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Arte Español Medieval

Desarrollo


Es de las ciudades más grandes de toda España, puesto que tiene arzobispo, Universidad y ricos mercaderes. Se ven allí plazas grandes, donde hay hermosos palacios, grandes iglesias y un lugar santo, el más famoso sitio de peregrinación del mundo..., con iglesia metropolitana que es una de las más hermosas de España". (A. Jouvin, año 1672). En la génesis de la estructura urbana de Santiago, no es posible justificar un centro histórico espontáneo. Por el contrario, constituye un conjunto surgido a la sombra del templo apostólico, sin que los cambios de la época moderna desplazaran su dominio sobre el medio. En tal sentido, la nueva arquitectura que el arquitecto-ingeniero programa en los siglos XVII-XVIII (monasterios, conventos, casas grandes de capitulares y casas del cabildo), para crear la ciudad monumental según un plan urbanístico (la gran creación histórica del Barroco), no llegaría a poseer los valores que se le atribuyen, si no es en relación con las formas gigantes de la nueva "envoltura" barroca catedralicia y con la ayuda de los espacios abiertos y en perspectiva de sus plazas. Este salto renovador de ciudad medieval a ciudad moderna sin duda se inició con ejemplos como el Hospital Real; manifestación de una nueva etapa donde se demuestra que no existe un arte eterno, puesto que el arte forma parte de la propia evolución histórica. Quedaba abierta la puerta hacia la fuerza plástica, casi escultórica, de las fachadas y torres catedralicias de la Praza da Quintana (Pórtico Real, Puerta Santa o la armónica Torre del reloj) y Praza do Obradoiro, demostrando que no se trataba de crear la imagen de una ciudad piadosamente embalsamada, sí adaptada a su tiempo.

Se trataba de llegar a un medio más amplio, en justa correspondencia con un momento en que la Iglesia hace hincapié en el aspecto sensible de la religión de Cristo. Rasgo que conlleva en arquitectura el orden colosal y el efecto "impresión". Y es en esta relación arquitectura-plaza donde Peña de Toro, Andrade y Fernando de Casas manifestarán su ruptura con las "esquinas muertas", para demostrar la capacidad comunicativa del arte mediante las fachadas y torres que perfilan la "envoltura" catedralicia, para infundir la idea del orden divino dentro del universo. Pero a la vez que los nuevos alardes recrean el poder de la Iglesia triunfante y el carácter sacro de la ciudad jacobea, se hacía imprescindible otra dimensión: quien hasta entonces había sido el centro espiritual por excelencia estaba superando los recelos que habían cuestionado al símbolo apostólico como patrón del Estado, así como el reconocimiento de su venida a España. Dificultosa polémica en tiempo de los Austrias, al cobrar valor otras alternativas (santa Teresa, san José, san Jenaro, san Miguel) que ocasionaron no pocas dificultades al cabildo compostelano. Lo que se percibe como paso de una ciudad medieval a una ciudad moderna, otorga valor al análisis de Aldo Rossi, quien supo interpretar este proceso como la consecuencia fundada de un proyecto conforme a unas circunstancias muy definidas, puesto que el empobrecimiento del país y la convulsión económica, que afectó con especial intensidad a Castilla hasta el 1680, no recortó las posibilidades del cabildo compostelano.

En un tercer momento, la estructura morfológica del casco histórico se verá reforzada con la propuesta neoclásica. Ahora, desde distintas perspectivas en cuanto al carácter del edificio: fachada norte catedralicia, Real Universidad, Pazo de Raxoi o actual Ayuntamiento, supliendo así el Antigo Concello, en la Praza de Cervantes. Asimismo, el nuevo Pazo de Raxoi, pasará a delimitar el lado oeste de la que Ferro Caaveiro denominaba Plaza Mayor. Plaza en la que distintas arquitecturas de estilos sucesivos (Pazo de Xelmirez, Fachada catedralicia do Obradoiro, Colexio de San Xerome, Hospital Real y el citado Pazo de Raxoi) al no vincularse con contigüidad, ni se interfieren ni aportan una visión distorsionada. Por el contrario, en el escenario monumental de la actual Praza do Obradoiro, las visiones perspécticas otorgan a cada edificio el perfil de retranqueo que le define y conforma a la gran perspectiva. De esta manera, nunca podrán ser valorados como telón, como fondo escenográfico. Y mientras los nuevos criterios del ciudadano burgués de la Ilustración alientan otro concepto urbano, contrario al valor de los soportales -suprimidos en parte, en tanto que obstáculos para un tráfico fluido-, comenzaba a sucumbir aquella ciudad rememorada por el cardenal Jerónimo del Hoyo, en sus Memorias del Arzobispado de Santiago (año 1607): "está muy bien cercada, con buena muralla, la que está edificada por todas partes sobre peña. Tiene muchos torreones y muy espesos, cada uno con su plaça de armas y todo ello con sus almenas.

