejército no había actuado unánimemente y había encontrado resistencias muy fuertes de carácter popular, lo que prueba que la actitud gubernamental fue mucho menos pasiva de lo que se suele afirmar. Por eso sería incorrecto presentar lo sucedido como una sublevación del Ejército o los generales en contra de las instituciones. Aunque los principales dirigentes del bando sublevado fueran generales y le dieran una impronta característica, no faltaron oficiales en la zona controlada por el Gobierno. Los mandos habitualmente no se sublevaron y el número de generales afectos al régimen fue elevado. Es muy posible que la diferencia de comportamiento entre la oficialidad en el momento del estallido de la sublevación derivara de diferencias generacionales que se sumaban a las ideológicas. Fueron los oficiales más jóvenes los que predominantemente se sublevaron, hasta el extremo de que en las últimas promociones de la Academia General Militar el porcentaje de los que lo hicieron se aproxima al 100 por 100. De todos modos, en un primer momento al Gobierno republicano no le faltaron oficiales, puesto que de los aproximadamente 15.000 en activo la mitad quedaron en la zona controlada por él.

Esta cifra, sin embargo, resulta engañosa por la sencilla razón de que luego el Ejército Popular no hizo uso de todos ellos por desconfianza respecto de sus intenciones. A los oficiales en activo se sumaron los retirados dispuestos a colaborar y en total se puede calcular que el Ejército Popular pudo contar con unos 5.000, cifra que era inferior en un 50 por 100 a los que combatieron en el otro bando, pero que no revela indefensión por parte de las autoridades republicanas. En efecto, en esos momentos iniciales de la guerra la situación no era ni mucho menos tan favorable a la sublevación como lo hubiera sido en el caso de que ésta hubiera sumado a la totalidad del Ejército. En realidad la situación estaba bastante equilibrada e, incluso, desde más de un punto de vista, si alguien tenía ventaja era el Gobierno. Un cómputo realizado por algunos historiadores militares afirma que aproximadamente el 47 por 100 del Ejército, el 65 por 100 de los efectivos navales y aéreos, el 51 por 100 de la Guardia Civil, el 65 por 100 de los Carabineros y el 70 por 100 de los Cuerpos de Seguridad y Asalto estuvieron a favor de los gubernamentales. Tales cifras corresponden a la realidad pero pueden también resultar engañosas como las citadas respecto de la oficialidad. Así, por ejemplo, la división del Ejército en casi dos mitades idénticas oculta la realidad de que la porción más escogida del mismo, la única habituada al combate y dotada de medios, las tropas de Marruecos, estaba en su totalidad en manos de los sublevados.

En cuanto a los medios navales, medidos en número de buques, ofrecen un panorama todavía más aplastante porque 40 de los 54 barcos estaban en manos de los gubernamentales. Sin embargo, los sublevados pronto contaron con unidades modernas en construcción (los cruceros Canarias y Baleares) y, sobre todo, los gubernamentales no pudieron hacer patente su superioridad por tener en contra a la práctica totalidad de la oficialidad. En efecto, de los más de 700 miembros del Cuerpo general, el Frente Popular apenas utilizó a una cincuentena, ejecutó a unos 350, buena parte de ellos sumariamente, e incluso permaneció en la duda respecto de la fidelidad de quienes tenían el mando de los buques propios. De unos 450 aviones, el Gobierno contó con más de 300, pero, como veremos, la ayuda extranjera tuvo una especial significación en este primer momento respecto de este arma y los aviones italianos, por ejemplo, al ser mucho más modernos, equilibraron la superioridad gubernamental. En lo que ésta era patente fue en lo que respecta a los recursos humanos y materiales de los que inicialmente se partía. En un discurso radiado Indalecio Prieto afirmó, como era por otro lado evidente, que "extensa cual es la sublevación militar que estamos combatiendo, los medios de que dispone son inferiores a los medios del Estado". Prieto insistía especialmente en dos hechos: el oro del Banco de España permitía al Gobierno una "resistencia ilimitada" y además el Gobierno tenía también a su favor la mayoría de las zonas industriales, de primordial importancia para el desarrollo de una guerra moderna.

A eso había que añadir que aunque la zona gubernamental fuera discontinua, suponía un porcentaje de población (el 60 por 100) superior a la adversaria. ¿Cómo se explica entonces que el resultado de la guerra civil fuera tan distinto de las previsiones de Prieto? Por supuesto, para dar una respuesta completa a este interrogante es preciso decir que, al mismo tiempo que el Estado republicano hacía frente a la sublevación militar e impedía que ésta triunfara, debía enfrentarse también a una auténtica revolución social y política surgida en las mismas regiones y sectores sociales que se decían adictos. Como "cada grupo obró con absoluta independencia y se organizó no como parte de un todo sino como un todo aparte" el resultado fue que esas ventajas iniciales, tampoco tan abrumadoras, se esfumaron.

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