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Los éxitos militares del Emperador y de España en vez de acallar los tambores de la guerra los hizo repicar con mayor fuerza si cabe. En 1621 expiraba la Tregua de Amberes y nadie confiaba en su renovación. Desde Bruselas los archiduques hicieron vivas instancias para que se prolongara, al menos por un corto período de tiempo, pero la facción de Zúñiga no estaba dispuesta a suscribir un acuerdo que implicaba la aceptación de las Provincias Unidas como estado soberano independiente de los Habsburgo. De otra parte, los Consejos de Portugal y de Indias, a quienes se consultó a mediados de 1619, tampoco eran partidarios de la tregua en los términos estipulados en 1609 a la vista de la penetración espectacular de los mercaderes holandeses en los circuitos comerciales de la península, así como en la Carrera de Indias y en los territorios portugueses en Africa occidental, India, Indonesia y Brasil, con el establecimiento de factorías y con la presencia de buques de guerra. La creación en 1619 de la Compañía de las Indias Occidentales añadió más leña al fuego de la discordia, pues ahora se desafiaba abiertamente el monopolio comercial de España en América, demostrando así los Estados Generales su rechazo a un entendimiento con Madrid, actitud que reforzaba la postura belicista de la poderosa facción de Zúñiga, pues aunque se mantuvieron negociaciones para prolongar la tregua éstas fracasaron al no estar Madrid ni La Haya inclinadas a realizar concesiones.

El 31 de marzo de 1621 el archiduque Alberto informaba a Felipe III de la ruptura de las conversaciones, pero el monarca nunca llegó a enterarse, ya que ese mismo día fallecía. Pocas semanas después, el 9 de abril, expiraba la tregua dejando expedito el camino a las armas, la interrupción de las relaciones comerciales y el embargo de todas las propiedades pertenecientes a los mercaderes y vasallos de Holanda. El fin de la tregua hispano-holandesa coincidió con un agravamiento de la crisis internacional. La neutralidad de la mayoría de los príncipes protestantes alemanes, atemorizados ante la fuerza del Emperador y de España, junto con la actitud de Cristian IV de Dinamarca, que sólo estaba dispuesto a intervenir en el conflicto si también lo hacía Inglaterra, obligó a Federico V del Palatinado a buscar aliados en Londres y La Haya. En junio de 1621 la Cámara de los Comunes manifestaba su deseo de actuar militarmente en defensa de cualquier Estado protestante, propiciando una gran coalición centrada en la alianza anglo-holandesa, pero Jacobo I deseaba preservar a Europa de una guerra de religión. En esta línea, intentó convencer al Emperador de que devolviese a Federico V sus estados patrimoniales si éste renunciaba a la corona de Bohemia, pero no pudo conseguir sus objetivos. Apoyado por Mauricio de Nassau y por los Estados Generales, que renovaron el subsidio que venían otorgando desde 1619, el elector del Palatinado se mantuvo firme en sus aspiraciones, en tanto que los Habsburgo tampoco parecían querer abandonar los territorios conquistados, sobre todo España, pues mientras durase el conflicto con Holanda el Palatinado constituía un pasillo de vital importancia entre Lombardía y los Países Bajos a través del cual conducir hombres, dinero y municiones para el ejército de Flandes.

Como vital era también la Valtelina, ocupada por España en 1621, tras derrotar a las Ligas Grisonas, apoyadas por Berna, Zurich y Venecia, aunque no por Luis XIII, maniatado por los problemas religiosos que se habían desencadenado en Bearn. En el otoño de 1622, superada la crisis interna, el monarca francés pudo ya formalizar una coalición, la Liga de Lyon, con Saboya y Venecia, para expulsar a los Habsburgo. España, que no deseaba verse envuelta en una acción militar en Italia, abandonó la Valtelina, aceptando que las tropas del Pontífice se hicieran con el control del valle mientras se producía la retirada de su ejército. La promesa dada por el Emperador a Maximiliano de Baviera de transferirle el título de elector que poseía Federico V levantó las suspicacias de las potencias europeas y de las cancillerías alemanas, en particular de Sajonia y Brandemburgo. Esto no desanimó a Fernando II, que prosiguió en su proyecto, sancionado por la Dieta de Ratisbona, donde se aprueba que Maximiliano obtenga la categoría de príncipe elector del Imperio con carácter vitalicio, no hereditario. Federico V, contrariado, organiza un ejército para recuperar sus estados, pero es derrotado en agosto de 1623 en Stadloham. La victoria de los Habsburgo ponía en un serio aprieto al elector, quien envía una embajada a Gustavo Adolfo de Suecia en demanda de ayuda, pero aunque el monarca era favorable a la causa protestante sus consejeros le desanimaron ante las reclamaciones de Segismundo III de Polonia al trono sueco, del que había sido derrocado por su tío.

