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Reyes Católicos

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Por fortuna existe una rica literatura sobre el primer encuentro entre castellanos y nativos americanos. Pedro Mártir de Anglería en su Década primera, editada en Alcalá en 1516, describía así el acontecimiento: "Saliendo a tierra allí por primera vez, vieron hombres indígenas, que, mirando en tropel a la gente nunca vista, huyeron a refugiarse todos en espesos bosques cual tímidas liebres ante los galgos. Los nuestros, siguiendo a la muchedumbre, sólo cogieron a una mujer; y llevada a las naves, bien comida y bebida, y vestida con ornato (pues toda aquella gente de ambos sexos vive completamente desnuda, contentándose con lo que da la naturaleza), la dejaron libre. Tan pronto como la mujer volvió a reunirse con los suyos (pues ella sabía adónde habían acudido en la fuga), y habiéndoles hecho saber que era admirable el ornato y la liberalidad de los nuestros, todos a porfia acuden a la playa y piensan que son gente enviada del cielo. Echándose a nadar llevan a las naves oro, de que tenían alguna abundancia, y cambiaban el oro por un casco de fuente de loza o de una copa de vidrio. Si los nuestros les daban una lengüeta, un cascabel, un pedazo de espejo u otra cosa semejante, les traían tanto oro cuanto les querían pedir o cada uno de ellos tenía". Esta visión amable, que impresiona caracteres como "gente nunca vista", "gente enviada del cielo", y también "galgos", aplicándolo a los castellanos; o en el caso de los nativos, que es gente que "vive completamente desnuda, contentándose con lo que le da la naturaleza", y también "tímidas liebres", opone desde la primera relación que se establece entre las sociedades del viejo y del nuevo mundo el oro a una lista de objetos sin apenas valor.

Cristóbal Colón fue más cauto en su descripción; por lo que nos transmitió personalmente, sabemos que registró el primer encuentro haciendo una extensa relación de los caracteres físicos de los nativos y de los objetos de uso cotidiano que intercambiaron con los castellanos, sin apenas referencias al oro. Aunque no se resistió a confesar que, "yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho". Hacia 1450 las sociedades del viejo mundo comenzaron a apreciar, más que en ningún otro tiempo, el oro. El metal precioso se había convertido en una mercancía y en una materia prima; los mercaderes comenzaban a realizar transacciones y operaciones comerciales en equivalencias referidas al oro. Los artesanos procuraban atender la demanda de diversos productos elaborados con el lujo de materiales preciosos. Genoveses, portugueses y castellanos se encontraban en una posición privilegiada para intentar obtener oro en sus fuentes africanas conocidas; los genoveses lo hacían en las ciudades más orientales del norte de Africa, mientras portugueses y castellanos lo hicieron en las ciudades más occidentales. Pero las fuentes del oro se hallaban en el interior africano. Toda la historia previa al descubrimiento del Nuevo Mundo está repleta de experiencias africanas; primero, las ciudades africanas del litoral mediterráneo, más tarde las atlánticas y las islas adyacentes, se convirtieron en objetivos de primer orden.

Tánger, Ceuta, Madeira, el archipiélago de las Azores, las islas Canarias, fueron espacios de una rivalidad que se inclinó en favor de la iniciativa portuguesa. El deseo de oro traía a su cola otras industrias sumamente productivas y muy favorecidas por la demanda que ejercían las sociedades del Viejo Mundo: los esclavos, las especias, los marfiles, el azúcar. Todo empezaba a interrelacionarse y a crear nuevos espacios de interés; los esclavos eran necesarios para sostener los primeros cultivos de caña y los primitivos ingenios azucareros. Los esclavos instruidos como intérpretes se convertían en magníficos auxiliares para conocer las fuentes del oro. Las especias y las materias tintóreas se convertían en moneda. Los puntos y accidentes geográficos africanos se bautizaban con referencias al oro; el Río de Oro, la Costa de Oro y hasta el mismo rey portugués era conocido por los mercaderes venecianos, a comienzos del siglo XVI, como el Rey del oro. El oro y sus industrias afines fueron el incentivo principal de experiencias atlánticas que abarcaron prácticamente todo el siglo XV, y que culminaron con el encuentro de dos sociedades diferentes en el Nuevo Mundo. Buena parte de la política interna de los Estados y de las relaciones entre naciones tuvieron como telón de fondo el control del mar y la posesión de las nuevas tierras descubiertas y por descubrir. Todo empezó en el Mediterráneo.

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