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Arte Antiguo de España

Desarrollo


Más de una vez, acercándonos a sus enormes bóvedas de cemento, a sus amplios graderíos o a las columnatas de sus escenarios, habremos pensado, después de la primera impresión, o bien que, a la hora de la verdad, se trata de una arquitectura repetitiva, pese a su indudable fuerza, o, por el contrario, que acaso exista una clave para conocer la fecha concreta de un anfiteatro o de un circo a través de ciertos detalles de su construcción. Desengañémonos desde un principio: a la luz de los conocimientos arqueológicos que hoy se tienen, estos inmensos edificios, tan semejantes unos a otros en sus líneas generales, aunque tan diversos cuando se introduce uno en su estudio, siguen fechándose sistemáticamente a través de medios estratigráficos, de cerámicas halladas en sus cimientos, etc., porque aún no se ha dado con otros sistemas más seguros. Una de las razones esenciales de esta penosa situación ha sido ya sugerida, y merece la pena que ahondemos en ella: los teatros, y más aún los anfiteatros y los circos, son esencialmente construcciones utilitarias, y fruto de las ciudades en que se construyen. Del mismo modo que hoy puede levantarse un estadio de tecnología avanzada en una gran urbe, mientras que un pueblecito construye el suyo con materiales y técnicas tradicionales, una capital de provincia romana edificaba su circo siguiendo las últimas modas de Roma, mientras que, a pocas leguas, los campesinos se apelotonaban sobre gradas de madera para ver su carrera de caballos.

Mas hay otra razón más profunda, y muy asentada dentro de la mentalidad arquitectónica romana: se trata de la conocida distinción, e incluso oposición, entre la estructura y el ornamento (ornatus) de un edificio. En un anfiteatro, un teatro o un circo, la estructura está compuesta por los muros, los arcos de cemento, las gradas y pasillos tallados en la roca o modelados en el hormigón; esto constituye, digámoslo así, la parte de la ingeniería en la obra y, a menudo, lo único que nos ha llegado de ella. Pero, para un arquitecto antiguo, este aspecto tenía escaso interés porque, en principio, cal y roca tallada quedarían ocultos cuando la obra llegase a su conclusión: por encima habría de colocarse lo más interesante y vistoso: en unos sitios, sería estuco modelado o pintado, en otros, sillares, frisos, placas de mármoles multicolores y hasta esa sucesión de esculturas, obeliscos y templetes que nunca faltaban en la spina de un circo. Y no hablamos de simple decoración: existen ciertos campos, también dentro del ornatos, que un romano consideraría lo arquitectónico por excelencia: son las fachadas de los edificios y las ostentosas frontes scaenae de los teatros, elementos ambos tan independientes de la propia estructura que llegan a conformar en ocasiones verdaderas pantallas exentas. Ante finas fachadas, a menudo de sillares labrados, como las de los circos de Emerita y Toletum o la del teatro de Caesaraugusta, se comprende que los arqueólogos se pregunten, sistemáticamente, si no pueden ser añadidos posteriores. En último término, su situación no es muy diversa de la que presentan las columnatas escénicas, y sabemos que éstas se reconstruyeron en ocasiones, siguiendo la moda de cada momento. Porque es esta parte arquitectónica del ornatus la que sigue con interés las oscilaciones estéticas.

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