Anfiteatros

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Arte Antiguo de España

Desarrollo


Al realizar el estudio de los anfiteatros, podemos, en principio, seguir el mismo esquema que en los circos, y comenzar hablando de una serie de obras con marcados caracteres tradicionales. Acaso el monumento más tosco de todos sea el localizado hace pocos años en Vergi (Berja), con sus límites groseramente tallados en la montaña; pero pueden entrar en el mismo apartado el también reciente hallazgo de Bodadela (Oliveira do Hospital), si futuras noticias no obligan a cambiar de opinión, y el muy arruinado anfiteatro de Ucubi (Espejo). Sin embargo, el mejor ejemplo de estos monumentos sencillos, que aprovechan el relieve del suelo para asentarse y que apenas lo complementan con cascotes o con bloques mal tallados, es el localizado en Carmo: poco puede distinguirse hoy de su arena y cavea ovales, ya que no elípticas, pero sabemos que tuvo gradas cubiertas de estuco y pintadas, y quedan restos de sus carceres talladas en la roca a los lados de las puertas principales. El gran problema de estos edificios, mal conocidos y apenas excavados, es su cronología. Mientras que alguno, como el de Bobadela, puede ser fechado por los materiales recogidos en la segunda mitad del siglo I d. C., otros, en cambio, sugieren mayor antigüedad: así, Golvin ha propuesto para los monumentos de Ucubi y de Carmo una cronología muy alta, allá por el 30 a. C., y los ha situado en el restringido y prestigioso capítulo de los anfiteatros de época republicana, concediéndoles el honor de ser, junto con el de Antioquía, los únicos anfiteatros de esta época emplazados fuera de Italia.

Más aún: si su opinión se confirmase, el anfiteatro de Carmo, con sus 131 m de dimensión máxima, sería el segundo en tamaño de los construidos hasta entonces, superado sólo por el de Pompeya (134 m). El paso a los grandes cosos de ingeniería avanzada lo hallamos, como en el caso de los circos, en Emerita Augusta. Allí el gobierno augusteo situó el primer anfiteatro conocido de estructura de compartimentos, obra que, además, ofrece muchos detalles de interés, desde la organización de las escaleras para acceder a las partes más altas, hasta el poderoso aparejo rústico de sillares almohadillados que da fuerza titánica a la fachada, sin olvidar el interesante sistema de acceso a las localidades más bajas, que permite pasar junto a las puertas principales de la arena, allí donde se concentran las carceres y los gladiadores. Tras esta obra maestra, los anfiteatros del período julioclaudio y de principios de la dinastía flavia resultan ciertamente pobres. Construidos, probablemente todos, por iniciativa particular o municipal, en sus estructuras alternan -y hasta se yuxtaponen cuando es necesario para ahorrar gastos- todo tipo de sistemas constructivos, desde la talla en la roca hasta la estructura hueca. Alguno hay, como el de Emporiae, que merecería situarse entre las obras populares, porque su modo de construcción es exactamente el mismo -estructura de casillas, gradas de madera- que utilizaría el circo de Saguntum más de un siglo después, y porque, además, su constructor alargó la arena de forma desproporcionada.

Pero no son mucho mejores los demás: tanto el de Carthago Nova como el de Segobriga pecan de un trazado inseguro, más cercano al círculo o al óvalo que a la elipse, y si no podemos decir lo mismo del de Conimbriga, hay que tener en cuenta que es muy poco lo que de él sabemos. Sólo cabe señalar, en estas obras, alguna novedad estructural, fruto del progresivo enriquecimiento de los juegos: así, en Segobriga descubrimos cómo, además de las carceres tradicionales, aparece un pasillo que rodea la arena, al menos en la zona no tallada en la roca: a través de él podrían moverse fieras y gladiadores, sorprendiendo al espectador cuando saliesen por una puerta imprevista. Tras tantas indecisiones, y dejando aparte el arruinado coso de Astigi (Ecija), imposible de fechar, llegamos finalmente a los reinados de Tito y Domiciano. Para la construcción de anfiteatros, se trata de un momento crucial, porque en Roma se inaugura la máxima obra de este género, el Coliseo, e inmediatamente se difunde la noticia de su grandiosidad arquitectónica y de la riqueza de los juegos que en él se contemplan. La estructura hueca, y en sus sistemas más complicados, alcanza un dominio exclusivo, a la vez que, bajo la arena, crece y se desarrolla el sistema de la fossa, con sus carceres subterráneas, que permite hacer surgir las fieras, de improviso, en cualquier parte del ruedo. Algunos viejos anfiteatros intentan ponerse al día -es el caso del de Emerita, en cuya arena se talla una piscina para naumaquias, planteándose después la realización de una verdadera fossa-, pero, como es lógico, son los edificios nuevos los que permiten desarrollar la nueva concepción, ya definitiva, con toda su esbelta complejidad.

A este modelo de anfiteatro pertenecen los dos últimos fechados en Hispania: el de Tarraco, que mezcla aún diversos sistemas constructivos -talla en la roca, estructura de compartimentos y verdadera estructura hueca-, pero que no por ello prescinde de una fachada de arquerías de grandiosa concepción, y, sobre todo, el de Itálica, al que podemos considerar uno de los más importantes monumentos de todo el imperio. Construido sin duda por encargo del propio Adriano, es, por su tamaño, el mayor de los conocidos, con la única excepción del Coliseo, y, como es lógico, todo responde en él a estas proporciones: su altísimo muro del podium (3,50 m sin contar el balteus), perfectamente acabado y recubierto -como en Emerita y Tarraco- con placas de mármol; su espacioso pasillo tras ese muro, verdadero eje de distribución abierto a múltiples habitaciones; su foso central, que necesita pilares para sostener la enorme tapa de madera; su bella fachada con espaciosos arcos -los más anchos que se conozcan en un anfiteatro, de nuevo tras el Coliseo-: nos hallamos, en una palabra, ante una obra que trasciende el nivel de una provincia, y que imaginaríamos mejor en la propia Roma.

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