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Arte Español Medieval

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El 26 de noviembre de 1393, el chantre de Santo Domingo de la Calzada y Calahorra, Diego Fernández, hacía testamento. Debía ser persona bien situada económicamente, porque dota una capilla funeraria propia en el claustro de la catedral de la primera de las ciudades. Además, indica taxativamente "que enbien por el alma del dicho Diego Ferrandez un omne de pie a Santiago de Gallizia". Este hombre debe pasar por otros santuarios en todos los cuales hará decir misas por su alma. Repite la disposición con otras personas, peregrinos que, entre otros lugares, irán a visitar a la Virgen de Guadalupe con similares instrucciones. Por otra parte, por el perdón de su alma, deja todo preparado para que cada año se haga procesión el día de la traslación del Apóstol ante el cuerpo santo de santo Domingo conservado en la misma catedral. Con este documento tan simple se ponen de manifiesto algunas de las muchas consecuencias que propició el desarrollo del culto a Santiago a través de su Camino. Así, nos encontramos en una ciudad cuyo origen se debe a la oscura existencia de un modesto clérigo restaurador y cuidador de la calzada en su paso por una zona de La Rioja, involucrado por tanto en que todo fuera lo mejor posible para los peregrinos que provenientes de los reinos cristianos peninsulares orientales o de Europa viajaban al santuario de ese "Finis Térrea" que era Compostela. Existieron otras personas de similar talante, pero pocos llegaron a tener una proyección pública y menos a ser considerados santos.

Al alcanzar esta dimensión, menos quizás su obra que su persona o la imagen que de ella se fue creando con el paso del tiempo, se fue consiguiendo que lo que fue poco más que un pequeño conjunto de casas se convirtiera en una villa cuyo urbanismo está por completo condicionado por el Camino. Existen, es cierto, otras con parecidas características, porque se desarrollan a lo largo de una ruta, con una calle principal a la cual suele dar la portada más monumental de alguna iglesia o santuario y, cuando se hace más compleja, paralelas a ella corren otras dos calles, una a cada lado. No es raro que al final o al principio se encuentre un puente que permite salvar la corriente de un río. Así lo vemos en Santo Domingo de la Calzada, en Puentelarreina (Navarra) o Castrojeriz (Burgos). La importancia de más de una con el correspondiente crecimiento llega a enmascarar la idea original, pero aún así, como en Estella, sigue destacando la antigua calle que era el Camino, flanqueada de casas nobles, iglesias más o menos importantes (Santo Sepulcro, San Pedro de la Rúa) e incluso palacios. En otro orden de cosas, esa disposición por la que indica que alguien ha de hacer el camino a pie hasta Santiago no es algo excepcional. Los peregrinos a Santiago lo eran por mera devoción, buscando un milagro, una ayuda a cualquier problema o la curación de una enfermedad, dando gracias por haber conseguido cualquiera de estas cosas o como penitencia por alguna falta cometida.

Sin embargo, estamos ya en 1393, las dificultades e incomodidades del viaje, incluso sus peligros, inclinan a la pereza a muchos hipotéticos viajeros bien pertrechados de dinero, que consiguen los mismos beneficios enviando a alguien en su nombre, es posible que por menos precio, porque no conceden a los sustitutos las mismas comodidades que buscarían para ellos. Este es el caso del chantre de Santo Domingo de la Calzada, quien, no satisfecho con una sola embajada, prepara todo para que sean tres los mensajeros. Sin abandonar aún este lugar recordemos otro hecho sucedido más de un siglo después, el 7 de febrero de 1493. Ese día se vio llegar a la catedral "un honbre en forma de rromero", acercarse a la capilla y sepulcro del santo caminero y hacer allí su oración, finalizada la cual se dirigió al cabildo y canónigos de la iglesia. Dio su nombre, Gonçalo de Monesterio, del reino de Galicia, y explicó las circunstancias que le llevaron a esta peregrinación. Navegaba por el mar acompañado de otros doce en un barco cargado con "mercadurias" que se ven en apuros tales ante la tormenta que se les presenta, que suponen llegada su última hora. Rezan entonces a la Virgen de Guadalupe y a santo Domingo de la Calzada, prometiendo que viajarán a los santuarios donde se les rinde culto si son salvados. Como esto ocurre, echan suertes sobre quién debe ir a un lugar y quien al otro. A Gonçalo de Monesterio le correspondió La Calzada. Nada hay que mencione a Santiago y su Camino, pero, ¿se puede desligar de él esta historia? Desde luego estamos ante uno de esos casos en que una situación comprometida conlleva una promesa que se cumple con la visita a un santuario, que en muchas ocasiones fue Santiago.

