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Datos principales


Rango

España de los Borbones

Desarrollo


La ganadería vivió una etapa de relativa bonanza tanto en su vertiente trashumante como en la estante. Así, a mediados del siglo, el conjunto de la ganadería castellana se aproximaba a 31 millones de cabezas, de los cuales el ganado lanar representaba el 60 por ciento. Dentro del ovino continuaban teniendo una gran importancia los rebaños trashumantes que en los años ochenta disponían aproximadamente de 4,8 millones de cabezas. En efecto, el Setecientos fue un gran siglo para la Mesta. Desde el reinado de Felipe IV fue capaz de conservar importantes privilegios, tal vez a causa de su fidelidad en la contienda sucesoria, consiguiendo los ganados mesteños recuperar facilidades para el pastoreo en su trasiego entre las sierras castellanas y las llanuras manchegas, extremeñas o andaluzas. Gracias a ese continuo movimiento para buscar pastos y a una cuidada selección en el apareamiento de moruecos y ovejas, el ganado mesteño producía una excelente lana entrefina que era la preferida por los mercados extranjeros. Este tipo de ganadería se repartía entre miles de propietarios castellanos, aunque la importancia de los mismos era muy desigual. En especial, la nobleza segundona encuadrada en las órdenes militares fue la que consiguió mayor partido al disponer de sus propios pastos. De los más de 46.000 agremiados (18 por ciento transhumantes y 82 por ciento estantes) se calcula que 78 ganaderos de gruesos caudales poseían el 35 por ciento del total de las cabezas trashumantes.

La existencia de esta elite, representada por los Señores Ganaderos Trashumantes de Madrid, implicaba la marginalidad económica de las tierras de pastizales, como bien lo denunciaron para Extremadura los Memoriales Ajustados de 1746 y 1764. Aunque en el caso de la ganadería estante no poseemos información cuantitativa fiable, es bien conocida la importancia que tenía en las pequeñas y medianas explotaciones campesinas. El ganado proporcionaba a la empresa familiar parte del abono, servicio de tiro para la labranza y la posibilidad segura de alimento, especialmente en los años de mala cosecha. Además, en la explotación familiar la interrelación equilibrada entre el labrantío y los pastos era muy importante. Ello explica la existencia de ordenanzas municipales que regulaban el máximo de la cabaña entre 150 y 200 cabezas por vecino y que obligaban a que el ganado excedentario paciera en tierras comunales. No obstante, la convivencia entre tierras de labor y pastoreo implicó más de un conflicto. En un siglo en el que la expansión demográfica empujó a roturar más tierras, no iba a resultar inusual que se diera un enfrentamiento, a menudo explícito, entre los grandes propietarios de tierras y ganados quejosos de las nuevas roturaciones y los pequeños labradores con modestas cabañas que pedían labrar nuevas tierras. Con todo, la ganadería estuvo marcada por una doble realidad. Grosso modo, la centuria fue buena para ella al tiempo que el aumento de la demografía ocasionó nuevas roturaciones (subida de los precios y la renta agraria) y con las mismas un retroceso de los pastizales que acabó afectando a la cabaña ganadera con el paso del siglo. En el caso de la lana, no fue tanto que la demanda exterior se parase, fenómeno propio del siglo posterior, como que la subida de los precios agrícolas frente a los ganaderos hacía, en términos globales, que no fuese rentable exportar lana a cambio de importar cereales.

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