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España de los Borbones

Desarrollo


Junto a la realidad estructural que soportaba la España del último cuarto del Seiscientos, no es menos cierto que desde la década de los ochenta algunas acciones habían resultado positivas en diversas esferas de la vida nacional. En el terreno de la cultura y el pensamiento, es la época que alumbra los primeros intentos de renovación a través del minoritario grupo de intelectuales conocidos con el nombre de los novatores. Mediante las tertulias, las academias o en la vida universitaria, los escasos innovadores se atrevieron a poner en cuestión viejos dogmas y vetustos axiomas que vivían plácidamente bajo la protección de la ortodoxia religiosa vigilada por el Santo Oficio. Así, tímidamente, la ciencia moderna que se estaba imponiendo en Europa iniciaba su penetración por las fronteras hispanas, aunque con visibles cortapisas. La economía también comenzó a dar modestos síntomas de mejora, especialmente en la periferia peninsular. La demografía y la agricultura empezaron a remontar lentamente el vuelo en el litoral español (Galicia, Asturias, Cataluña, Valencia) y en algunos lugares del interior castellano como las tierras de Segovia. El comercio y la industria de estas regiones también despertaron de su prolongado letargo a través de proyectos como los encabezados por el comerciante catalán Narcís Feliu de la Penya. Cataluña acrecentaba sensiblemente sus exportaciones, Valencia reconstruía los muelles para poder dar salida a sus productos agrarios, Bilbao aumentaba sus ventas de lana.

El mundo colonial experimentaba asimismo una ligera recuperación puesto que la llegada de metales preciosos había incrementado a lo largo de la segunda mitad del siglo y las exportaciones españolas parecían remontar algo el vuelo, fundamentalmente los productos agrarios y la quincallería. Al mismo tiempo, las autoridades impulsaron algunas medidas que iban en la dirección de incentivar la economía. En 1679 se creaba la Junta General de Comercio, que si bien no tuvo mucho éxito práctico venía a ser un indicativo de los nuevos aires revitalizadores. Un año después se efectuaba una severa devaluación de la moneda para tratar de acabar con la inflación. La medida concreta fue la pérdida de un 75% del valor del marco de vellón (pasaba de 12 a 3 reales) y la legalización a la baja (una octava parte de su valor) de la moneda extranjera que había entrado ilegalmente en circulación. En 1686 estas medidas se complementaban con la manipulación parcial de la plata (ascenso en su valor de 15 a 20 reales) con el objeto de evitar que saliese en dirección a otras naciones que apreciaban sobremanera la moneda española. Estas drásticas medidas fueron sin duda severas a corto término, especialmente para los que no vivían de sueldos fijos, pero tuvieron efectos benéficos a largo plazo al conseguir una mayor estabilidad, base esencial para el crecimiento económico. En suma, Felipe V iba a recibir en 1700 un legado contradictorio. Por un lado, se le transmitía una vasta monarquía que perdía fuerzas en el concierto europeo, que veía amenazadas sus colonias, que había sufrido una depresión demográfica y económica en los años centrales del Seiscientos y que tenía evidentes deficiencias en el funcionamiento de sus estructuras básicas. Por otro, el nuevo monarca era el heredero de una monarquía que empezaba a vivir unos modestos pero efectivos síntomas de recuperación: al menos a la altura de los años ochenta la depresión parecía haber llegado a su fin en buena parte de España, especialmente en su periferia.

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