Si aquí no sucede así, es imposible olvidar que La Calzada es hija del Camino y no hubiera existido el santo si no fuera necesario reparar las vías y ayudar a los viandantes enfermos y pobres. En definitiva, que cuando hablamos de la importancia de Santiago y del Camino es necesario referirnos a lugares como el que comentamos, surgidos sólo porque esta ruta había adquirido notable relevancia. Pero algunos, llegan con el paso del tiempo a adquirir vida propia y a poseer su propia dinámica de funcionamiento, con independencia de sus orígenes, como se manifiesta en el mencionado documento. En 1493, Santo Domingo de la Calzada era una villa con el perfil urbano mencionado, que, aunque por razones ajenas a la dinámica del propio Camino, se llegó a convertir en sede episcopal. Se había levantado la cabecera de una iglesia románica monumental dotada de amplia girola y capillas absidiales, con un impresionante presbiterio donde determinadas columnas se cubrían con un profuso ornamento de abajo arriba, mientras diversos talleres de notables escultores de la segunda mitad del siglo XII habían trabajado para completarla. Existía un hospital de acogida de peregrinos ya entonces monumental. Se había fabricado un monumental sepulcro destinado al Santo que era visitado por peregrinos como el mencionado en el documento citado y se había creado un corpus de narraciones maravillosas que lo tenían como protagonista, a las que se fueron incorporando leyendas, como la del peregrino colgado, cuyo origen se vincula al Camino de Santiago.

En paralelo, lo normal sería mencionar el santuario de San Juan de Ortega, con inicios bastante próximos, que incluían la conversión en santo del fundador, pero con otra historia posterior diferente, en la que por entonces ya habían intervenido, desde el obispo de Burgos, Alonso de Cartagena, hasta la orden jerónima, incluyendo los condes de Haro, señores de Medina de Pomar. El primer documento corresponde a una fecha avanzada de la Edad Media. Podría ser algo excepcional, pero no es así. ¿Quiere decir que por entonces el Camino y el culto a Santiago seguían siendo importantes en la Europa occidental cristiana? Una buena parte de la atención concedida en nuestro tiempo al fenómeno se centra en los siglos del Románico o, en todo caso, se prolonga hasta la primera mitad del siglo XIII. Hay razones para ello y la primera es la profunda transformación que la ciudad de Santiago sufre en ese período. Es cuando se eleva su prodigiosa catedral y se la dota de las monumentales portadas en las que trabajan los más grandes escultores de Europa. El proceso se prolonga en el siglo XIII. La muestra de que algo empezaba a ser diferente la tenemos en el fracaso del último proyecto arquitectónico: la sustitución de la cabecera románica por otra gigantesca gótica en la línea de la catedral de León, pero sensiblemente mayor que ella. Siendo todo esto cierto, no se deduce que el santuario y el camino dejen de ser un punto de referencia para los europeos a partir de estos años.

