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Datos principales


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Castilla Baja Edad Media

Desarrollo


La resistencia antiseñorial se canalizó en diversas ocasiones a través de las Hermandades. Así sucedió en el País Vasco, en donde en 1442 se levantaron las Hermandades de Alava y, según un testimonio documental de la época, "comenzaron a derribar algunas casas de cavalleros". Una actuación similar habían tenido en 1415 las Hermandades de Vizcaya y tendrían más tarde, en 1457, las de Guipúzcoa. Algo parecido sucedió en la ciudad de Salamanca, entre los años 1464 y 1468. Una institución interclasista, como era la Hermandad, podía derivar en arma de combate contra los poderosos. En efecto, según el cronista Galíndez de Carvajal "los populares ...pensaron con la hermandad sojuzgar totalmente a los nobles". El resultado final fue lamentable para las gentes del común, pues, según ese mismo cronista, "los cavalleros de Salamanca hicieron un gran destrozo e matanza en los de la hermandad... de manera que oprimieron a los plebeyos". Pero los conflictos antiseñoriales de mayor trascendencia tuvieron por escenario Galicia. Allí había habido en 1431 una importante revuelta antiseñorial. Su punto de partida fue la creación de una Hermandad, integrada por unos tres mil vasallos de Nuño Freyre de Andrade, señor de El Ferrol, y varios miles de populares de los obispados de Lugo y Mondoñedo, y dirigida por el hidalgo Ruy Sordo. El grueso principal de los hermanados era de labriegos, pero también había artesanos de las villas y, en calidad de dirigentes, algunos miembros de la pequeña nobleza.

Después de diversas peripecias la revuelta fue sofocada, en parte gracias a la ayuda prestada por el rey de Castilla al señor de El Ferrol. Así relata el final del conflicto el cronista Fernán Pérez de Guzmán: "Nuño Freyre juntóse con Gomez García de Hoyos, que era Corregidor por el Rey en aquella tierra, e fueron a la puente de Hume que era deste Nuño Freyle, e tenían ende cercado un castillo suyo donde estaba su mujer e sus hijos, quatrocientos hombres e mas destos que se llamaban hermanos. Pelearon con ellos e descercaron el castillo, e murieron ahí algunos de los hermanos, e otros fueron presos y enforcados, e así se apaciguó este caso de Galicia". Ahora bien, el conflicto antiseñorial de más envergadura de todo el siglo XV, cuyo origen se encontraba en la formación de una Hermandad, fue el que estalló en Galicia en el año 1467. Enrique IV autorizó la constitución de la Hermandad, que tenía como finalidad garantizar el orden, perturbado por los malhechores, y proteger los intereses de los hermanados. Una vez más se daban cita en la Hermandad grupos sociales diversos: campesinos, que constituían el grupo más numeroso, gentes de los núcleos urbanos, pero también sectores del clero y de la baja nobleza. Entre estos últimos destacaban Alonso de Lanzós, Pedro de Osorio y Diego de Lemos, auténticos dirigentes del movimiento. Pero la Hermandad se convirtió en la punta de lanza de un movimiento antiseñorial, dirigido contra los grandes propietarios territoriales de la nobleza laica gallega.

Es la denominada segunda guerra irmandiña o, simplemente, el conflicto de los Irmandiños. Los Irmandiños, organizados de manera ejemplar (a base de cuadrilleros, alcaldes y procuradores), dominaron la escena en un primer momento. Los rebeldes, unos 80.000 según diversos testimonios aportados unos años más tarde en el pleito Tabera-Fonseca, abatieron más de cien fortalezas de los poderosos, al tiempo que tomaban medidas como la supresión de determinados tributos, la exigencia de devolución de tierras monásticas usurpadas por algunos nobles o la prohibición del amádigo (obligación de las mujeres campesinas de amamantar a los hijos de los hidalgos). Pero en 1469 la alta nobleza gallega pudo sofocar el levantamiento irmandiño, gracias a su superioridad militar pero también debido a las grietas que se produjeron en el seno de la rebelión. En efecto, Lope García de Salazar explica el final de la segunda guerra irmandiña en función de la actitud de la pequeña nobleza, que inicialmente había apoyado la causa popular, pero que a la larga terminó retirándose de la Hermandad. Los hidalgos, dice el autor citado en un párrafo de gran expresividad, "acatando la antigua enemistad que fue e seria entre fijosdalgos e villanos, juntandose con los dichos señores, dieron con los dichos villanos en el suelo". La Hermandad había sido aplastada. Inmediatamente se puso en marcha la represión de los vencidos. Es probable, no obstante, que ésta no fuera muy dura, pues, como decía el conde de Lemos, en respuesta al mariscal Pardo de Cela, que le instaba a que llenase sus robles de vasallos ahorcados, "no se había de mantener de los carballos". En cualquier caso, el conflicto de los Irmandiños ha dejado una huella imborrable en la mentalidad colectiva de los gallegos.

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