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Arte Antiguo de España

Desarrollo


Las aportaciones de Roma al desarrollo del arte en la España antigua fueron enormes, como se ha dicho, al margen de los fenómenos de perduración o de provincianismo. La romanización se manifestó también en una verdadera revolución en el terreno de las manifestaciones artísticas, con tantas facetas como es de esperar, al tratarse de la corriente enriquecedora de una de las grandes culturas artísticas de todos los tiempos. Existe para ello una primera razón básica a destacar. Si romanización equivale en buena medida a urbanización -intensificándola donde existía, extendiéndola adonde aún no había llegado-, debe tenerse en cuenta que la ciudad constituye el ambiente, el terreno adecuado, para que germine y se desarrollen las artes, en especial las que consideramos artes mayores. Los mecanismos sociales y económicos de la ciudad en general, y de la romana en particular, estimularon extraordinariamente la producción artística; en su seno se desarrollaron clases sociales que ampliaron el número de demandantes de obras de arte, sin olvidar el papel patrocinador de los organismos públicos y del Estado en su conjunto, que hicieron del arte un medio de consolidación imprescindible, por todo lo cual, la masa de la producción artística romana fue ingente. Pero hubo, además de los cuantitativos, importantes saltos cualitativos respecto de la etapa anterior. En la escultura, por ejemplo, serán grandes novedades la utilización del mármol y del bronce para obras mayores.

La cultura ibérica, que poseía una espléndida y secular tradición escultórica, se limitó a esculpir piedras generalmente blandas, sobre todo calizas y areniscas, o a la talla en madera, cosa que se barrunta en bastantes cosas y no es difícil suponer. No desarrolló, sin embargo, talleres capaces de esculpir rocas duras, como las que tanto gustaron a los egipcios o a los pueblos del Oriente Próximo, y ni siquiera el mármol, material emblemático de la gran escultura clásica, junto con el bronce. La presencia de esculturas marmóreas en la España prerromana se limita a importaciones griegas -como el célebre Esculapio de Ampurias y poco más- o fenicias, con el formidable ejemplo de los sarcófagos sidonios de Cádiz. Con Roma, por tanto, empezó la explotación de las canteras de mármol de Hispania, muy abundantes y de enormes posibilidades. Pero, además, convertido en material de prestigio, fue objeto de un costoso comercio, con importaciones sorprendentes por lo voluminosas y por las distancias de algunos de los lugares con canteras famosas desde donde se trajeron pesadas piezas. Es ilustrativo un testimonio recuperado en Itálica. En esta ciudad, donde se comprueba que hay mármoles de todo el Imperio, se halló una basa esculpida e inscrita con un epígrafe que recuerda cómo un italicense donó para el teatro dos columnas de mármol caristio, es decir, traído de la isla de Eubea, en Grecia.

No obstante, el uso del mármol sólo se generalizó desde tiempos relativamente avanzados, a partir de Augusto y de la época imperial. Antes, la primera escultura de influjo romano siguió realizándose sobre las areniscas y calizas de siempre. Quizá la primera obra escultórica hispana atribuible a la acción de Roma sea el relieve a medias conservado de la Minerva de la muralla de Tarragona, obra seguramente de un artista local, que ejecutó el encargo con las dificultades que hace ver la tosca figura de la diosa. Otras esculturas, como algunos de los relieves de Osuna (Sevilla), o el delicioso grupo funerario de un matrimonio hallado en Orippo (Dos Hermanas, Sevilla), muestran los comienzos de la plástica romana en Hispania en tiempos preimperiales. El bronce, por su parte, tuvo entre los iberos un uso casi reservado a utensilios y a la producción de figuritas a la cera perdida, fabricadas a miles para servir de exvotos en los santuarios. Pero como material para obras de gran empeño, como pusieron en práctica los griegos, e hicieron otras culturas algo más próximas a la ibérica, como la etrusca, los pueblos hispanos habrían de esperar a la romanización para familiarizarse con los bronces mayores. Es un buen ejemplo de entrada de la nueva técnica escultórica en un ambiente prerromano, el extraordinario y problemático grupo que se halló en el templito de la ciudad celtibérica de Azaila (Teruel); lo componían varias figuras de tamaño algo mayor que el natural, incluida la de un caballo, de entre cuyos restos conservados son especialmente importantes y famosos los de las cabezas en buen estado de un hombre y una mujer jóvenes, interpretados como Augusto y Livia, aunque sea una identificación muy problemática o prácticamente imposible, que deja cabida a otras que se han propuesto.