Tiene ocho puertas que son: la puerta Faxeira, puerta de la Mámoa (puerta de Susannis, en la Guía del Peregrino), puerta de Maçarelos, puerta San Pedro (puerta Francígena, Guía del Peregrino), puerta de San Roque, puerta de la Peña, puerta de San Francisco, puerta de las Huertas (puerta del Santo Peregrino, Guía del Peregrino). La imagen legendaria de su muralla, tantas veces evocada por los viajeros a Santiago, quedará asociada al actual anillo o hilera de casas que define la fachada de la ciudad, como también parece claro su recuerdo en el callejero de la misma zona: Entre Muros, Rua da Atalaya, Entre Cercas, Entre Murallas, sin dejar de distinguir un recuerdo del primitivo cerco en el costado de San Martín Pinario correspondiente a la Costa Vella. En líneas generales, la evolución del casco histórico arranca como villa creada a partir de un castro de vestigios romanos, al que se sucederán los correspondientes al período altomedieval, conforme a la relación de hallazgos que el subsuelo de la catedral proporciona; lo que la define como "archivo histórico de la ciudad" (Guerra Campos). Aunque, para evitar equívocos, su romanización fue muy tenue. Tal proceso encadenado no afecta de igual manera al entramado que constituyó área periférica con respecto a la primera muralla de época prerrománica. Dicho aledaño era dúplice: uno rural y otro dedicado a actividades diversas. El primero se aglutinaba en torno a parroquias aún vigentes y reedificadas posteriormente, en tiempo del obispo Diego Gelmírez, al integrarse en el nuevo amurallado románico: San Miguel dos Agros, San Bieito do Campo y San Fiz de Solobio (templo considerado el más antiguo y asociado al monje Pelayo).

Al formar un conjunto intramuros, los oficios artesanales que allí se despliegan -mayoritariamente asociados a las necesidades del peregrino- aún cobran vigencia en el nombre de su callejero; desde expertos en el azabache (Rua da Acebichería), a caldereros integrados en la cofradía gremial del estaño (Rua da Caldeirería) y, sobre todo, los dedicados al emblema por antonomasia (la concha), que se sitúan en el Barrio de Os Concheiros. Eran las actividades recogidas en tantas impresiones relatadas por el viajero; lo mismo desde una valoración negativa ("son numerosísimos los que no viven más que de explotar al peregrino", J. Münzer, año 1494), que imparcial ("allí hay tiendas donde se venden Santiagos de plomo, de cobre, conchas para el peregrino", G. Manier, año 1726). La segunda área, inicialmente extramuros, queda asociada a la llamada villa burgensis, dedicada a actividades mercantiles. Se situaba en las actuales Rua do Franco, Rua do Villar, Rua Nova, con centro parroquial en la actual Santa María Salomé. A partir de la integración en el recinto románico, la práctica artesanal y las operaciones de banca y mercado perfilarán el concepto de ciudad burguesa. Sin duda la que conoció el redactor de la Guía del Peregrino, quien "vivió en Santiago" y cuyo "punto de referencia sería Gelmírez" (Díaz y Díaz). La hoy denominada "Ciudad vieja", en torno al eje de mayor afluencia nororiental que remata en cuña en Rua da Acebichería, aglutinaba las profesiones gremiales, lugares de acogida u hospitalarios, y la llamada Casa de la Moneda.

Era el área de entrada del peregrino, vertebrada por la Puerta Francígena. Por el contrario, el espacio suroccidental, que en los momentos de la muralla prerrománica cobraba vida a partir de la Rua da Conga, se caracterizaba por actividades mercantiles que tenían su punto de salida al exterior, fundamentalmente, en la Puerta de Mazarelos o Puerta del Mercado ("por la que llega el precioso licor de Baco", Guía del Peregrino). Los actuales conventos de Santa Clara, Santo Domingo y San Francisco, hoy con apariencia barroca, surgen extramuros en los años del gótico. Estas áreas de crecimiento en el futuro tenían su entrada a través de la Puerta de San Roque, Puerta Francígena y Puerta de San Francisco respectivamente. Ahora bien, la historia de la ciudad quedaría incompleta sin la referencia a la actividad hospitalaria o de acogida, capítulo ya considerado por el obispo Sisnando (muerto hacia 919) quien, ante la necesidad de un centro caritativo u "hospital para cojos, ciegos e inválidos" (Compostelana I, 2,3), promovió el de San Fiz de Solobio, al que se asocia el milagro del clérigo alemán que recobró la vista, lo que demostraría que, desde los inicios del siglo X, "Santiago era conocido en Alemania como centro de peregrinación". Tal asegura K. Herbers, quien hace referencia a una peregrinación de tal procedencia hacia el año 930, "citada además en una misma frase junto con Jerusalén". Tal atención al necesitado amplió la obligación de crear albergues y, a medida que la peregrinación a Roma "ocupa un espacio menor en la conciencia cristiana, entre los siglos XI y XIII, que a Santiago" (Vauchez).

