De las guerras dinásticas a las guerras confesionales

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Rango

Austrias Mayores

Desarrollo


Cuando Felipe II (1527-1598) vaya recibiendo de su padre los distintos territorios de los que le hizo heredero entre 1554 y 1556, se vendrá a recuperar de alguna manera la situación anterior a la elección imperial de 1519. La rama española de los Austrias renunciaba al trono imperial después de complejos acuerdos familiares, pero, eso sí, con la incorporación a los dominios del Rey Católico del Ducado de Milán, definitivamente asegurado contra Francia, el Franco Condado y los Países Bajos, que, con la conquista de algunos nuevos territorios, agrupaban un conjunto de Diecisiete Provincias. Sin embargo, Felipe II no iba a renunciar en modo alguno a seguir adelante con ese destacado papel en la escena internacional europea, porque, a pesar de que no es Rey Católico y Emperador al mismo tiempo, pretende mantener la hegemonía de su potencia. En el marco de las relaciones exteriores se ha operado un cambio sustancial y, ahora, no nos encontramos ante un panorama de guerras dinásticas, sino de guerras confesionales, en el que Felipe II se presenta como la cabeza del mundo católico romano. Pero esto no supuso que su política internacional fuera aceptada al cien por cien por sus súbditos españoles. La imbricación de la política hispánica con los grandes episodios de la disputa internacional será característica de todo el siglo XVI, moviéndose los Austrias Mayores sobre el difícil y resbaladizo terreno de que su acción exterior no fuera bien recibida dentro de la Monarquía Hispánica.

De esta manera, no será extraño que nos encontremos con una revuelta interna al mismo tiempo que se organiza o desarrolla una campaña exterior. Los problemas comienzan nada más llegar Carlos de Gante a España en 1517 procedente de los Países Bajos. La regencia la ocupa el Cardenal Cisneros, pero la primera cuestión que se discute es la de cuál va a ser el estatuto que se le concederá al Duque de Borgoña junto a su madre, quien es la legítima reina de Castilla desde la muerte de Isabel I. Carlos impone su reconocimiento como rey conjuntamente con su madre y se niega a ser considerado únicamente regente en su nombre como había sido Fernando el Católico. Sólo a la muerte de Juana la Loca en 1555, Carlos I ocupará el trono en solitario y, entonces, lo hará por escasísimo tiempo. Las Cortes reunidas en Valladolid en 1518 lo reconocen solemnemente como soberano de Castilla, pero muestran una declarada pretensión de preservar un gobierno de naturales, es decir, de castellanos, frente a la corte flamenca y borgoñona que ha traído consigo el nuevo rey. Al año siguiente, las Cortes de Zaragoza lo reconocen como rey de Aragón y lo hacen con menos reticencias que las que han tenido que vencerse en Castilla. De Zaragoza, el nuevo Rey Católico se traslada a Barcelona para celebrar el Capítulo de la Orden del Toisón de Oro, de la que es maestre soberano, y hasta allí llega, primero, la noticia de la muerte de Maximiliano I y, poco más tarde, la de su elección como Rey de Romanos.

Apenas año y medio después de su llegada a España, Carlos I se apresta a volver al Norte para ser reconocido como titular del Imperio, una dignidad muy superior a la de rey de Castilla y de Aragón. Pero, antes de hacerlo, convoca las Cortes castellanas para solicitar del reino el apoyo económico que precisa para su viaje y para sufragar los gastos que ha acarreado la elección imperial, en la que ha tenido que ser generoso con los príncipes electores. Las Cortes se celebran en Santiago de Compostela y se trasladan a La Coruña, de cuyo puerto sale Carlos rumbo al Imperio después de haber conseguido con muchas dificultades el servicio económico que pretendía. Deja a su preceptor Adriano de Utrecht -el futuro papa Adriano VI- como gobernador durante su ausencia. El camino a las Comunidades de Castilla queda definitivamente abierto, porque no sólo se gobernaba con extranjeros, sino que el rey abandonaba su reino.

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