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Datos principales


Rango

Ilustración española

Desarrollo


La renovación de la cultura española hunde sus raíces en el siglo XVII y sus frutos perduran hasta los primeros decenios del siglo XIX. En tan dilatado espacio de tiempo, las formas culturales ilustradas sufren un proceso de creación, maduración, perfeccionamiento y disolución que ha movilizado a los historiadores sobre el tema académico de la cronología y las etapas de la Ilustración en España. Retomando otras clasificaciones anteriores, más imperfectas por no contar con los elementos alumbrados por la reciente investigación, la periodización propuesta por Antonio Domínguez Ortiz parece responder a grandes rasgos al estado actual de nuestros conocimientos, distinguiendo cuatro generaciones: los novatores, la generación filipina-fernandina, la Ilustración madura y la generación liberal que conoce la Revolución Francesa y las Cortes de Cádiz. En efecto, siguiendo este esquema podemos hablar, para subrayar mejor las líneas de continuidad, de una protoilustración, una Ilustración temprana, una Ilustración madura y una Ilustración en disolución. La protoilustración está representada por la obra de los novatores, el grupo de científicos que desde Sevilla, Madrid, Valencia o Zaragoza ponen las bases de la ciencia moderna. José María López Piñero ha señalado el año de 1687 como la fecha simbólica del nacimiento de la corriente, gracias a la confluencia simultánea de tres acontecimientos: la publicación de la Carta filosófica médico-química, de Juan de Cabriada, el viaje a París de Crisóstomo Martínez y la introducción de la doctrina de la circulación de la sangre en la Universidad de Zaragoza.

El médico Andrés Piquer parece, como heredero de la tradición científica de los novatores, el eslabón que uniría la protoilustración con la etapa que comprendería la primera mitad de siglo. Sin embargo, Piquer es heredero también de uno de los máximos representantes de la Ilustración temprana, Gregorio Mayans, que junto con Benito Jerónimo Feijoo llenan casi por sí solos esta nueva etapa del movimiento ilustrado. También aquí los historiadores han encontrado una fecha simbólica, la de 1737, año en que se publica una de las obras cumbres de Mayans, los Orígenes de la lengua española, se edita la Poética de Ignacio de Luzán, que representa el acta de nacimiento de la estética neoclásica, y sale a la luz el primer número del que habrá de ser uno de los principales periódicos de la época, el Diario de los literatos de España. Tras un período de transición, que puede considerarse cerrado con el motín de Esquilache, el reinado de Carlos III asiste a la eclosión de la Ilustración plena. Esta edad de oro puede aceptar como fecha inaugural el año de 1767, cuando se produce la llegada al poder del conde de Aranda y la expulsión de los jesuitas, considerados como uno de los principales obstáculos a la expansión de las Luces, y la Corona acelera su programa de reformas en todos los campos. Del mismo modo, esta fase se cierra en torno a 1791, cuando se produce el pánico de Floridablanca, el miedo de los medios gubernamentales a la penetración de las ideas de la Revolución Francesa.

El equilibrio buscado a lo largo de la centuria se rompe con la llegada a España de las noticias sobre la Revolución Francesa. La ilusión de la unanimidad se desvanece y los últimos decenios de la Ilustración se ven signados por el auge de la contestación política, por la trayectoria vacilante y contradictoria del reformismo y por la disolución final del movimiento ilustrado, que es despedazado por los impulsos contrapuestos de la reacción tradicionalista de los partidarios del Trono y el Altar y de la respuesta radical de los partidarios de la revolución liberal. El siglo XVIII protagonizó un gran esfuerzo de regeneración nacional. Como instrumentos teóricos para conseguir tal fin los ilustrados recabaron la ayuda de la tradición hispana de siglos anteriores, pero sobre todo pusieron su confianza en la adaptación del pensamiento europeo a las necesidades del país, de modo que la influencia extranjera se hizo muy patente en la configuración de la ideología de las Luces españolas. La introducción de las ideas foráneas en España se operó por diversos caminos: la estancia de españoles en Europa, la instalación de extranjeros en España, el paso de significados viajeros y la lectura de libros publicados allende los Pirineos. Por esas vías penetraron las novedades procedentes de los diversos países europeos. La influencia de Francia se ejerció desde el principio, con la llegada de los militares y funcionarios que acompañaron a Felipe V (que trajo también a sus artistas, como Jean Ranc, el retratista del joven monarca, Louis-Michel Van Loo, autor del conocido lienzo de La familia de Felipe V, o Michel-Ange Houasse, que nos ha dejado el mejor retrato de Luis I), hasta el final, con la permanente imitación de la moda en la decoración, en la vida de relación, en las fiestas y los juegos, en la compostura toda de los petimetres y madamitas que daban tono a las reuniones mundanas.

El influjo de Italia se dio también tanto en el campo político (a través de la presencia de Alberoni, Grimaldi o Esquilache) como en el intelectual (a través de la recepción de Muratori, Galiani, Genovesi, Filangieri o Beccaria) o en el artístico, manifestado en la obra de destacados arquitectos y músicos puestos al servicio de la monarquía hispánica o en la universal admiración por el teatro o la ópera de un país vinculado por tantos lazos a España. La cultura inglesa también se transmitió ampliamente, tanto mediante la difusión de los grandes descubrimientos científicos del siglo anterior, como mediante la recepción del pensamiento económico y político, que sirvió de inspiración a algunos de los más conspicuos representantes del protoliberalismo español. Incomparablemente más débil fue finalmente la incidencia de Alemania, aunque tampoco hay que minusvalorar la presencia de técnicos industriales o el impacto causado por el viaje de Alexander von Humboldt por tierras americanas. Si la inspiración extranjera fue una necesidad reconocida, también, en sentido opuesto, la Ilustración se planteó en primer lugar el problema de España. El reformismo pretendió un mejor conocimiento de la realidad, para tratar de mejorarla a partir de soluciones que se buscaban tanto en los autores extranjeros como en la propia tradición hispana. El conocimiento de España se persiguió así a partir de los viajes, que permiten una observación directa de la realidad, a partir de las grandes empresas eruditas, que permiten rescatar el patrimonio literario, documental y artístico del pasado, y a partir del estudio de la historia, que permite llegar hasta las raíces de los males presentes. De este modo, a través de una perseverante peregrinación por la geografía y la historia patrias, la Ilustración española, por más que haya importado del extranjero parte de su utillaje intelectual, aparece como una creación original para abordar los problemas de España.

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