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El proceso de conquista y repoblación no fue, en absoluto, un proceso pacífico en ninguno de los dos reinos. El descontento de los nuevos pobladores en la región castellano-leonesa pronto se hizo patente. Las razias granadinas, que llevaron a los musulmanes hasta las puertas de Sevilla, amenazaban continuamente las conquistas alcanzadas y amedrentaban a los recién llegados, provocando que algunos abandonaran sus heredades. En la Corona de Aragón, el proceso de repoblación, que se hizo a pequeña escala, estuvo jalonado por amplios estallidos de rebeliones mudéjares a partir del año 1247. El hijo y sucesor de Jaime I, Pedro el Grande, sólo logró acabar con ellas en el año 1276.Las rebeliones de los valencianos fueron, sin duda, un aliciente para la gran revuelta mudéjar de Castilla en el año 1264, atizada probablemente desde Granada y el Norte de África. Esta se declaró con más virulencia en Murcia, donde el monarca aragonés tuvo que intervenir en ayuda de los castellanos.Uno de sus efectos fue, sin duda, sus repercusiones en el equilibrio poblacional que se creía ya conseguido, provocando la sensación de fracaso del proceso repoblador y la necesidad de nuevos repartimientos. Jaime I el Conquistador efectuó varios donadíos entre los caballeros de su hueste pero devolvió la región a Alfonso Xen 1266. El rey castellano tuvo, también, que realizar más repartimientos, que se hicieron posibles gracias a la expulsión de gran número de musulmanes hacia el reino de Granada.

Ahora bien, a pesar de los disturbios internos causados por la población musulmana, Jaime I mantuvo relaciones pacíficas con Marruecos, Tremecén y Túnez, que favorecieron los intercambios comerciales. Algún reflejo de estas relaciones se encuentra en la acuñación en Cataluña, en el año 1262, de monedas que imitaban las piezas musulmanas de aquella zona y en el tratado de Valencia del año 1272, firmado entre Jaime I y el sultán hafsí al-Mustansir.Pero allí no se detuvieron los problemas entre musulmanes y cristianos. En el año 1304 los granadinos realizaron una incursión por tierras valencianas que, como había ocurrido con anterioridad, provocó una reacción de colaboración entre Jaime II de Aragón y Fernando IV de Castilla contra el reino de Granada. Este estado de guerra entre los coaligados cristianos y el reino nazarí se mantuvo hasta el año 1323, fecha en la que Jaime II envió embajadores a Granada para establecer un nuevo modelo de relaciones con este vecino del Sur, construido sobre la base de tratados de paz y de tributación.

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