Y en esto no hablamos sólo de arte. En la literatura, el Camino sigue siendo una referencia frecuente a medida que transcurre el tiempo. El "Dit des annelets" es una especie de "exemplum" piadoso, pero escrito con crudeza, donde la peregrinación compostelana tiene un protagonismo indudable. Un matrimonio noble del Norte de Francia inicia un largo viaje a Santiago para agradecer que el santo les haya hecho padres de unos gemelos. He aquí otra de las concesiones del Apóstol. En el transcurso del camino la mujer comete una infidelidad, aunque no se consuma el adulterio. Después de una historia compleja, el marido la abandona en una frágil barca, pero se salva. Con el tiempo él decide repetir la peregrinación a Compostela acompañado de sus dos hijos, entonces de siete años. Llega a un convento regentado por su repudiada esposa deseosa de hacerse perdonar la falta cometida, ayudando a los peregrinos. Se produce el encuentro y la reconciliación. El autor no encontró mejor hilo conductor en una narración mucho más complicada de lo dicho que el Camino de Santiago. A principios del siglo XIII se escribe "La Hija del Conde de Ponthieu" muy similar en parte de su planteamiento. Aquí, la pareja protagonista decide ir a Compostela porque no tiene hijos y para pedirlos al Apóstol. Pero su éxito conduce a una nueva redacción de la historia en el siglo XV, más rica en situaciones y actitudes psicológicas. En ella el marido de la hija del conde lleva también la iniciativa: "Nació en su corazón el deseo de ir a Santiago en Galicia, porque se acordaba de haber oído en otra ocasión que este santo concedía ayuda, consuelo y socorro a aquéllos que iban a suplicarle con fé sincera".

Luego la narración sigue unos derroteros diferentes, porque la esposa es violada, en vez de aceptar voluntariamente la relación con un tercero. Son numerosos los ejemplos literarios donde el Camino tiene un protagonismo hasta fechas muy avanzadas, como en los ejemplos elegidos. Pero no sólo estamos ante un motivo literario, sino que esa presencia se fundamenta en una realidad. Entre las personas que conoce el viajero español Pero Tafur, hay un capitán que le acompaña en los alrededores de Bruselas. A través de él es invitado por una abadesa, parienta suya, que "avíe venido en romería a Santiago". Y esto sucede casi a mediados del siglo XV. Desde luego, las menciones no siempre son positivas o se habla con elogio del camino, la peregrinación y sus ventajas materiales y espirituales. Ya en el siglo XIII, la pugna entre las sedes de Santiago y Toledo había llevado al arzobispo de la segunda a una actitud muy crítica respecto a la autenticidad de las reliquias compostelanas, por otro lado puesta en cuestión en lugares como el mismo Toulouse, donde decían conservar parte de esos restos. Pero no fue tal crítica la que motivó la crisis de la peregrinación, aunque viniera de persona tan influyente como Erasmo de Rotterdam. En efecto, coherente con su pensamiento, el humanista condena muchas formas de piedad popular y entre ellas las peregrinaciones en busca de ventajas materiales relativas a la salud, etc. "Hay quien llega a ir a Jerusalén, a Roma y hasta a Santiago de Compostela, en donde nada tienen que hacer", afirma en su "Elogio de la Locura".

Es más preciso en un diálogo en el que uno de los conversadores es Ogygius, que vuelve muy satisfecho de una peregrinación a Santiago, hecha por devoción para agradecer, como en el "Dit des annelets", un nacimiento deseado. Su contrincante es el incrédulo Menedemus. Al final, confiesa el progresivamente compungido Ogygius, en la meta del peregrinaje se quejaban cuando él estuvo allí porque son menos los visitantes y por tanto más magros los ingresos. Desde luego, en esos años, la ciudad no deslumbraba a los visitantes por su aspecto. El cisterciense Claudio de Bronseval llega a ella en 1532-1533 y la encuentra "pequeña, de edificios bajos (¿le parece de escasa altura la monumental catedral con el cimborrio sobre el crucero?), rodeada de murallas viejas cubiertas de hiedra, poco resistentes y en ruinas". Sólo le gustan sus fuentes, pero todavía reconoce que sus habitantes hablan su lengua y que la visitan muchos franceses. No le sorprende, porque está entre los que creen que la catedral la levantó el mismo Carlomagno. Es posible que se pase por un período crítico debido sobre todo a la aparición de los movimientos religiosos protestantes en el norte de Europa, siempre contrarios al culto de los santos. Existen, evidentemente, otros aspectos que se alejan mucho del Camino y del santuario jacobeo, pero que en buena medida se justifican por su existencia. Pongamos un caso. Bonifacio Luppi, marqués de Soragno, era un señor italiano de agitada historia que acaba violentamente en 1390.

