Compartir


Datos principales


Rango

Austrias Mayores

Desarrollo


La economía española durante el período de los Austrias Mayores respondió plenamente al tipo económico preindustrial. La mayor parte de la población se dedicaba a las labores agrarias y la demanda de alimentos constituía el primero de los gastos para la mayoría. Se ha hablado de una civilización del pan, que animó a dedicar las tierras preferentemente al cultivo de cereales panificables ("tierras de pan llevar", trigo, centeno, cebada, avena, panizo) y en la cual el abasto de pan fue una preocupación constante. Aunque también el viñedo es un cultivo en expansión, el proceso de nuevas roturaciones que resulta característico del XVI hispánico se hizo bajo el signo del cerealismo y logró dar respuesta a la demanda creciente de una población en expansión, la cual, a su vez, pudo incrementarse gracias a que había nuevas tierras que se ponían en cultivo en las comunidades de villazgo. Se roturaron tierras que habían sido abandonadas tiempo atrás, pero también otras que nunca habían sido puestas en cultivo. De esta manera, se produjeron muchos rompimientos de montes y dehesas, sobre todo de bienes de propios y comunes, así como de baldíos reales, lo que vino en detrimento del número y la calidad de los animales dedicados a la labranza. Se asistió así, por ejemplo, a una sustitución paulatina del tradicional trabajo con bueyes por el recurso a pares de bestias mulares, mucho menos exigentes en cuanto a su alimentación, pero, también, menos capaces de hacer los profundos surcos que permiten oxigenarse convenientemente a los suelos.

Las tierras también se cansaron, como se decía, porque el ritmo de continuas cosechas hizo que se modificara la rotación de cultivos, bienal (año y vez, pan y barbecho) o trienal (pan, rastrojeras en las que pasta ganado y barbecho). De la conjunción de un utillaje rudimentario con tierras mal abonadas resultó una agricultura extensiva cuya productividad era muy baja, estaba sometida a rendimientos cada vez menores y por tanto, exigía una mano de obra numerosísima. Todo esto en un período caracterizado por una dependencia absoluta del medio, las plagas y el azote periódico (10, 15, 20 años) de las llamadas crisis agrarias de tipo antiguo, que provocaban un gran descenso en el producto o la entera pérdida de las cosechas y el incremento automático de los precios. La amenaza de las hambrunas era, por tanto, permanente, así como omnipresente la de las carestías. Ya en condiciones normales, el peligro de desabastecimiento era cierto. En consecuencia, tanto las autoridades concejiles como las reales recurrieron a una serie de expedientes que intentaban alejarlo o disminuir sus efectos. En mayo de 1589, Felipe II, alarmado por "lo que estos días he visto de los campos", escribía al Presidente del Consejo de Castilla sobre ciertas medidas para prevenir los efectos de las malas cosechas que se temían: "Mírese si sería bien escribir a todos los partidos que miren cómo va lo del año en ellos y qué trigo, cebada y paja hay de los del año pasado y cómo está lo de los pósitos, así en grano como en dinero, y qué ganados hay, para que entendiendo bien todo lo que hubiere se trate de ordenar cómo se ayuden las unas partes a las otras y del modo de proveer de fuera lo que se pueda y pareciendo bien se escriba luego encargando esta diligencia a los corregidores para sus distritos y a los señores de vasallos para los suyos y poder más decir de consejo, que previniendo a esto ha días que mandé escribir a Sicilia con un correo yente y viniente para saber lo que allí hay y lo que se podría proveer por aquella vía".

En su carta al Conde de Barajas, donde se reserva a los corregidores y a los señores de vasallos un importante papel, Felipe II menciona dos de los medios a que se recurrió para evitar la escasez y la carestía del pan. De un lado, cita los pósítos locales, en los que se almacenaba grano de un año a otro y que también disponían de rentas para su compra. De otro, señala la posibilidad de importar cereal, aludiendo a que ya ha escrito a Sicilia, verdadero granero del Mediterráneo que suministró el llamado "pan del mar" a muchos puntos de la Monarquía. También se importaba el grano que, procedente de las llanuras al este del Elba, salía al Atlántico por los pasos del Sund. Otro medio con el que se pretendía garantizar el abasto y prevenir la carestía era la tasa del pan. La tasa era el precio máximo al que, por real pragmática, se podía vender un producto y se imponía para garantizar el abastecimiento de las ciudades, donde los motines de subsistencias no tardaban en estallar. Dado que el pan era el alimento más demandado, siempre estaba sujeto a venta tasada, lo que repercutía enormemente sobre las haciendas agrarias, que, además, ya soportaban el peso de los diezmos. La venta a la tasa constituía un grave inconveniente para la producción cerealística, y su imposición fue protestada por los agricultores. Por ejemplo, en 1567, hubo que rectificar al alza el precio en el que se había tasado la fanega de cebada nueve años atrás, porque se había dejado de sembrarla "por ser el precio tan bajo que no se allega al gasto que los labradores hacen".

El respeto a la tasa era obligatorio y las ventas a un precio superior al estipulado eran perseguidas judicialmente. Sin embargo, de hecho, se vendía pan por encima de la tasa, aunque sólo lo hacen aquéllos que podían esperar para sacar sus productos al mercado cuando todos los demás habían vendido y el grano empezaba a escasear. Ese tipo de rentable agricultura especulativa sólo se lo podían permitir los grandes productores o los grandes arrendatarios, pero no los pequeños propietarios que tenían que vender pronto y debían hacerlo a la tasa. Las grandes propiedades rurales corresponden a los señores de vasallos, civiles o eclesiásticos, que cultivan directamente la parte dominical de sus estados, dejando el resto en manos de colonos y arrendatarios. También la nobleza urbana (caballeros, por ejemplo) fue propietaria de algunas tierras en los términos locales. Con el nombre de labradores se conocía a los pequeños propietarios rurales que cultivaban algunas parcelas de su propiedad (los labradores villanos ricos), pero que, por lo general, tenían que tomar otras en arriendo, pudiendo ser, incluso, todas. Los jornaleros, por último, no disponían de animales y utillaje como los labradores y se contrataban para realizar distintas labores agrarias (segar, vendimiar, etc.). En la economía del campesino ocupan un lugar central los bienes de propios y comunes, así como las tierras baldías, que están abiertos, con ciertas condiciones, a su aprovechamiento. Sobre aquéllos pesó el abuso de las oligarquías locales, sobre éstas la necesidad de la Hacienda Real, que obligó a vender una buena parte de ellas durante el reinado de Felipe II. El pastoreo y la ganadería (crianza) constituían un necesario complemento de la labranza en las explotaciones agrarias.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados