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América colonial

Desarrollo


Los pueblos indios, pese a la profunda y duradera destrucción provocada por la conquista y pese al intenso proceso de aculturación a que se les somete, conservan cierta capacidad de resistencia y desde el inicio de la colonización expresan su protesta y su rechazo a la dominación colonial. Los mecanismos de defensa fueron variados, desde la resistencia pasiva o la simple huida hasta la rebelión armada, o también la adaptación, siquiera aparente, fórmula escogida, por ejemplo, por los indígenas de la península de Santa Elena (Ecuador), que adoptan muy pronto la lengua y la indumentaria españolas pero mantienen sus costumbres y una relativa independencia en sus pueblos. Pero al margen del rechazo a la integración manifestado por los indios de algunas áreas (norte de México, centro de Chile) que resistieron a la conquista durante mucho tiempo, casi hasta el fin de la época colonial, entre los indios sometidos pocas veces la resistencia llegó a plasmarse en un verdadero movimiento de masas, aunque son frecuentes los motines espontáneos, muy localizados y de corta duración, dirigidos casi siempre contra los corregidores o los curas, como la rebelión de los zendales, en Chiapas (1712) o la de Jacinto Canek en Quisteil, Yucatán (1761). Hay también, sin embargo, verdaderas rebeliones indígenas con fuerte impacto en la vida económica y social de la región en que se producen, como la de Juan Santos Atahualpa en la provincia de Tarma (Perú), a partir de 1742.

El caso paradigmático lo proporciona la sublevación de Túpac Amaru, una impresionante conmoción armada que, al coincidir en el tiempo con otros dos grandes levantamientos de masas (Túpac Catari en Bolivia y los comuneros del Socorro en Colombia), puso en serio peligro el sistema colonial español: como años después diría Godoy, fue una "gran borrasca" que barrió toda Suramérica. La rebelión tupamarista reviste una importancia especial por la personalidad de su jefe, por su extensión y su arraigo, pero sobre todo por sus objetivos: supresión de gravámenes y explotación (aduana, alcabalas, repartos forzosos de mercancías), eliminación de formas de trabajo degradantes (mitas, obrajes), ruptura con España y restauración del poder inca bajo nuevas formas, manteniendo la religión católica (coronación de Túpac Amaru como "José I, por la gracia de Dios Inca Rey del Perú..."), y unión de todos los peruanos (los paisanos, sin distinción de razas) en contra de los europeos intrusos. Se trata, pues, de un programa utópico, especialmente en su apelación a la solidaridad y la unidad peruana, incluyendo a los amados criollos, que desde luego no se unieron al movimiento sino que lo combatieron. La rebelión tupamarista comenzó el día 4 de noviembre de 1780, con la detención del corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, que seis días después es ejecutado públicamente en la plaza de Tungasuca.

A partir de este momento, y desde su epicentro en la provincia de Tinta, la rebelión se expande con gran rapidez tanto hacia el norte (hasta el Cuzco) como hacia el sur, llegando hasta el lago Titicaca para penetrar finalmente en territorio de la Audiencia de Charcas, hoy Bolivia. Se movilizan decenas de miles de personas, tanto por parte de los rebeldes como de las autoridades coloniales, siendo los principales hechos de armas la batalla de Sangarará (18 de noviembre), el asedio del Cuzco (del 28 de diciembre al 6 de enero de 1781) y la batalla de Tinta (6 de abril), que supone la derrota y captura de Túpac Amaru (por la traición de uno de los suyos) y otros jefes rebeldes. Tras el correspondiente juicio, el visitador José Antonio de Areche dicta la sentencia (15 de mayo) condenando a muerte a José Gabriel, su esposa, su hijo mayor y otros reos, todos los cuales son ejecutados en la plaza del Cuzco el día 18 de mayo de 1781. Comienza entonces la segunda fase del movimiento tupamarista, que será mucho más sangrienta que la primera y se prolongará durante todo el año 1781, bajo el liderazgo de Diego Cristóbal Túpac Amaru (primo hermano de José Gabriel), extendiéndose hasta el norte de Argentina y Chile y enlazando en el altiplano boliviano con la rebelión de Túpac Catari (Julián Apasa Sisa, el más importante caudillo indígena altoperuano, que será ejecutado el 13 de noviembre de 1781). Sucesos notables de esta etapa son la conquista de Sorata y el prolongado y penoso asedio de la ciudad de La Paz. Finalmente, los rebeldes aceptan el indulto general ofrecido por el virrey y el 11 de diciembre de 1781 se firma el tratado de paz, que a comienzos de 1783 será violado por las autoridades coloniales al ordenar, con el pretexto de "nueva sublevación", la detención y posterior ejecución de los principales protagonistas de los sucesos anteriores, incluido Diego Cristóbal el 19 de julio de 1783. Termina así la gran rebelión iniciada en noviembre de 1780, aunque durante mucho tiempo continuará el gran miedo de españoles y criollos ante las masas indígenas, miedo que contribuirá a reforzar el conservadurismo político de los peruanos.

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