Compartir


Datos principales


Rango

Alfonso XIII

Desarrollo


Tras el abandono del poder de Primo de Rivera sucedió uno de los procesos políticos más complicados que cabe imaginar: el tránsito de una dictadura a la normalidad constitucional de 1876. Primo de Rivera no sólo no fue capaz de imaginar un nuevo sistema político sino que deterioró a la Monarquía y al limitado sistema liberal existente. Pero el colapso de la Monarquía, que sorprendió tanto a sus partidarios como a sus adversarios, no fue consecuencia tan sólo de la dictadura precedente sino también de la forma que tuvo Berenguer de enfocar el proceso transicional. El error fundamental que cometió consistió en no haber comprendido que la misma existencia de la Dictadura probaba, sin lugar a dudas, que no podía restablecerse la situación previa al golpe de Estado. El general Berenguer, que se había significado por su moderada oposición a la Dictadura, era el más liberal de los tres candidatos que Primo de Rivera le había presentado al Rey para sucederle. Cuando anunció sus propósitos de una vuelta a la normalidad constitucional fueron muy bien recibidas sus medidas liberalizadoras por la opinión pública, pero desde un primer momento fue posible detectar graves deficiencias en su gobierno. Él no era un político y eso hacía prever que la inquina contra el Rey de la vieja política perseguida no iba a desaparecer y que el general carecía de la habilidad estratégica necesaria. El propio Berenguer se quejó en sus Memorias de la reserva y apartamiento de una buena parte de los políticos monárquicos, sobre todo de los liberales.

Pero la vuelta a la legalidad constitucional se hacía de forma tan lenta que hasta se llegó a dudar de que ese fuera su propósito. Los comentaristas calificaron al sistema de Gobierno como una "dictablanda". Esta lentitud hizo que cada mes que pasaba supusiera un deterioro de su popularidad, hasta tal punto que es muy posible que una mayor decisión y rapidez hubiera evitado el abandono de la Monarquía por parte de algunos políticos. A la hora de formar gobierno, Berenguer sólo tuvo el ofrecimiento franco y desinteresado del sector más caduco del caciquismo conservador, el de Bugallal. Por tanto, su Gobierno se apoyaba en la corrupción política que era tradicional en el mundo rural. También su política económica era anacrónica, como lo demuestra el hecho de que, deseoso el gabinete de mantener una estricta política presupuestaria, uno de sus ministros se vanagloriaba de que durante su mandato no se había subastado ni una sola obra pública más, con lo que se contribuía al aumento del paro. Pero, ¿era inevitable una vuelta a la legalidad constitucional? Dentro del marco de la Monarquía, había otras soluciones que hubieran sido más renovadoras y que quizá el Rey las hubiera aceptado. Fueron éstos los momentos de la vida de Alfonso XIII en que la decisión resultó más difícil. Es posible que, de haber podido, hubiera abandonado el trono, pero la enfermedad del Príncipe de Asturias se lo impedía. Incluso llegó a sugerir a Santiago Alba la realización de un plebiscito sobre su persona y la reforma constitucional.

Ortega y Gasset denunció esta situación política anacrónica en un artículo titulado El error Berenguer. Decía el filósofo que no es que Berenguer hubiera cometido errores, sino que otros los habían cometido con él al hacerle Presidente del Consejo de Ministros. El error Berenguer consistía en tratar de "hacer como si aquí no hubiera nada radicalmente nuevo y desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho sino especular con los vicios nacionales, arrellanarse en la indecencia nacional". Ortega decía que ahora el pueblo español había cambiado. En este momento la opinión pública jugó un papel activo en la vida política. La agitación la produjo tanto la extrema derecha como la izquierda. La Unión Patriótica, convertida en Unión Monárquica Nacional, perdió parte de sus efectivos y criticó el régimen constitucional y parlamentario así como los proyectos de Berenguer. Sin embargo, el protagonismo de la oposición al Gobierno corrió del lado de la izquierda y, dentro de ella, de la moderada y no de la extrema. Por estas fechas, en la UGT y en el Partido Socialista predominaba la tendencia antimonárquica que representaba Indalecio Prieto, y la CNT comenzó su reconstrucción cuando a nivel provincial se autorizó su legalidad. Pero lo más grave para el régimen era que las clases medias comenzaban a mostrar un claro distanciamiento hacia la figura del Rey, a lo que contribuía la decepción sufrida por un buen número de antiguos personajes del régimen monárquico.

Sánchez Guerra declaró que no deseaba servir a señor "que en gusanos se convierta" y que en la Dictadura "el impulso fue soberano"; Ossorio y Gallardo se declaró monárquico sin rey. Únicamente dos personajes políticos monárquicos pasaron al campo republicano. El primero de ellos fue Miguel Maura, que recogió así la herencia antialfonsina de su padre. El otro, menos impetuoso que el anterior y que tardó mucho más en decidirse a dar el paso, fue Niceto Alcalá Zamora. En abril de 1930 solicitaba para España un régimen político republicano, pero esencialmente conservador desde el punto de vista político, social y religioso. En estos momentos, el republicanismo histórico apenas tenía un verdadero protagonismo y lo verdaderamente decisivo fue que la idea republicana adoptó una imagen externa mucho más moderada con el apoyo de las clases medias y de una movilización política como nunca había existido en España. En agosto de 1930 se firmó el Pacto de San Sebastián, que supuso una alianza entre el republicanismo nuevo y el viejo, así como el inicio de una etapa de dirección coordinada. A partir de entonces hubo un Gobierno Provisional republicano, presidido por Alcalá Zamora, y que celebraba sus reuniones en el Ateneo de Madrid. La totalidad de los intelectuales y una buena parte del Ejército fueron los nuevos sectores que apoyaron al republicanismo.

Los primeros acudieron a la llamada de una Agrupación al Servicio de la República surgida tras un manifiesto de José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala y que había sido inspirada por el filósofo. En cuanto al Ejército, los republicanos se vieron favorecidos por la existencia de una protesta generalizada en algunos de sus estamentos. En diciembre de 1930 se produjo el intento de sublevación de Jaca, al frente de la cual estaban Galán y García Hernández, que se adelantaron a las previsiones de los dirigentes republicanos y fracasaron. Pero lo que había sido una derrota jugó un papel decisivo en el colapso del régimen que, capaz de resistir una conspiración militar, se derrumbó en unas elecciones municipales. El fusilamiento de los dirigentes de la sublevación de Jaca proporcionó al republicanismo unos héroes capaces de movilizar en su favor a la opinión pública. Por el problema de las elecciones el Gobierno Berenguer entró en crisis. El general pensó convocarlas a diputados para evitar librar tres batallas sucesivas en lugar de que primero fueran las municipales y las provinciales, como era lo habitual. Ante el anuncio de elecciones generales hubo una oleada de declaraciones abstencionistas desde finales de enero de 1931 que precipitaron la crisis ante la manifiesta incapacidad de Berenguer para hallar solución a tan difícil coyuntura.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados