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Colonizaciones orientales

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Apenas conservamos testimonios materiales de un arte griego arcaico en Ampurias. Las noticias sobre el asentamiento primitivo de la Palaiápolis, que se localizaría originariamente en un islote situable hoy en el promontorio de San Martín de Ampurias, prácticamente se reducen a los escasos restos de cerámica jonia -especialmente algunos testimonios de kìlikes o copas anchas con asas horizontales, algunas decoradas con bandas- hallados junto a la actual iglesia de San Martín, los resultados de cuyas prospecciones fueron publicados por Martín Almagro en 1964. De un momento temprano procede la cabeza de león o felino en piedra local recientemente publicada por Enric Sanmartí. Dentro de las limitaciones que nos impone su estado fragmentario, nos abre a una temprana arquitectura focea de la que apenas conservamos restos. De la cabeza vemos hoy los ojos sesgados de felino. En un esquema bien conocido el león abriría las fauces amenazantes, hoy perdidas. Es un trabajo a base de planos angulosos, biselados, típico de artistas arcaicos. En los siglos VI y V a. de C. cabezas de leones mostrando su fiereza decoraban, vivamente pintados y dispuestos en fila, mirando al exterior, cornisas de edificios públicos en Grecia y en el Sur de Italia. Dado su carácter aislado, no podemos precisar en nuestro caso a qué tipo de construcción se asociaba el león de Ampurias. Pero en este enclave occidental el fragmento nos abre al horizonte de un desconocido mundo tardoarcaico, que hasta ahora conocíamos prácticamente tan sólo por los ajuares cerámicos.

Las necrópolis ampuritanas han sido ricas en materiales griegos -especialmente cerámica y algunas terracotas y marfiles- que vemos hoy expuestos en los Museos Arqueológicos de Barcelona y de Ampurias. Diversos conjuntos, como los excavados por Martín Almagro en los años 40, reflejan a través del ámbito simbólico y en el espejo de la muerte el universo del allí enterrado: ajuares alusivos al simposio del varón con jarras de vino --enócoes- kìlikes o copas de cerámica ática, tanto de Figuras Negras como, sobre todo, en Figuras Rojas, que se decoran con escenas míticas o con idealizados motivos de palestra o de la vida ateniense. Estos vasos tendrían tal vez para el ampuritano un sentido similar al de la misma lengua. Serían una lejana e ideal referencia modélica, un signo más de su identidad griega. Pero esta cerámica del siglo V testimonia sobre todo una especial riqueza del asentamiento ampuritano en esos años. Refleja las vivas relaciones comerciales entre el extremo occidente y la ciudad de Atenas, que durante ese siglo alcanzó su más plena expansión comercial por el Mediterráneo. Si las jarras y las diversas clases de copas aluden, como decimos, al universo del varón, a su situación idealizadora en la bebida común o sympósion, hay también vasos propios de la mujer como las lecánides y píxidas, concentradas en esta área de Ampurias y en el cercano poblado ibérico, muy helenizado, de Ullastret, donde también se documenta un paralelo uso del vino en las casas del asentamiento.

Las lecánides se decoran en ocasiones con temas míticos o cotidianos del entorno femenino. Son frecuentes en este contexto érotes o amores alados y mujeres, a veces en escenas de persecución de sentido ambiguo, tal vez alusivas al mundo del amor o, en su reflejo funerario, al de la muerte. Boda y vida en el allende eran conceptos estrechamente entretejidos en el pensamiento griego clásico. Junto con la cerámica en serie, que responde a una moda extendida en el Mediterráneo -especialmente los recipientes relacionados con el ámbito de la muerte con los alabastrones y los lécitos, que se ofrecían en las tumbas en el ritual funerario- hay también vasos excepcionales que apuntan a la posesión de un personaje notable o a una circunstancia especial. Por ejemplo, la gran pélice Frickenhaus, de taller ático, así llamada por el arqueólogo alemán que la publicó a comienzos de siglo. Se fecha a finales del V o a muy inicios del siglo IV a. C. Posiblemente se realizó con ocasión de una conmemoración dramática ateniense, un festival religioso de la ciudad. Sobre una de sus caras vemos la reunión de diversos personajes míticos en torno a un enorme trípode que coronan démones alados como Nike, la Victoria, en presencia de los dioses Apolo y Dioniso. En el reverso hallamos los pormenores de una acción dramática en torno a un conocido y popular mito griego que describía también uno de los grupos de las metopas del Partenón: la lucha que entablaron centauros y lapitas con ocasión de las bodas de Pirítoo e Hipodamía.