El año 1372 ordena levantar la monumental capilla de Santiago en la basílica de San Antonio de Padua. Altichiero de Verona y Jacopo Avanzi cubren buena parte de sus muros con frescos que cobra el primero en 1379. El fondo lo ocupa una gigantesca Crucifixión, pero en los laterales se despliega un amplio ciclo dedicado al apóstol titular. Adquiere especial relieve la historia que protagoniza la reina Lupa y que acaba con su conversión. ¿Por qué razón? Seguramente por el apellido del marqués que le hacía ver semejanzas de linaje con esa hipotética antepasada mítica. No falta la mención a la batalla de Clavijo. La capilla de Padua es un caso muy singular, pero lo son otros mejor o peor conocidos aquí. Como el amplio retablo que se encargó para la iglesia de Santiago, en Palmela, cerca de Setúbal, perteneciente a la poderosa Orden de Santiago en su rama portuguesa. Para entenderlo, quizás habrá que tener en cuenta que era gran maestre, Jorge de Lancastre, hijo ilegítimo de Juan II, quien mandó publicar en 1509 la "Regra, statutos e diffinicooes da Ordem de Santiago". Se conservan sueltas ocho tablas debidas al anónimo Maestro de Lourinha (Lisboa, M. Nac. Arte Antiga), identificado por algunos con el pintor regio, Álvaro Pires. La índole de quienes estuvieron tras el encargo explica que una de las tablas la ocupe un Santiago Matamoros en la batalla de Clavijo, aunque es un signo de que el asunto interesó también en el país vecino.

De hecho es heredera de un monumental relieve, del primer tercio del siglo XIV, que perteneció a la Capilla Mayor de la Iglesia Matriz de Santiago do Cacém (Candeixa-a-Velha, Museo de Conimbriga), con un gigantesco Apóstol a caballo atacando a los infieles, como corresponde a una rama de la orden en la que la lucha contra el infiel forma parte de sus propósitos. Sin embargo, no son estas historias las que singularizan al conjunto portugués, sino la existencia de tres tablas donde se dibujan los aspectos sustanciales que configuran la imagen ideal de un caballero de la orden y sus deberes como tal. Pero quizás la composición más excepcional, del Camino en este caso, más que de Santiago, la proporciona un manuscrito poitevino de finales del gótico internacional. Si hay algo difícil para un pintor, más aún cuando tiene poco interés o dificultades para representar el espacio desde una perspectiva ilusionista, es trasmitir la idea de un camino, resolviéndolo por lo común con un viajero que se supone que lo recorre. El gran miniaturista de las Horas de Margarita de Orléans (Paris, Bib. Nat., latin 1156B) es un imaginativo artista capaz de crear un mundo nuevo en la decoración marginal, bien recurriendo a obras anteriores de otra índole, bien creando por vez primera composiciones excepcionales. Así, nada más comenzar, antes del Oficio de la Virgen, como prólogo al "Obsecro te", oración mariana, y junto a una imagen de la Virgen y Niño entronizados ante los que se arrodilla Margarita de Orléans para entonar la plegaria, presenta un largo camino, visto como una forma de color ocre que se percibe como suelo en la parte baja, pasando a ser algo serpenteante que va subiendo a la izquierda, hasta alcanzar el nivel superior posible.

