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Para Carpenter, la perfección técnica y la suprema belleza griega en nuestro suelo la ofrece una escultura en mármol, el Esculapio de Ampurias. Ampurias aparecía como una verdadera ciudad o polis focea, que como tal se había documentado desde el siglo XIX convirtiéndose en centro de excavaciones sistemáticas desde comienzos del siglo XX. El investigador norteamericano quiso atribuir el Esculapio a un taller ateniense -el modelo más sobresaliente del helenismo- y lo supuso nada menos que de la misma escuela de Fidias. Todo ello servía para revalorar el prestigio de la ciudad griega más occidental del mundo antiguo. Imbuido Carpenter en ese ideal modélico del clasicismo de comienzos de siglo, la escultura de este dios curador era expresión, con sus palabras, "de la prosperidad y de la philokatía -es decir del amor a la belleza- de la antigua ciudad". Arte griego y polis, en su expresión de vida urbana, eran conceptos estrechamente vinculados en nuestro autor y en su época. En páginas sucesivas, Rhys Carpenter contrasta continuamente las manifestaciones artísticas del arte ibérico con las del griego en ese juego, ya aludido, de imitación y modelo. Pretendía establecer una relación, estrecha y unidireccional, entre efecto y causa. Por ejemplo, basándose en las cerámicas de Elche, descubiertas a comienzos de siglo por investigadores franceses como Pierre Paris y Albertini, contraponía Carpenter las realizaciones ibéricas -por ejemplo, una cabeza de caballo, un ave, un conejo o un motivo vegetal como los tallos o palmetas- a supuestos modelos griegos contrastando la imperfección e inmadurez de unas con la precisión y facilidad de trazo de las otras.

El arte griego servía pues aún, en la primera mitad del siglo XX, para justificar una vieja mentalidad modélica, generada por el pensamiento ilustrado del siglo XVIII. La mayor complejidad narrativa del vaso llamado Cazurro, de Ampurias -un vaso que es, en realidad, ibérico y que se decora con una escena de caza, con unos jóvenes corriendo tras unos ciervos en un probable ritual de iniciación- fue considerado muy próximo a lo griego por Rhys Carpenter. Buscó sus precedentes en una enigmática y riquísica serie de cerámica griega llamada ceretana, hallada en Etruria, que entonces se consideraba jonia, es decir de la Grecia minorasiática. El vaso Cazurro, identificado e incluido falsamente por este autor en esta concepción de lo griego, servía para establecer el puente buscado entre la irradiación cultural helénica y el mundo occidental, a través de la colonia de Ampurias. El estudio de las proporciones de la misma Dama de Elche, que contrastó Carpenter con las de la cabeza griega del Apolo Chatsworth, del más puro clasicismo, sirvió a este autor para fundamentar el helenismo de esta escultura ibérica. El criterio era claro: la perfección se identificaba con lo griego, la imperfección con lo bárbaro, con lo indígena, carente de un gusto estético refinado. En los años veinte del siglo XX se afirma, recordémoslo, el auge de movimientos formalistas en Europa y las proporciones -que implicaban un número, una filosofía, una reflexión intelectual proyectada en una medidavenían a probar, en la opinión de este autor, la paternidad claramente helena de una obra como la Dama de Elche.

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