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España de los Borbones

Desarrollo


Ciertamente, América vino a representar un constante balón de oxígeno para la economía española. Pese a las insuficiencias en las políticas reformistas, la verdad es que las tierras americanas fueron intensamente explotadas durante la centuria, hasta el punto de realizarse de hecho una segunda conquista de las colonias, esta vez pacífica y económica. Tres eran las funciones que América cumplía: territorio que debía nutrir a la metrópoli de materias primas abundantes y baratas, lugar de colocación exclusiva de productos españoles y, finalmente, continente proveedor de una plata que debía llenar tanto los bolsillos de los particulares para facilitar las inversiones como las arcas de la hacienda para financiar los planes de las autoridades reformistas. América era el gran espacio comercial que los españoles deseaban conservar en exclusiva. Si España gastaba dinero en el mantenimiento de sus colonias era lógico, pensaban los contemporáneos, que disfrutara del monopolio de sus frutos: nadie debía comerciar con ellas directamente ni tampoco las propias colonias tenían que fabricar las mercancías que la metrópoli pudiera producir. Y desde luego no faltaban buenas razones para quererse asegurar el mercado indiano. En 1792 las exportaciones a tierras americanas representaban el triple de las realizadas a Francia o Inglaterra, siendo las manufacturas el 69 por ciento y los frutos el 31 por ciento, mientras que las importaciones, al margen de la plata, que ocupaba con diferencia el primer lugar, se las repartían los alimentos (cacao y azúcar) y el tabaco con un 94 por ciento, dejando para las materias primas un 6,5 por ciento y prácticamente nada para las manufacturas.

Aunque los guarismos debieron variar durante la centuria, no parece que la naturaleza básica del tráfico colonial sufriera cambios importantes. Sin embargo, es preciso recordar el importante comercio de reexportación que América representaba: una parte sustancial de los productos importados terminaban en el mercado europeo y una buena porción de las manufacturas exportadas tenían procedencia europea. En cuanto a las formas de actuación en la Carrera de Indias, el siglo deparó tres etapas diferenciadas. En la primera el monopolio pasó de Sevilla a Cádiz, ciudad de donde continuaron saliendo regularmente las Flotas y los Galeones escoltados por buques de guerra. Cuando este sistema bicentenario mostró sus debilidades para anular el contrabando y agilizar el comercio al alza, fueron apareciendo, en una segunda etapa, las compañías privilegiadas de comercio al estilo de las existentes en Europa (Guipuzcoana de Caracas, La Habana, Barcelona, Filipinas), al tiempo que se establecían los registros sueltos (1740) para posibilitar a los barcos el desplazamiento individual hacia América con el único requisito de pasar por Cádiz. Finalmente, en 1765 y 1778, viendo que estas reformas eran insuficientes, se promulgaron los decretos de Libre Comercio, que posibilitaron a una serie de puertos peninsulares el tráfico directo con determinadas áreas americanas sin pasar por la ciudad gaditana. Además de agilizar el comercio y vivificar las economías regionales, los citados decretos permitirían mayores recaudaciones para el erario público.

Existió, pues, un claro crecimiento interior y exterior del comercio español setecentista. A ello contribuyó el alza demográfica, el aumento de la producción agraria, la bonanza internacional y las diversas medidas gubernamentales. No obstante, como en otros órdenes de la vida nacional, el crecimiento no derivó en cambios cualitativos esenciales. El consumo continuó siendo bajo, la demanda inelástica, el mercado interior poco articulado y América pasó finalmente, tras el decreto de neutrales (1797), a ser un territorio franco para las demás potencias europeas. La balanza comercial no tuvo nunca un saldo positivo para España y tampoco parece que el auge del comercio permitiera un definitivo despegue de la industria nacional.

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