Concepto que también se afirma en la Compostelana, al recordar que "afluían reyes, condes y otros magnates que de diversas partes venían", en tiempos de Gelmírez (muerto hacia 1139-1140). Pero un ejemplo de que la nueva urbe estaba introducida en la atención auxiliar tiene su mejor propuesta en el que fuera el Hospital Viejo (Rua da Acebichería), cuya portada de fines del siglo XV y reformas del siglo XVI conforma la actual entrada al Colexio de San Jerome (hoy Rectorado). Sin embargo, la atención no sólo afectará al peregrino en vida, sino también en la muerte, de manera que el correspondiente cementerio se emplazó junto a la desaparecida iglesia de la Trinidad. Es decir, en la decreciente cota altimétrica que, aún hoy, acusa su descenso hacia la llamada Rua das Hortas. Este escalón era, en realidad, una consecuencia del declive del primitivo castro sobre el que surgió la ciudad. Pese a ello, disponía de entrada hacia el perímetro amurallado; era la Puerta del Santo Peregrino o Puerta de las Huertas. Con el salto hacia la época moderna, al igual que los monasterios del controlado conjunto histórico (San Paio de Antealtares, San Martín Pinario), aquellas primitivas parroquias reedificadas en tiempo de Diego Gelmírez dispondrán de una imagen más acorde con el perfil urbano. Asimismo, el nuevo ideal de polis -a la vez que asiste al crecimiento conventual (San Agustín, Mercedarias o Descalzas)- también afirma santuarios de devoción popular (Capilla de Ánimas) en la arteria que desemboca en la Puerta Francígena o del Camino, al igual que la reedificada Santa María del Camino.

Tal pluralidad de arquitectura pietística o devocional era el pivote que estimulaba en el devoto la comprensión de lo invisible e infinito (lo divino). Uno de los rasgos que mejor define el conjunto urbano de la ciudad es la pluralidad de calles estrechas, pendientes y escalinatas para acceder a la cúspide del primitivo castro. Sin embargo, quien con implacable determinismo rige el espacio es la gran metáfora: la catedral, en torno a la que cobra forma un gran espacio (plazas) para evitar una visión desenfocada. Y así, la labor conjunta del arquitecto, el diseñador y el urbanista vigoriza el ritmo vertiginoso del templo a partir del valor de las cuatro plazas dispuestas en sus cuatro frentes, para percibir mejor su imagen escultórica y recortada en el espacio, puesto que es el símbolo que define a la ciudad sagrada; de la misma manera que en el paisaje urbano de Chicago o Manhattan es la gran vertical dinámica del rascacielos la que proyecta al espacio la dimensión de la ciudad bursátil. Se diría que la fuerza vital de estas torres de Babel del siglo XX fueran concebidas para reproducir el poder que indefectiblemente actúa en el mundo, al igual que la torre gigante del Reloj (72 m.) o las correspondientes a la fachada del Obradoiro invocan qué ley universal está presente entre los hombres (la divina), contra la cual es inútil rebelarse. Por el contrario, lo sensato es aceptar ese principio; de manera que, si las primeras representan una alegoría de la vida activa, las que Compostela ofrece afirman el poder religioso en el que el fiel es una pieza más.

Complementariamente, habrán de ser los actos religiosos celebrados en sus plazas los que señalen la pauta y clave del comportamiento moral. De esta manera, el desarrollo en altura es el símbolo de la plena verdad. Efecto que todavía hoy recrea la imagen de la ciudad en la distancia, al hacerse visible desde todo lugar, por su elevación. También es cierto que, a veces, el viajero introduce matices en otra dirección que demuestran hasta qué punto la catedral no postuló un esquema unitario, sí de efecto sorpresa: "es una cosa tan compleja y formidable que, antes de conocerla bien, creeríase entrar por cada una de sus cuatro puertas -Platerías, Quintana, Acebichería y Obradoiro- en cuatro edificios diferentes". Cuando Dante se refiere al Paraíso o Gloria, parte de su emplazamiento en la cumbre de una montaña, dado que allí estaba el espacio primitivo de la Humanidad. Tal concepto "cima" reclamó el interés de la Humanidad desde siempre y a él hay que referirse, en tanto que constituye la circunstancia definidora y definitiva de Santiago, la ciudad que corona la colina de un antiguo castro. Si, tras la invención (invenire=encontrar) del sepulcro apostólico, fue la monarquía astur quien impulsó el valor de este locus, con un amurallado parabólico (Rua do Preguntoiro, Rua da Conga, Rua da Acebichería), el referente clave de la nueva ciudad románica fue Gelmírez, quien tuvo como regla de oro fomentar la afluencia de peregrinos.

