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Arte Antiguo de España

Desarrollo


El conocimiento de la cultura ibérica en nuestros días ha alcanzado un desarrollo y un nivel considerables, de forma que el arte ibérico, lo que ahora más directamente nos interesa, puede ser contemplado y valorado con posibilidades muy distintas a las que hace no mucho se tenían. En principio, se dispone ya de secuencias arqueológicas y culturales bien definidas para el conjunto de las manifestaciones ibéricas, determinantes de una civilización cuyo proceso de formación y consolidación, sus rasgos internos y sus débitos con civilizaciones de otros ámbitos, aparecen ya bastante aclarados. Muy sucintamente, la configuración y la evolución de la cultura ibérica pueden presentarse como sigue. Es preciso tener inicialmente en cuenta el desarrollo de la civilización tartésica. En la zona que puede considerarse principal para la cultura ibérica, esto es, el Levante y Sudeste, se repite en sus líneas básicas el esquema evolutivo propio del ámbito de Tartessos. En la región levantina, la Edad del Bronce, con la facies propia del Bronce Valenciano, se cierra con una etapa de recesión reconocible como del Bronce Tardío o de la primera etapa del Bronce Final, hacia fines del segundo milenio antes de nuestra Era. La consolidación de este Bronce Final significa una ruptura con las fases anteriores y el comienzo de una renovación cultural de gran impulso, animada por los influjos de las culturas de los campos de urnas, de origen centroeuropeo y extendidas más acá de los Pirineos, y, sobre todo, por la irradiación de la brillante cultura tartésica.

La intensidad de la impronta tartésica se empezó a comprobar hace algunos años en los yacimientos de los Saladares, en Orihuela (Alicante), y de Vinarragell, en Burriana (Castellón), y se ha confirmado posteriormente en muchos otros: la Peña Negra de Crevillente (Alicante), los Villares de Caudete de las Torres (Valencia), Puntal del Llops, en Olocau (Valencia), entre ellos. En esto, la investigación arqueológica no venía sino a confirmar aspectos de la realidad cultural que las fuentes literarias sugerían, pero eran miradas con recelo. En efecto, en la "Ora Marítima" se sitúa el límite de los tartesios en las inmediaciones de la desembocadura del río Sicano (el Júcar), por donde se hallaba una ciudad limítrofe, Herna, que ha de identificarse con alguno de los centros de la zona alicantina, quizá el de la Peña Negra de Crevillente. En definitiva, los pueblos de la fachada mediterránea y un amplio "hinterland" -sobre todo hacia la alta Andalucía- experimentan una verdadera revolución en el progreso de su cultura por la irradiación de la cultura tartésica, sobre todo en su fase de madurez, a lo que se sumó paralelamente el efecto directo de la acción de los colonizadores fenicios, muy activos en la costa. En la importante ruta que desde Ibiza conducía hasta Cádiz, hubieron de disponer de no pocos puntos de apoyo, que a los muy conocidos de las costas andaluzas hay que sumar los que van detectándose en las costas del Sudeste, como el localizado en las dunas de Guardamar del Segura (Alicante).

De nuevo cabe recordar que, según la "Ora Marítima", también esa zona fue poblada por los fenicios. Sobre esta base, con los nuevos y decisivos impulsos llegados con los colonos griegos, las culturas ibéricas del Sudeste y Levante alcanzaron una notable madurez desde fechas bastante tempranas, y ya en el siglo VI a. C. aparecen perfectamente definidos rasgos esenciales de su carácter. Desde entonces, sus centros principales estarán en condiciones de ofrecer algunas de las más vigorosas creaciones de toda su cultura, entre ellas su mejor escultura. En este sentido, y en relación con la importancia que inicialmente tuvo el desarrollo de formas culturales superiores a partir de la irradiación de la civilización tartésica, no ha de extrañar que los focos más activos en las fases tempranas de la cultura ibérica se encuentren hacia la alta Andalucía y las zonas albaceteña y murciana. Aquí se hizo sentir primero la corriente vitalizadora que discurría aguas arriba del Guadalquivir, apoyada en una vía de comunicación ilustre, la Vía Heraclea, que apoyada en el curso del Guadalquivir se abría paso hacia la costa mediterrránea. Su protagonismo en el flujo cultural y económico convirtió a esta importante arteria en verdadera columna vertebral de las culturas tartésica y, sobre todo, ibérica. De otro lado, en relación con la importancia del sustrato tartésico, tampoco ha de ser casualidad que algunas manifestaciones principales del arte ibérico, como la escultura, no traspasasen por el norte la región valenciana, aproximadamente hasta donde se supone alcanzó la civilización de Tartessos.

A grandes rasgos, por tanto, cabe hablar de una primera y vigorosa etapa de la cultura ibérica en el siglo VI a. C. Durante los siglos V al III a. C. se desarrolla la que puede considerarse época clásica, con un período principal para el arte mayor en el siglo V, en el que se produjeron las principales obras maestras del arte ibérico, entre ellas el gran conjunto escultórico de Porcuna y, seguramente, la Dama de Elche. Se cierra este siglo con una extraña y aún no explicada etapa de convulsiones, en la que fueron destruidos multitud de monumentos y esculturas, entre fines del siglo V y los comienzos del IV. Después, la cultura y el arte ibéricos continúan su andadura, aunque el arte no recuperó su vigor anterior. A partir del siglo III a. C., el mundo ibérico se incorpora a la corriente helenística, que vitalizó todas las civilizaciones mediterráneas, corriente que se intensifica y adquiere tintes propios como resultado de la conquista romana y la incorporación al Imperio de Roma. Desde entonces, la romanización se convierte en el rasgo cultural determinante del rumbo que, en todos los órdenes, adquirirá la cultura ibérica, aunque durante los dos siglos finales del milenio, en la época republicana, aún desarrollarán los pueblos ibéricos algunas de las facetas más personales de su arte, en la alfarería, en la escultura, en la menuda producción artística contenida en las monedas, y en otras manifestaciones. Ya en época imperial romana, la organización cultural ibérica resulta incorporada en bastantes cosas a la nueva situación propiciada por Roma y su tradición artística se va desvaneciendo, aunque aún encontrará refugio en ciertas facetas del arte romano provincial o en el del artesanado popular.

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