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Arte Antiguo de España

Desarrollo


Bajo este epígrafe vamos a revisar diferentes aspectos que nos informan acerca de cuestiones relativas a los retratados y la sociedad en la que vivieron, de la que fueron sujetos activos y pasivos. Desgraciadamente los datos arqueológicos fiables que acompañan al bloque de retratos en nuestro país son escasos, o cuando menos insuficientes. Existe además otro problema añadido, y es que el lugar de aparición de un retrato no siempre corresponde con el espacio original para el que fue concebido. En este orden de cosas, es una tarea ardua reconstruir la ambientación en que se expusieron estos retratos y la finalidad para la que fueron encargados. Los trabajos al respecto se limitan al terreno de la mera hipótesis. Tengamos también en cuenta que un retrato, aun siendo material pesado, es una obra fácilmente transportable, y que la localización última, por circunstancias de su propietario, podía ser aleatoria. Los particulares que encargaban un retrato podían destinar éste a tres posibles usos: doméstico, funerario y públicoconmemorativo. Las casas romanas mostraban a sus visitantes las efigies de sus antepasados, imagines maiorum, como modernamente aparecen los blasones en las fachadas de nuestros pueblos. No olvidemos que, si bien el retrato se generaliza con rapidez, nace como estigma de prestigio social. Un magnífico ejemplo de este sentido son la casas pompeyanas, nutridas de retratos particulares. El retrato doméstico era fundamentalmente de busto, para acoplar a un soporte o pedestal.

Se situaba según la entidad del representado: la región más destacada de la casa se reservaba para el pater familias. En los espacios ajardinados acompañaban a ciclos estatuarios, que simbolizaban creencias o gustos personales. No sólo encontramos retratos personales en las viviendas, también aparecen piezas que representan personajes públicos, en alusión a una posible clientela del propietario. Las villae nos han dispensado alto número de piezas contextualizadas en los establecimientos del territorio de las grandes ciudades. Son interesantes estos casos porque además de colaborar en las dataciones de algunos entornos problemáticos, confirman la dispersión productiva de los talleres urbanos. Mayoritariamente los retratos se asocian con los recintos funerarios, con las áreas de necrópolis. En la Península son de destacar los grupos de Carmona y Mérida. La versatilidad de los soportes retratísticos va paralela a la variedad tipológica de las construcciones funerarias. El hecho de que los retratos estén presentes en placas para empotrar, estelas, altares, sarcófagos, bustos y estatuas corrobora la primacía funeraria. El tipo seleccionado iba en función del monumento elegido, y éste del rango del difunto. Ya hemos visto también cómo algunos tipos funerarios crearon un estilo propio en ciertas zonas, caso de altares y estelas emeritenses. Cada época poseía su variante peculiar de moda.

En la Península lo más frecuente son las cabezas-retrato de primera etapa y los bustos. Conocemos la existencia de algunos grupos estatuarios sedentes, pero existen ciertas lagunas de otros tipos: estatuas ecuestres, heroicas, etc. El retrato del entorno funerario jugaba un esencial papel simbólico en las celebraciones rituales en honor del difunto, siendo la encarnación más perfecta del fallecido. Los encargos de retratos particulares destinados a este medio provenían de familiares y herederos, o bien de personas estrechamente conectadas al difunto por otros vínculos: servidumbre, agradecimiento, etc. Como hoy, los ciudadanos hispanos se hacían retratar en vida pensando en el futuro fin funerario de la obra. Los datos epigráficos son reveladores de esta costumbre, normal entre los romanos. Las condiciones económicas de financiación del monumento y los retratos dispuestos en él están expresadas sin reparo. Es difícil calcular el coste de un retrato; en el precio final influirán factores como el material, tipo elegido, taller y localización del mismo. Las piezas individuales costarían más que las seriadas. En las estatuas-retrato los cuerpos estarían dispuestos en el taller y sólo habría que añadir la cabeza; por eso en ciertas estatuas-retrato no se corresponden cronológicamente cabeza y cuerpo. Cuando comprobamos que muchas piezas, estelas funerarias, responden a un patrón similar, podemos pensar que el trabajo se realizaba en serie como consecuencia de la popularización de estos monumentos de bajo coste.

Gracias al texto complementario que suele acompañar al retrato funerario establecemos el grupo social al que pertenecía el individuo. Si carecemos de dicha información, la simple observación de un retrato resulta elocuente para precisar el estamento del difunto, no sólo por aspectos formales de tipología sino por notas simbólicas que reciben algunas obras. Cuando un retrato privado aparece en un contexto oficial religioso o político abandona su rango particular para asociarse con la producción oficial, pues el entorno condiciona la esencia de la obra. Puede representar a un personaje desconocido a nuestros ojos, aunque seguramente para la colectividad en la que vivió tuvo un papel relevante, tal vez en la escala de valores cotidianos superior a estratos imperiales, con frecuencia inalcanzables. Teniendo en cuenta la oscilación realismo-idealización que caracteriza a los retratos, existen algunas notas que denuncian factores sociológicos de estas obras. Los rasgos faciales establecen categorías étnicas, defectos físicos patentes o simbologías sociales. El retrato nos acerca a la edad del representado, aunque carezca de texto que la refleje exactamente. Este dato favorece el cálculo de la esperanza de vida, que nos habla de alta mortalidad infantil y mayor esperanza para el género masculino que femenino. Es elocuente el empleo de ciertos convencionalismos artístico-formales como la reducción intencionada de personajes retratados en un grupo. Los conjuntos familiares muestran en menor tamaño a la mujer cuando quieren indicar su distinta extracción social.

La situación en distinto plano del relieve es otro uso interesante. Muchas obras incluyen en el texto la actividad profesional del difunto, y además también acompañan al retrato algunos elementos y útiles de trabajo para recordarlo. Por medio de un retrato es posible intuir el grupo étnico de origen del personaje en cuestión; además de las facciones del rostro, el peinado o adorno adscribe al representado en su grupo. Los gustos personales del vestido y peinado, aparentemente fruto de una moda pasajera y fortuita, hemos de considerarlos a la hora de trazar un perfil del retratado. La riqueza de la indumentaria no sólo refleja su status, también el empleo de adornos y útiles coloca al individuo en distinto sector: el uso de la toga, la aparición en niños de bullae, el tocado de la cabeza, las armas u objetos portantes, etc. Todo este atrezzo que acompaña a un retrato es capital en el tejido de la trama social del pueblo hispanorromano.

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