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Colonizaciones orientales

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Entre las divinidades femeninas que los fenicios introdujeron en España, el predominio absoluto corresponde a Astarté, asimilada con la Ishtar de los asirios o con la Hathor egipcia, que tuvo múltiples advocaciones. En el Cerro del Carambolo, pocos kilómetros al oeste de Sevilla, donde se halló el famoso tesoro tartésico, se sitúa también la procedencia de una figura sentada de esta diosa, a la que se representa desnuda, con peluca egipcia de mechones rectos escalonados que caen sobre los hombros; en el pedestal tiene la dedicación de un devoto a Astarté de la cueva, en la inscripción fenicia más extensa conocida por el momento en España. El título de la diosa llevó al profesor Blanco Freijeiro a proponer que ella podía ser la que los textos sitúan en un antro del extremo occidental de la ciudad de Cádiz, y de la que la isla recibía el nombre de Aprodisias, ya que se la identificaba con Afrodita y con Venus Marina. Parece que la Astarté de Cádiz es también la diosa representada en los llamados bronces del Berrueco, unas placas de arte más tosco, en las que el cuerpo se reduce a un disco del que parten radialmente cuatro alas y sobre el que se dispone un rostro inexpresivo rodeado por los dos bucles simétricos de la melena; varios ejemplares de este tipo se encontraron en el Cerro del Berrueco, en la provincia de Salamanca, de donde recibieron su nombre, pero luego se recuperó parte de otra pieza del mismo molde en Cádiz, lo que indica con mucha probabilidad que fue aquí donde se fabricaron.

La Astarté de Cádiz y la diosa del Berrueco son una misma divinidad, idéntica con la Hathor egipcia, a la que ya el culto del segundo milenio antes de Cristo llamaba señora de Byblos; entre las atribuciones de tan poderoso personaje estaba la de orientar la navegación, de donde viene su identidad romana con Venus Marina, pero esto no sólo se aplica en Egipto a la navegación en el mundo real, sino también a la conducción de la barca en la que los difuntos realizan su último viaje; en sus creencias funerarias, los antiguos pueblos hispanos acogieron también a esta misma diosa en su papel de señora de los animales para representarla con felinos protectores, con aves o con caballos. En la variada iconografía de la diosa traída por los fenicios, hay documentos de todas sus advocaciones; dan idea de la forma de transmisión algunos hallazgos aislados de piezas excepcionales, como la Astarté de Galera, una delicada figurita de alabastro egipcio que representa a la diosa entronizada entre dos esfinges; su función es la de vaso ritual, ya que tiene un pequeño depósito en la cabeza, comunicado con los senos por unas perforaciones; los orificios podían taponarse con cera que sería disuelta por el líquido caliente y permitiría obtener el efecto de una diosa manando su líquido fecundante sobre la cazoleta que sostiene en el regazo. El estilo de esta escultura se reconoce en obras de arte orientalizante, tanto en Grecia como en Siria, y debe proceder de talleres egipcios del siglo VII a.

C. No puede olvidarse que Astarté debió asumir el papel que durante la Edad del Bronce poseía la diosa astral de ojos estrellados y melena ondulada que se representa en los ídolos cilíndricos; diosa de la fecundidad, de la agricultura y la ganadería, de la guerra, del comercio, del mundo funerario y de todo aquello en lo que los hombres podían esperar la intercesión de seres superiores, pero que sólo por mediación de los fenicios abandonará su aspecto abstracto y esquemático, para convertirse en un ser humanizado y naturalista. En los apliques de bronce de un quemador de perfumes descubierto en una tumba de Castulo (al sur de Linares, Jaén), hay tres figuras de la diosa vestida con túnica de cuello picudo y mangas cortas; tiene cruzadas las manos en las que sostiene una flor de papiro y sobre la cabeza lleva un gran lirio en flor, parecido al capitel de Cádiz; el rostro con grandes ojos se enmarca por dos bucles simétricos sobre los que es posible distinguir unas finas orejas de novilla, el atributo definitorio de Hathor, que aparece en idéntica forma en capiteles fenicios de la isla de Chipre desde el siglo VI a. C. Algunas joyas gaditanas de reciente aparición tienen colgantes con la cabeza de la diosa enmarcada por los dos bucles, como señal inequívoca de que era ésta la venerada Astarté de Cádiz. Las mismas flores y el mismo peinado son los que se muestran en una placa de bronce aparecida cerca de Sevilla (el bronce Carriazo), que pudo ser parte de un bocado de caballo; es una Astarté con peinado de Hathor, pero sin orejas de novilla, con túnica de mangas cortas ornada de lirios, y acompañada por dos torsos de ánades cuyas alas se unen sobre la cabeza de la diosa.

Si las aves acuáticas indican su dominio sobre una parte de la naturaleza, tendríamos aquí una diosa de las marismas y los esteros, distinta de las advocaciones orientales, donde no se conocen paralelos para esta iconografía. Los gruesos ánades son sólo comparables con algunas de las imágenes más naturalistas del arte egipcio antiguo y puede que en ambos casos procedan de la observación directa del natural; la diosa toca el cuello de las aves con sus manos en las que sostiene unas piezas triangulares caladas que son estilizaciones florales destinadas a dar paso a las bridas. Este conjunto de diosa con aves y plantas acuáticas es una versión peculiar que debió ser creada por los artistas gaditanos para representar a la diosa local de las marismas, asimilada con Hathor y Astarté.Otra versión de esta diosa acompañada de animales se encuentra en la boca del vaso de Valdegamas (Badajoz). Se trata de un jarro ritual de bronce, de boca ancha y trilobulada; en la unión del asa con la boca aparece la cabeza de la diosa, peinada con dos trenzas rizadas, y, a los lados, dos leones yacentes. Hay paralelos muy cercanos en el mundo etrusco que señalan el intercambio de ideas entre distintos talleres del ámbito mediterráneo.

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