Podría decirse lo que cautamente propone Walter Trillmich tras el análisis estilístico del Augusto: que se trata de una creación de estilo tardohelenístico, fruto del ambiente artístico romano de los años 40-30 a. C., en el que se creó el primer retrato de Octaviano. Otro importante cambio propiciado por la romanización tiene que ver con la aludida politización del arte en la sociedad romana. Y puede interpretarse el concepto de politización en al menos dos sentidos, correspondientes a otras tantas facetas que interesa destacar. Por un lado, la vertiente etimológica de politizado, derivado de polis (ciudad), que insiste en lo dicho antes sobre la correlación ciudad y arte, con el añadido de que, con Roma, el arte penetra decididamente en el interior de las ciudades, mientras las culturas ibéricas confinaron principalmente sus creaciones artísticas a las necrópolis y los santuarios extraurbanos. A partir de la romanización, el arte tendrá en el interior de la ciudad un campo predilecto para manifestarse, entre otras cosas por la segunda faceta a destacar en el concepto de politizado, que es su fuerte ideologización, su puesta al servicio de un complejo entramado ideológico, que tuvo en el arte un vehículo principal de la transmisión de mensajes que debían estar siempre presentes. Y a la cabeza los dirigidos a asentar la idea y el poder del Imperio, cohesionado en torno al culto a Roma y al emperador. ¿Quién dudaría de la majestad, de la sobrehumanidad del emperador, ante la gigantesca estatua acrolítica que, seguramente de Trajano, se instaló en un soberbio santuario en medio de la ciudad de Itálica, estatua de la que se han conservado varias piezas de mármol, una de ellas un antebrazo que mide casi dos metros? También los ciudadanos expresaban su importancia sociológica mediante una manifestación artística que significa otra importante novedad derivada de la romanización: la difusión del retrato.

Pueden encontrarse algunos precedentes para la presencia del retrato en la Hispania prerromana. A estos efectos, algunas esculturas ibéricas hacen pensar en ciertas intenciones retratísticas, como puede pensarse al contemplar el personalísimo rostro de la Dama de Baza. Si cabe concebir tendencias hacia la aparición de retratos en las sociedades ibéricas, pudieron ser fruto de la creciente imposición de oligarquías y de la existencia de formas de realeza en la sociedad ibérica. Convergente y paralelamente, las corrientes helenísticas, que dieron cabida en el arte al retrato personalizado, tuvieron ya una fuerte penetración en la España prerromana, entre otras razones, y aparte de la presencia directa de griegos, por la acción de los Barca, los caudillos cartagineses con cuyo dominio en el Mediodía empiezan a asentarse en la Península las formas de la civilización helenística, en la linea que ratificarán después los romanos. Se debe a los Barca un conjunto de acuñaciones monetales hispanas en las que se supone que están representados Amílcar, Asdrúbal y Aníbal, idealizados y sincretizados con el Melkart gaditano, que adoptaron por dios tutelar. Está por saber si incidieron, y hasta qué punto, las tendencias locales o previas a la romanización en la propagación y caracterización en Hispania del retrato romano. Algo pudo ocurrir en esta dirección, como fue el caso de las influencias en el culto al emperador ejercidas por arraigadas tradiciones ibéricas en torno a la adhesión personal al jefe que, como la devotio, vienen a ser formas de veneración y seguimiento hasta la muerte.

Pero además, o al margen de ello, el retrato fue una novedad traída por Roma, gracias a la cual empezamos a recuperar el rostro de los antiguos hispanos, en espléndidos retratos elaborados en los muchos talleres que aquí florecieron, particularmente activos y creativos en los primeros tiempos del Imperio. En los retratos de Itálica, de Mérida, de Tarraco y de tantos otros centros, además de captar la realidad del arte puramente romano del retrato, se barruntan rasgos hispanos, célticos o de otras diversas raigambres, por ejemplo en los peinados, o en la definición de tipos raciales, que nos dan, como decía, la primera imagen real de que podemos disponer de los antiguos habitantes de la Península.

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