Federico V dirige entonces su mirada hacia Holanda sin demasiada fortuna, ya que en ese momento el ejército de Flandes había comenzado el asedio de Breda y no podía desviar su atención a otro asunto que no fuera la defensa del territorio amenazado por los españoles. Sólo Francia podía ayudar al elector, y en París encontró el apoyo que necesitaba, pues Luis XIII, aprovechándose del desaire sufrido por Jacobo I al rechazar Madrid su propuesta de matrimonio del príncipe de Gales con la infanta María, había concertado una alianza con Inglaterra en 1624 para organizar una fuerza conjunta destinada a recuperar el Palatinado, ofreciendo subsidios a los príncipes alemanes, impulsando una alianza con Holanda (Tratado de Compiégne, 1624) y revitalizando la Liga de Lyon con Saboya y Venecia. Mientras Francia mueve sus peones con el objetivo de aislar a los Habsburgo, el conde-duque de Olivares realiza grandes esfuerzos diplomáticos a fin de conseguir una alianza católica entre Madrid, Viena y Munich. En Viena la propuesta fue acogida con entusiasmo, pero los miembros de la Liga Católica desconfiaban de las intenciones de España, especialmente Maximiliano de Baviera que temía verse envuelto en el conflicto hispano-holandés, por lo que las negociaciones no prosperaron. Afortunadamente, la alianza anti-Habsburgo tampoco llegó a consolidarse. Es cierto que Luis XIII, protegido por los acuerdos diplomáticos alcanzados, invade y ocupa la Valtelina, al no haber España retirado sus tropas como se había estipulado en el Tratado de Asti, pero una nueva revuelta hugonote en la región occidental de Francia le obliga a firmar el Tratado de Monzón (1626), por el cual la Valtelina, Bormio y Chiavermo se erigen en un Estado independiente de las Ligas Grisonas, y si bien España pierde el control del enclave esto no significa que no puedan sus ejércitos utilizar el territorio para mantener sus comunicaciones con el Imperio y los Países Bajos, aunque Francia obtiene también determinados derechos de tránsito para sus tropas.

La retirada de Francia de los asuntos que afectaban al Imperio y a la Monarquía Hispánica coincide con el abandono de Gustavo Adolfo de Suecia, en el verano de 1625, de la alianza anti-Habsburgo concertada un año antes entre las Provincias Unidas, Inglaterra, Brandemburgo y el Palatinado, para así emprender una campaña militar contra Polonia. Por el contrario, Cristian IV de Dinamarca, hasta entonces renuente a enfrentarse con el Emperador, decide intervenir en los negocios de Alemania ante el temor de que el liderazgo recaiga en Gustavo Adolfo, quien podría utilizar su privilegiada posición al frente de la Liga Evangélica para obtener sólidas bases en la Baja Sajonia, poniendo en peligro la seguridad de Dinamarca. De este modo, en el mes de junio de 1625 se dirige hacia el sur a la cabeza de un ejército de 20.000 mercenarios, pero ante el avance de las tropas imperiales al mando de Wallenstein opta por retirarse. Si el Emperador había logrado parar el golpe de sus enemigos sin la ayuda española, la misma fortuna acompañó a las armas de la Monarquía hispánica, obteniendo en 1625 éxitos notables en todas sus empresas. La expedición naval anglo-holandesa contra Cádiz fracasa dramáticamente, sin conseguir destruir un barco español importante, ocupar una plaza o apresar la flota procedente de América. En los Países Bajos, Ambrosio Spinola añade un éxito más a su carrera militar con la ocupación de Breda, mientras en el Mediterráneo la escuadra del marqués de Santa Cruz libera a Génova de un ejército franco-saboyano y en América una escuadra hispano-portuguesa recupera Bahía, ocupada por los holandeses en 1624, y rechaza un ataque contra Puerto Rico. Todos estos triunfos suscitaron el entusiasmo en la Corte, y Olivares, exultante de alegría, encargó su representación pictórica a varios pintores afamados de su tiempo para que fueran inmortalizados -más tarde colgarían de las paredes del Salón de Reinos en el Palacio del Buen Retiro-. Asimismo, dos comedias se escribieron y representaron en Madrid a las pocas semanas de conocerse la noticia de estas hazañas: El Brasil restituido, de Lope de Vega, y El sitio de Breda, de Calderón de la Barca.

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