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Datos principales


Rango

Reinado Fernando VII

Desarrollo


En los primeros años del siglo XIX se manifestó una gran preocupación por la enseñanza por parte de algunos destacados intelectuales de la época. Entre ellos hay que citar a Jovellanos, quien en 1808 y cuando formaba parte de la Junta Central, redactó las Bases para la formación de un Plan General de Instrucción Pública, que no pudo desarrollarse a causa de su muerte en 1811. En ellas ponía de manifiesto la importancia de las enseñanzas técnicas y científicas al lado de las humanidades y en la necesidad de que el Estado se hiciese cargo de la enseñanza. Manuel José Quintana elaboró en 1813 un Informe de la Junta creada por la Regencia para proceder al arreglo de la Instrucción Pública, en el que podía leerse que las sociedades subsisten hoy día por la civilización y que la instrucción pública es su elemento primario y esencial. Durante toda su vida trabajó intensamente, primero como Director General de Estudios en 1820, y posteriormente como hombre influyente en la sociedad de su tiempo, por reformar el sistema educativo. Otro ilustre educador de esta época fue Alberto Lista, quien llevó a la práctica, primero en su Sevilla natal, y posteriormente en Cádiz y en Madrid, en el famoso colegio de San Mateo, una interesante reforma pedagógica, basada en las ideas ilustradas y en su experiencia como emigrado en Francia a causa de su adscripción afrancesada. En España, la escolarización de los niños era muy inferior a la del resto de los países europeos de su entorno, a pesar del esfuerzo que había llevado a cabo Carlos III en el siglo XVIII para impulsar la creación de escuelas primarias.

Las Cortes de Cádiz decretaron el establecimiento en cada pueblo de una escuela y las del Trienio reemprendieron la ejecución de esa medida, aunque la proporción de niños que asistían a dichos centros no pasaba, aproximadamente, de 1 sobre 60. También, mediante la aprobación en 1823 del Proyecto de Reglamento General de Primera Enseñanza se regulaba el funcionamiento de las escuelas y se creaba la figura del maestro de primeras letras. La enseñanza secundaria no se organizó y se reglamentó en España hasta el plan de estudios de Gil de Zárate en 1845. Sin embargo, la Monarquía de José Bonaparte mostró una especial preocupación por impulsar los liceos en todas las ciudades importantes. Por otra parte, durante la última etapa del reinado de Fernando VII, el ministro Calomarde estableció unas escuelas de latinidad y humanidades que constituían en realidad un tipo de enseñanza secundaria. Lo que se pretendía -como rezaba en el preámbulo del reglamento- era "renovar en España la afición y el esmero con que en otros tiempos se cultivaron en ella la lengua latina y la literatura clásica", así como fomentar establecimientos en que los jóvenes recibiesen la cultura general necesaria para la esmerada educación de las clases acomodadas. En realidad, se concebía a estas escuelas como centros privados, aunque el Gobierno llegó a prestarle algunas ayudas.

Cada uno de estos colegios debería reservar 12 plazas gratuitas para alumnos pobres y 10 para hijos de militares y funcionarios que disfrutasen becas para ese objeto. La enseñanza universitaria era la que había estado organizada de forma más sistemática en España durante el Antiguo Régimen. En 1792 se calculaban de doce a trece mil estudiantes en las universidades españolas. Estas cifras se redujeron considerablemente en los años del reinado de Fernando VII, y en un informe que presentó el ministro Calomarde al Consejo de Estado se afirmaba que en 1825 había 8.654 estudiantes repartidos en las quince universidades existentes en España. Sin embargo, la proporción de estudiantes universitarios en España -a juicio del diplomático francés Boislecomte- era superior a la de Inglaterra, Países Bajos, Prusia y Francia. El plan de estudios universitarios de 1771 que se seguía en España fue sustituido en 1807 por el llamado Plan Caballero. De acuerdo con él, se suprimían varias universidades menores a causa de la decadencia en la que se hallaban. Quintana en su Informe de 1813 ratificaba la disminución del número de universidades y abogaba por una rígida centralización del sistema de estudios. Durante la primera restauración de Fernando VII se llevó a cabo una labor de control de las universidades por considerarlas como focos sospechosos de liberalismo, lo que contribuyó aún más a acentuar su decadencia.

En el Trienio Constitucional se inauguró la Universidad Central de Madrid, el 7 de noviembre de 1822, y poco más tarde la Universidad de Barcelona. Después de la segunda restauración de la Monarquía absoluta se puso en marcha un nuevo plan de estudios elaborado por Calomarde en 1824. Pero también se llevaron a cabo depuraciones en las universidades, hasta que en 1830 y como consecuencia del temor a que la actividad de los liberales emigrados pudiera repercutir en la vida universitaria, se suspendio la enseñanza en ellas. Así como en otros países europeos, el primer tercio del siglo XIX representa el triunfo del Romanticismo, en España la mayor parte de los estudiosos coinciden en apreciar un desarrollo más tardío de esta corriente cultural y artística y su desfase con sus aspectos sociales y políticos. Así pues, en este periodo conviven corrientes ilustradas con algunos indicios de las nuevas tendencias estéticas. Algunos autores hablan de prerromanticismo al referirse a esta fase de la cultura española. La producción literaria está representada por autores como Juan Nicasio Gallego, Quintana, Blanco White o Cadalso, en todos los cuales pueden encontrarse acusados resabios neoclásicos, aunque impregnados de una cierta pasión y de una dimensión histórica y patriótica que hacen presagiar una nueva estética. En el teatro, Martínez de la Rosa o el Duque de Rivas escribirán durante sus años de exilio liberal algunas de sus obras más famosas.

Desde el punto de vista de las artes plásticas, el gran predecesor del Romanticismo, que además ejerció una gran influencia en la pintura romántica europea, fue Francisco de Goya, cuya obra hay que situarla esencialmente en el siglo XVIII, aunque dejó plasmada espléndidamente la realidad histórica de la guerra de la Independencia. Ahora la pintura española, sin abandonar del todo los temas religiosos, se dedica esencialmente a lo pintoresco y a lo típico. La figura más sobresaliente es Vicente López (1772-1849), pintor de cámara de Fernando VII y posteriormente director del Museo del Prado. Realizó numerosos cuadros oficiales y varios retratos de los reyes y de algunas de las personalidades más notables de la época. Como escultores más conocidos hay que citar al cordobés José Alvarez Cubero, al catalán Damián Campeny o a José Ginés, todos los cuales seguían las pautas neoclásicas marcadas por el gran artista Canova, con las figuras de dioses mitológicos. Similares pautas neoclásicas eran las que imponía la Academia para las construcciones arquitectónicas que se levantaron durante el reinado de Fernando VII. Un ejemplo de ello lo constituyó el arco de la Puerta de Toledo en Madrid, construido para celebrar el regreso del monarca. La música española produjo algunas figuras destacadas en esta etapa, como la de Juan Crisóstomo de Arriaga, llamado el Mozart español, aunque quizás la única comparación que cabe con el genial músico de Salzburgo fuera su temprana muerte a los 20 años. Fernando Sor, que tuvo que emigrar fuera de España por haber servido al rey José, escribió música para ballet y numerosas piezas para guitarra, instrumento que él mismo tocaba con gran virtuosismo. En el terreno vocal sobresalió José García, el gran tenor sevillano que recorrió el mundo interpretando las óperas de Rossini -estrenó El barbero de Sevilla en 1816- y de otros autores de la época y siendo él mismo autor de varias óperas de notable interés.

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