En medio del tumulto general, con las ánforas rotas y la crátera con el vino del banquete nupcial derramándose por el suelo, el héroe ateniense Teseo y su amigo Pirítoo luchan en sendos certámenes individuales contra centauros. Griegos y monstruos se resaltan y recuerdan por igual con nombres propios. Teseo es el héroe que encarna por estos años el espíritu democrático de Atenas en lucha contra bandidos y monstruos poseídos de hybris o desorden. Su presencia exalta aquí, como un signo de propaganda política, la participación ateniense en el mito. En el ángulo superior de la escena, la imponente figura de un anciano envuelto en un rico manto bordado alude a una escena teatral. El vaso permite, pues, una lectura conjunta de ambas caras: en el anverso se celebra el triunfo de la representación dramática, con la presencia del poeta o del corego que pagó la representación. El contenido de la obra premiada se especifica en el reverso: el triunfo de los griegos, encabezados por el ateniense Teseo, contra los insolentes y embriagados centauros, desconocedores de las sagradas leyes de la hospitalidad. Se trata de un vaso de encargo que tuvo su sentido con ocasión de una celebración ateniense. ¿Cómo ha llegado a Ampurias? ¿A través de un comercio secundario, un "second hand trade", como postularía en estos casos el investigador británico T. B. L. Webster? ¿Obsequios entre notables ante una transacción comercial entre Atenas y Ampurias sellada con éxito? ¿La demanda puntual de un ampuritano que gusta del lenguaje artístico griego y de la compleja representación de un mito ateniense? No lo sabemos.

Se nos escapa hoy a los arqueólogos la justificación concreta de vasos tan específicos y, a la vez, tan alejados de su contexto originario. Pero, en todo caso, su presencia en Ampurias apunta al poder de personajes individuales, de notables, en un emporio occidental floreciente y próspero. El Esculapio de Ampurias -o el Asclepio, como era su nombre griego- sigue siendo, sin duda, la escultura más emblemática de esta ciudad helenística. El culto de este héroe medicinal, introducido en Atenas en el año 412 a. C., caracterizó al mundo griego del primer helenismo. A partir de esa época y, sobre todo, en la segunda mitad del siglo IV a. C., se representa en las estelas áticas atendiendo a los devotos que a él se acercan. En la Grecia de la antigua religión olímpica son éstos años de crisis. Se siente a los antiguos dioses cada vez más alejados de los hombres. Por ello, se buscará a partir de entonces a héroes próximos y comprensivos que ayuden más directamente a los atribulados humanos. En el ámbito griego, escultores famosos como Escopas, Teselinos, Trasimedes de Paros o Cefisódoto, hijo de Praxíteles, esculpieron en esa época estatuas de Asclepio para las diversas ciudades que se lo encargaban, a veces junto a Higía, la personificación de la Salud. Ampurias se sitúa, pues, junto a esas ciudades helenísticas que exaltan al héroe-dios, como Delos, Cos, Atenas, Epidauro o Tegea. La estatua se halló en el año 1909, depositada en una cisterna o pozo del santuario.

Suponemos que también en Ampurias el agua jugó, como en Cos y en otros centros medicinales del helenismo, una importante función relacionada con el culto de este héroe curador. ¿Pudo finalmente ser sumergida la efigie del dios en las aguas vinculadas con la curación originaria, en un extendido rito que se prolonga desde el mundo antiguo hasta ciertos cultos populares actuales en torno a las imágenes de santos? Próximos a la efigie de Esculapio se hallaron también por aquellos mismos años dos pies de mármol, de tamaño mayor que el humano, calzados con sandalias. Enric Sanmartí ha propuesto, reciente y sugestivamente, su posible pertenencia a la estatua de otro gran dios curador del helenismo, el egipcio Serapis, que este autor reconstruye de forma hipotética como una divinidad sentada en un trono, envuelto en túnica y manto y apoyado en su cetro. Tendría a sus pies un perro, una de cuyas garras marmóreas también se ha conservado. Desde las viejas excavaciones de la Neápolis se conocía la existencia de un culto a Serapis por una inscripción bilingüe, en latín y en griego, del alejandrino Numas, hijo de Numas, quien devotamente ofrecía la dedicación del templo, de las estatuas y de los pórticos del santuario. Se trata probablemente de la remodelación que paga un rico comerciante o bienhechor -un evergeta helenístico- de origen egipcio. La reedificación de este conjunto, supone Sanmartí, tuvo lugar durante el siglo I a. C. En mármol también, pero en una fecha más incierta a partir de un momento tardohelenístico, podemos situar una estatua fragmentaria de mármol de Afrodita, que suponemos próxima al tipo de la Anadyoméne, esto es, en el momento de salir del mar y secarse los cabellos, tal como la representó una famosísima pintura de Apeles.