Mientras en la teoría son básicas las aportaciones de su contemporáneo compilador-redactor de la Guía del Peregrino (hacia 1130, Díaz y Díaz), en la práctica él fue consciente de que el Camino no era fácil, pero merecía la pena recorrerlo. Es decir, además de promocionar su Iglesia para convertirla en centro de la Cristiandad -ayudado por los cluniacenses-, prosiguió la obra que enmarcaba los fundamentos de la piedad jacobea (su mejor expresión es el apoyo al proceso catedralicio) y del poder, alcanzando la categoría metropolitana para Santiago y la condición de arzobispado. Arquitectura que Gelmírez no vio concluida, aunque fue elevada conforme a esquemas que eran la demostración de los contactos con las vanguardias occidentales ultrapirenaicas y en un momento de opción preferente del santuario jacobeo entre la Cristiandad. De manera que, si su vida fue un cúmulo de búsquedas, tras su muerte cobra forma la segunda parte del dicho estoico: "si grande es la lucha, la obra es divina". Es decir, el Pórtico de la Gloria culminaba las esperanzas de aquel peregrino que buscaba alcanzar la seguridad, al ofrecerle un anticipo de lo que puede ser el Paraíso. Repetidas veces se ha insistido en el valor de la Guía del Peregrino por lo que aporta sobre aquella basílica, pero aquí interesan los posibles conceptos que, sobre el orden del mundo y las causas que actúan en el Universo, parecen revelarse en su descripción del espacio sagrado, donde remata el viaje o fin del camino que lleva hacia el santuario.

El esquema que ofrece se acomoda a tres fases: emplazamiento -"la ciudad de Compostela está situada entre dos ríos"-, límites del medio -"las entradas y puertas de la ciudad son siete"- y distribución del medio -"habitualmente se cuentan en esta ciudad 10 iglesias, entre las que, situada en el centro, resplandece gloriosa como la más importante la del gloriosísimo apóstol Santiago"-. Es decir, la esencia de la ciudad dista de referencias temporales o testimoniales que sí aportan León de Rosmithal (1465-1467) o J. Münzer ("la gente es tan sumamente perezosa que tiene casi por completo abandonado el cultivo de la tierra, siendo numerosísimas las personas que no viven más que de explotar al peregrino", 1494). La Guía presenta al peregrino el lugar donde lo divino se revela, o patria celeste. Planteamiento muy afín a los "sagrados viajes" de las culturas de Oriente. En ellos se detalla el largo itinerario al espacio sagrado en la alta montaña (mundo natural); allí está el santuario que toca los cielos (mundo sobrenatural) protegido por una fortaleza (labor humana). La Guía, dirigida al clérigo que ha de modelar el alma del peregrino, también participa de este esquema encadenado de lo natural, humano y divino. Asimismo, junto con el principio de ordenación está el culto al número, "anterior a las cosas", de manera que "la recta ordenación de éstas depende de que los números estén exactamente elegidos" (Cervera Vera). ¿Cuál podría ser, entonces, la esencia de la ciudad sagrada, conforme a la visión medieval del culto al número? Sin entrar en detalles, el sentido general de la Guía centraría su primer objetivo en el mundo o espacio natural, donde se emplaza aquella colina entre 2 ríos.

A la labor humana corresponde la ciudad amurallada con 7 entradas y puertas. Por último, lo sobrenatural, la ciudad con 10 iglesias. En consecuencia, conforme al principio que gobierna el Universo y que encauza todo hacia un final, el punto de partida (2) son los elementos opuestos que están en la base de la creación del Universo (lo húmedo y lo seco, la luz y la sombra...). Aunque el número de entradas a la ciudad fue superior a 7, se trata de la cifra referida al hombre por antonomasia, "puesto que todo lo asociado a él queda ordenado por series de 7: 7 sacramentos, 7 virtudes" (E. Mále). Es la cifra del hombre rescatado. Una vez que el hombre-peregrino ha resucitado a una nueva vida, de nuevo la aritmética sagrada acude al valor de la cifra: alcanzó el número de la pureza y la gracia (10), en la que, además, se resumen los diez mandamientos.

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