La lectura se inicia abajo. Un grupo de caballeros y damas, vistiendo con lujo y apenas si llevando alguna ambigua señal de peregrinaje, comienza su largo camino al santuario de Galicia. Les anteceden, de menor tamaño, pero vistiendo las ropas usuales, los peregrinos de a pie, como aquel al que pagaba el chantre de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Incluso alguno se inclina para beber del agua que brota de un manantial. Por el camino ondulante se vuelven a ver unos y otros, mientras a los lados se encuentran con aves. Los tres más lejanos son de nuevo caballeros importantes. Divisan ya el santuario deseado. Está separado de la ciudad y ante él se alza sobre un pedestal una imagen del apóstol diminuta, pero con signos distintivos suficientes como para saber que viste como peregrino, iconografía en estos tiempos común en obras de todos los tamaños y lugares. La iglesia es gótica. La ciudad de Santiago se ve más al fondo. Es claro que el miniaturista no había visto nunca Santiago, pero tal vez tampoco le importaba a la hora de realizar su obra, porque la idea de repetir la realidad no entraba en sus cálculos. El resultado, no hay duda, es excepcional por infrecuente. Por unos motivos u otros es claro que Santiago siguió siendo en los últimos siglos del gótico un santuario famoso y visitado internacionalmente, mientras abundantes obras artísticas de todo tipo y material se siguieron realizando en contacto próximo o lejano con él.

Es muy probable, asimismo, que como lugar de encuentro internacional no se haya recuperado jamás, después de que la reforma luterana desgajara una parte amplia de Europa de aquella que seguía considerando de interés el culto de los santos, renegando de él y buscando su desprestigio. Pero no fue el caso de España. El peligro de que en un momento se decidiera privar al Apóstol de su patronazgo hispano despertó a la aletargada ciudad y, sobre todo, al cabildo de su catedral. Todavía cuando en 1572 la visitó Ambrosio de Morales, los canónigos hacían aniversarios por Carlomagno, porque creían que había hecho grandes bienes a la iglesia compostelana. Sin embargo, apenas habían conservado algunos libros y acababan de vender una biblioteca que se les había donado. Cierto es que entonces Felipe II no se olvidaba de Santiago y hacía pintar a Navarrete el Mudo, una obra emblemática, su Martirio de Santiago (San Lorenzo de El Escorial) en cuyo fondo se encuentra el Matamoros, de nuevo ayudando a los cristianos en vísperas de la trascendental batalla de Lepanto. El aviso hizo que comenzara un nuevo período de construcciones y celebraciones que no terminó hasta el siglo XVIII. El resultado es que ese lugar de edificios bajos que vio con ojos nada benignos el cisterciense Bronseval se convirtió en una ciudad barroca con cuatro plazas orientadas más o menos a los cuatro puntos cardinales, que configuran unos espacios urbanos y puntos de vista sin paralelo en Europa.

También reapareció triunfante el Santiago Matamoros, tanto en la ciudad (Ayuntamiento, escultura de la catedral, etc.) como en otras partes de España (Roelas en la catedral de Sevilla; Pereda en las Comendadoras de Santiago de Madrid, peregrino en primer término y Matamoros en el fondo; hasta el mismo Corrado Giaquinto en el Palacio de Madrid). El Camino de Santiago y el arte constituye un capítulo inmenso de la historia de la cultura europea, tanto en los siglos del Románico como en los del Gótico. Más tarde, sin dejar de encontrar eco fuera, con un componente de gran interés folklórico, se transforma en un fenómeno más interno y nacional, incluso destacando con él el culto a la Virgen del Pilar. Tratar de trazar tan sólo unas líneas maestras que pongan de manifiesto sus variantes y su diversidad supone en cierta medida un empobrecimiento de la realidad. Se discute hoy en día sobre todo lo que tiene que ver con él. Se exagera la importancia del Camino como vía cultural y de circulación de las corrientes artísticas o se le deja reducido a la nada. Se confunden con frecuencia ideas tan distintas como la de un arte en el Camino y propiciado por el Camino, con un arte del Camino, propio y exclusivo de él. Se olvida a veces, por encima de todo, que la presencia del santuario y de la vía de peregrinación que genera tiene efectos secundarios en multitud de muestras artísticas alejadas de uno y otra, pero que no hubieran tenido existencia sin él. Sobre algunos de estos puntos, a modo de catas (se hubieran podido hacer otras muy distintas), he tratado de llamar la atención en estas disgresiones que a más de uno parecerán un tanto desordenadas.

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