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Datos principales


Rango

Reinado Isabel II

Desarrollo


Los españoles de la primera mitad del siglo XIX, aun los pocos que podemos considerar cultos, no tenían excesivo espíritu asociativo. En 1861, apenas 13.000 eran socios del conjunto de las asociaciones, excluidos los casinos. Sin embargo, con ser una cifra exigua, podemos observar la rápida progresión en la década de 1860 hasta llegar a agrupar a cerca de 21.000 individuos. Lo significativo no era el número sino la enorme actividad que desplegaron y la influencia que estas sociedades tuvieron en las minorías intelectuales y políticas del país. Algunos miles se reunían en torno a las Sociedades Económicas de Amigos del País. Hasta el siglo XIX, la cultura política había sido patrimonio de unas reducidas elites que habían alcanzado su máxima expresión en el siglo XVIII en las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, como símbolo del ambiente racionalista y enciclopedista del despotismo ilustrado. Con frecuencia, éstas promocionaban un espíritu arbitrista lleno de proyectos basados, muchas veces, más en la buena intención que en el conocimiento a fondo de lo que proyectaban cambiar. Sus bibliotecas eran escasas, pobres y mal catalogadas. Las llamadas cátedras, de diferente valor. A medida que fue avanzando el siglo XIX, especialmente en el último tercio, las sociedades económicas perdieron su papel protagonista para cedérselo a los ateneos y algunas otras sociedades científicas. Una institución que había sido hegemónica durante el siglo XVIII, en cuanto a la recepción de las ideas extranjeras, como la Sociedad Económica Matritense, perdía peso específico; para especializarse como centro educativo y sociedad de consultas.

Esta decadencia se extendió a las otras Sociedades Económicas de Amigos del País. Las propias Sociedades Económicas se hicieron menos proyectistas, a juzgar por el descenso de los manuscritos en sus bibliotecas y, sin embargo, aumentaron algo el número de sus fondos bibliotecarios. La mayoría de los Ateneos se convirtieron en el centro de la cultura de cada localidad donde se instalaron y mantuvieron este papel hasta bien entrado el siglo XX, sin que lo hayan perdido del todo, hasta ahora, en algunos casos. Los ateneos eran, en primer lugar, centro de reunión y tertulia, quizás su principal función en la vida diaria, sin que por ello se hicieran competencia con los casinos, pues la doble o la triple afiliación no sólo no fue mal vista sino que fue relativamente frecuente. Las tertulias de los ateneos a menudo tenían una altura o al menos una intención próxima al debate. Además, a medida que avanzó el siglo, los ateneos cumplieron un papel decisivo en la introducción y difusión de las literaturas contemporáneas española y europea así como del pensamiento y la divulgación científica, especialmente proveniente de Francia y Alemania. Esta tarea se hizo tanto en las bibliotecas como en las cátedras. El ateneo simboliza más que cualquier otra institución, la crisis de la cultura oficial tutelada, clásica del Antiguo Régimen, porque, en última instancia, sustituye a la Corona, la Iglesia y la nobleza, por la figura del ciudadano en términos de individualismo liberal, libremente asociado para el debate, la crítica y la producción cultural.

El Ateneo de Madrid comenzó en 1835. Su nombre completo, Científico, Literario y Artístico, dejaba patente su interés por estas disciplinas y por el debate de las ideas que entonces se barajaban en España y Europa. En los salones se hablaba, se discutía y se jugaba. Desde sus cátedras se difundieron todas las ramas del saber entre las elites culturales y los políticos liberales que, desde toda España, acudían a Madrid. Su influencia en la vida de los grupos intelectuales era mayor que la propia Universidad Complutense que, por entonces, se trasladó a Madrid. Esta trayectoria de difusión crítica de la cultura y permanente oposición política se acentuó desde 1856 hasta 1868. El debate científico y político estuvo animado por una tripleta ideológica: krausismo, librecambismo y el ideario democrático. Durante estos años, el Ateneo tuvo una enorme capacidad para crear opinión. Las conferencias dictadas desde sus cátedras calaron en los sectores ilustrados y constituyeron el tejido cultural de la revolución de septiembre de 1868. El número de ateneos o sociedades similares fue creciendo a lo largo del siglo XIX. En 1861 eran 39, apenas diez años más tarde 73 y en 1882 prácticamente eran el doble. Se multiplicaron progresivamente sus socios, cátedras y bibliotecas. No se trata solamente de ateneos, sino de sociedades creadas con espíritu independiente, como el Liceo Artístico y Literario de Madrid (1836), club más social que académico.

No obstante, no faltaron en estas sociedades las conferencias, conciertos, exposiciones y bibliotecas con un elevado interés cultural. Las sociedades especializadas de discusión y crítica fueron vehículo de la cultura y del pensamiento europeo de la época y acogieron en años posteriores a los universitarios y profesionales españoles que habían completado su formación en el extranjero. En el Círculo filosófico tuvieron lugar los primeros debates sobre el krausismo (introducido por Julián Sanz del Río) incorporado a los debates ateneístas y asumido por la Institución Libre de Enseñanza. También colaboraron las Academias de Jurisprudencia y Legislación y de Ciencias Morales y Políticas, creada esta última en 1857.

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