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Mientras el frente islámico del siglo XIII se debatía en luchas internas de varias familias musulmanas por heredar y resucitar lo que quedaba de al-Andalus, dos potencias cristianas en la Península Ibérica se disputaban las influencias y los derechos de conquista sobre los reinos surgidos de la atomización musulmana, porque significaban cuantiosos ingresos generados por el pago de las parias y por el botín logrado en las razias. Por un lado, la Corona de Aragón, formada a finales del siglo XII por la unión del reino de Aragón y el condado de Barcelona y, por el otro, el reino castellano-leonés, unificado en la persona de Fernando III el Santo en el año 1230.La Corona de Aragón y el reino de Castilla -a éste le faltaban setenta y nueve años para unirse a León- se habían repartido las zonas de influencia en el tratado de Tudillén ya en el año 1151, que, aunque no fue respetado en todas sus cláusulas, mostraba una tendencia, confirmada en el tratado de Cazorla (1179), y que tomó cuerpo en el siglo XIII: catalanes y aragoneses se reservaban las tierras de los reinos musulmanes de Valencia, Denia y Murcia mientras que Castilla se quedaba con la posibilidad de expandirse hacia el sur, hacia la Andalucía Bética, con una salida hacia el Mediterráneo. Según el tratado de Cazorla, pactado entre Alfonso II de Aragón y Alfonso VIII de Castilla, el primero renunciaba a sus derechos en la conquista de los territorios situados más allá del puerto de Biar, o sea al reino de Murcia, y conservaba sus derechos sobre Valencia, Játiva y Denia, mientras que Castilla se adjudicaba el derecho de controlar el reino murciano además de la Andalucía occidental.

Hubo que esperar hasta el año 1244, para que Jaime I de Aragón y el infante Alfonso de Castilla (futuro Alfonso X el Sabio), en el tratado de Almizra, acordaran definitivamente los límites entre sus dos reinos.Los elementos que favorecieron el avance cristiano contra lo que quedaba de al-Andalus fueron varios y comenzaron a fraguarse a partir del siglo X. Por un lado, el crecimiento demográfico, en auge en toda Europa, permitió mantener los territorios conquistados por la fuerza de las armas gracias al asentamiento de nuevos pobladores, a quienes se les entregaban parcelas de pequeño tamaño (heredad) a cambio de la obligación de residir en ellas y pagar los correspondientes pechos. Como medida de atracción adicional, se concedían fueros a las diversas localidades.Por otro, el avance técnico que experimentaron las artes de la guerra puso en manos de los cristianos los medios adecuados para enfrentarse con las densas poblaciones andalusíes, protegidas por ciudades amuralladas que podían resistir largos asedios. Los ejércitos comenzaron a usar la caballería pesada en lugar de la ligera; se introdujeron los estribos, las espuelas y las herraduras; se modificó el sistema de tiro de los animales y se perfeccionaron las saetas, las ballestas y los castillos de madera para atacar las ciudades cercadas.El nacimiento de la ideología de la Reconquista jugó también un papel importante. La pugna con el Islam hizo surgir, primero desde más allá de los Pirineos (el concilio de Letrán de año 1215) y luego desde el interior la conciencia de que los monarcas cristianos de la Península Ibérica eran herederos de los visigodos y de que, como tales, tenían derecho a gobernar sobre el conjunto de las tierras de Hispania.

Aparte de estos factores sociales, militares e ideológicos, las conquistas del siglo XIII tuvieron otro móvil fundamental a escala económica. El cobro de las parias de los pequeños reinos musulmanes, que minaba cada vez más a los musulmanes, reforzaba la economía cristiana y constituía un elemento básico en la financiación y movilización de toda la maquinaria bélica que se puso a disposición de los monarcas cristianos para desarrollar las campañas de conquista. Hay que señalar, además, que el nacimiento de las órdenes militares en la segunda mitad del siglo XII favoreció la acción bélica, el mantenimiento del espíritu de cruzada y la posterior repoblación de las tierras andalusíes. En la zona castellano-leonesa destacaron las órdenes de Calatrava, Santiago y Alcántara y en la Corona de Aragón, las del Hospital, del Temple y del Santo Sepulcro.Una movilización casi generalizada en la Península Ibérica anunciaba, en el primer tercio del siglo XIII, el gran avance cristiano: Sancho II de Portugal había ocupado Elvas en 1226; Alfonso IX de León había conquistado Cáceres (1227) y Badajoz (1230) y las tropas de Pedro II de Aragón habían ocupado Ademuz y Castielfabib (al norte de la actual Valencia) en 1210 y Ubeda (1212) antes de su derrota y muerte en la batalla de Muret. Así que, con las zonas de influencia establecidas -Valencia y las islas Baleares por un lado y Andalucía Occidental y Murcia por otro- y un ambiente de entendimiento raramente conseguido antes, los reyes de las dos grandes potencias peninsulares, Fernando III de Castilla y León y Jaime I de Aragón se dispusieron a preparar las dos grandes oleadas conquistadoras cristianas, cada una con distintas motivaciones de arranque, y simultanearon sus acciones bélicas frente a un mismo enemigo. A finales del siglo XIII, sus empresas bélicas pondrán término a seis siglos de extensa presencia islámica en la Península Ibérica, reduciéndola al reino nazarí de Granada.

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