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Colonizaciones orientales

Desarrollo


Las estatuas de gran tamaño son escasas en el arte fenicio; es mucho más frecuente la plástica menor, de terracota o de bronce, así como la talla en marfil o en gemas, donde se ha transmitido la mayor parte de su iconografía figurada; ya sea por la falta de materiales idóneos, por la menor preparación técnica o por la tendencia racial al rechazo de los ídolos, los fenicios casi no realizaron esculturas de tamaño natural y sólo en el relieve muy plano o en el grabado tuvieron un desarrollo ocasional. No obstante, en los casos en que se hizo necesaria la producción de esculturas, se recurrió a pueblos vecinos donde este arte estaba bien desarrollado. Aparte de algunas figuras aisladas de material y factura muy diversa, el gran conjunto de la escultura fenicia está formado por los sarcófagos que se pusieron de moda en Sidón a comienzos del siglo V a. C.; es una faceta en la que se aprecia bien el modo de pensar de esta cultura y su facilidad para integrar elementos ajenos. Tabnit y Eshmunazar, dos soberanos de Sidón, fueron posiblemente los primeros en sentirse atraídos por la forma egipcia de enterramiento en sarcófagos, y por la creencia en que dentro de estas enormes cajas de piedra con silueta humana, el espíritu podía volver siempre a encontrar los restos de su existencia material y reconocerse en los rasgos labrados en la tapadera, como habían pensado en Egipto durante milenios. Para ello, Tabnit encargó hacerse traer un sarcófago de basalto negro, que había pertenecido a un alto dignatario egipcio, y le añadió su propia inscripción.

Eshmunazar se enterró en otro sarcófago similar, pero que parece haber sido labrado ya para él; sobre la tapa hay una inscripción fenicia que previene a los posibles saqueadores de que no podrán encontrar en su interior ningún tipo de riquezas, sino sólo la maldición que perseguirá a quien se atreva a molestar su descanso. Poco después, muchos personajes sidonios imitaron a los reyes con sarcófagos egiptizantes, mientras que otros buscaron, en las islas griegas cercanas, talleres que fabricaran obras semejantes pero con mármol de Paros y en su estilo propio. Durante el siglo V a. C., los sarcófagos mantuvieron la forma antropoide egipcia, aunque los rasgos del personaje respondieran al arte griego, y en el siglo siguiente, se inclinó el gusto hacia los sarcófagos de tipo helenístico, en forma de caja rectangular con cubierta a dos aguas y decoración en relieve. Pocas de estas piezas se difundieron en Occidente; en Sicilia hay algún sarcófago antropoide de arte local; en Cartago se conocen dos ejemplares tardíos, con la caja rectangular, pero que mantienen aún el retrato del difunto yacente sobre la cubierta. Cádiz ha suministrado dos magníficos ejemplares del tipo sidonio, que aun siendo obras griegas, deben ser consideradas como las piezas artísticas de mayor calidad que aportaron los fenicios a nuestro país. El más antiguo de los sarcófagos gaditanos apareció en 1980, en un sector aislado de la necrópolis, protegido con sillares y sin ninguna indicación externa, como si se hubiera querido esconder totalmente su presencia para evitar que fuera saqueado; no contenía objetos de valor, ni estaba acompañado por ningún tipo de ajuar, salvo unos pequeños colgantes de pasta, que formaban una pulsera, y el escarabeo para sellar documentos, que la señora allí enterrada debió utilizar durante su vida.

La tapadera del sarcófago muestra los rasgos de una mujer joven, con el peinado jonio de bucles alrededor del rostro, que debía complementarse con rizos pintados sobre los hombros; su vestido es una túnica de cuello rectangular y mangas cortas que le llega hasta los pies, sin ningún tipo de pliegues, al estilo fenicio; la mano derecha está extendida y la izquierda se cierra sobre un pomo de perfume; además, hay un suave modelado del cuerpo, que se insinúa bajo la túnica con el abultamiento de los senos y que se aprecia casi solamente por el tacto en los músculos de los brazos. En pocos ejemplares de sarcófagos se encuentra una elaboración tan cuidada, lo que unido al estilo del rostro, sobrio y sereno, hace pensar que su fabricación se debe a un artista formado en los ambientes del primer clasicismo, hacia los años 480-460 a. C. El segundo sarcófago es conocido desde 1887; su aparición produjo una atracción general de los arqueólogos europeos sobre España, ya que no hacía muchos años que habían llegado al Museo del Louvre los primeros ejemplares sidonios y este hallazgo permitía suponer que nuestro suelo podía contener obras de tan alta calidad como las que proporcionaba Oriente. La imagen labrada sobre su tapa, de un varón barbado que sostiene una granada en la mano izquierda, ha sido una de las más reproducidas en todos los tratados de arte español, por su singularidad, que no ha sido superada hasta la aparición del nuevo sarcófago femenino.

El sarcófago varonil tiene las mismas características técnicas y ofrece también detalles anatómicos que no suelen encontrarse en los de Sidón; su peinado es también una peluca de bolas, aunque se aprecien peor por la acumulación de concreciones; la forma de la barba y los rasgos físicos coinciden con obras de talleres griegos establecidos en el sur de Italia a fines del siglo V a. C. Es posible que los sarcófagos gaditanos procedan de un mismo taller, activo durante casi un siglo, que trabaja también en mármol blanco, pero distinto al de Paros. Su estilo sólo puede relacionarse con otro del Museo Metropolitano de Nueva York, que bien podría proceder también de Cádiz, ya que su origen se pierde en las oscuras referencias del mercado internacional de antigüedades. En Cádiz, son numerosas las noticias de hallazgos de sarcófagos en diversas obras, que fueron ocultados, rotos o hechos desaparecer para evitar paralizaciones. En cualquier caso, parece que en el Cádiz fenicio se acogió sin reservas la nueva moda de enterramiento propiciada por los reyes de Sidón, y que durante todo el siglo V a. C. se hicieron repetidos encargos a un buen taller, instalado quizás en el sur de Italia y dedicado al mercado del Mediterráneo occidental.

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