Características de Ampurias y de su afirmación como emporio o asentamiento comercial con entidad propia serán las acuñaciones de sus monedas, en especial de sus dracmas, que constituyen la unidad metrológica griega basada en los cánones de la plata. Era habitual desde el arcaísmo la plasmación de los símbolos distintivos de las diversas póleis griegas en sus monedas. Estas, como el más preciado monumento escultórico de un santuario, llegaron a convertirse en verdaderas obras de arte y eran también símbolos de orgullo y de prosperidad en cada ciudad. Ampurias quiso también mostrar a través de ellas sus mitos y su religión local. El modelo más habitual de algunos anversos lo constituye la cabeza de Aretusa rodeada de delfines que se inspira en las famosas acuñaciones de Siracusa. Pero la cabeza femenina de las dracmas ampuritanas debe referirse a una divinidad o ninfa local que protege el asentamiento colonial y nunca a las Aretusas u otras ninfas de los modelos. Se ha propuesto aquí a la Artemis ampuritana o a una divinidad que adopta atributos de diosa frugífera, similares a Tanit, en una cierta koiné comercial y de pensamiento con el mundo púnico. El caballo alado del reverso, un Pegaso saltando y, en ocasiones, con la variante de su cabeza transformada en el cuerpo de un pequeño niño, Crisaor, podría aludir a la fuente que brota en el lecho del amor de un dios marino con la ninfa local. Ya en la Antigüedad se asociaba etimológicamente el nombre de Pegaso con el de la fuente, pegé, pues las mismas palabras con frecuencia suscitan mitos.

Ampurias actúa como modelo de los pueblos ibéricos del entorno con los que comercia y quienes acuñan, en sus cecas locales, estos motivos de la ninfa frugífera y del caballo alado de las dracmas ampuritanas .Pero para cerrar este apartado dedicado al arte en esta pequeña ciudad griega del extremo occidente nos limitaremos aquí a un ejemplo concreto, un mosaico tardohelenístico con inscripciones en griego. La Neápolis ampuritana nos ofrece, ya en un momento tardohelenístico, un precioso ejemplo de una casa con una pequeña habitación para banquetes, para el simposio. Se trata de un recinto con una puerta disimétrica, característica de estos ámbitos, en los que se aprovecha al máximo el espacio disponible para la colocación de los reducidos lechos convivales. Una inscripción en griego en la entrada, en las teselas blancas del mosaico -realizado con la técnica, helenístico-romana del opus signinum- invita seductoramente a la fiesta a quien traspasa el umbral del cubículo. Hedykoitos no significa otra cosa que "un dulce estar recostado, un dulce lecho" o, si queremos glosarlo, "una dulce sobremesa", aludiendo aún a los viejos usos del simposio griego. Hemos de figurarnos la pequeñez de la habitación que acogería, con el característico aprovechamiento del espacio de estos recintos griegos, a un máximo de siete lechos con catorce comensales bien apretados. Era típica de los banquetes griegos la intimidad de los invitados, proclives al gozo de la conversación reducida o a los pequeños juegos intelectuales, frente a los banquetes masivos oficiales romanos, más despersonalizados y grandiosos.

La disposición de los lechos, cuya reconstrucción podemos hoy tan sólo conjeturar, no dejaría mucho lugar para entrar o salir con facilidad de la sala. Pero lo importante era tener un puesto, un lugar en los lechos y participar en la conversación y el vino del Mediterráneo, cuidadosamente mezclado con agua. Este ejemplo, junto con otros mosaicos de la época con inscripciones -como el que saluda al Agathós Daimon, al Buen espíritu- nos indican cómo en época ya políticamente romana se mantienen la lengua y los símbolos más preciosos de la identidad griega: el ritual del simposio o bebida en común, probablemente arraigado en Ampurias desde el arcaísmo, comparte su puesto junto con los viejos démones del azar helenístico que misteriosamente gobiernan las vidas individuales de los hombres.

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