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El siglo XI fue, como señaló Ramón Menéndez Pidal, la centuria de las extremas crisis en el mundo musulmán y en el cristiano. En la primera mitad de este siglo, las crisis políticas afectan a los dos califatos: los abbasíes de Bagdad y los omeyas de Córdoba, las partes mediterráneas del mundo islámico (Dar al-Islam), desde Siria hasta al-Andalus, fueron territorios de disidencia y conflictos. En Oriente el decadente califato abbasí se encuentra bajo la tutela del poder político de los buhíes si'i, de origen persa, y desde 1055, de los selchuquíes turcos. Siria fue el territorio más débil del Imperio abbasí, donde se desarrollaron luchas continuas entre el potente califato fatimí de El Cairo y los señoríos locales y en particular los selchuquíes, que duró hasta la invasión de los Cruzados en 1097.En Occidente, y tras la muerte del dictador Almanzor (1002) y su hijo al-Muzaffar (1008), al-Andalus entra en una guerra civil (Fitna) que sumergió el país en una crisis política profunda, que condujo a resquebrajar lo que parecía sólido poder central y a acabar con la abolición del califato omeya en 1031, culminando en la aparición de los reinos de taifas. Lo mismo sucede en Sicilia, que tras una crisis política, llegó a la revolución de Palermo en 1019 y a la partición de la isla en señoríos el año 1036.El siglo XI nos presenta, pues, un nuevo aspecto político, tanto en la Península como en el sur de Italia, en Sicilia.

Es el retroceso territorial espectacular del islam europeo y el avance de la cristiandad en las tierras musulmanas sicilianas y andalusíes. Esta presión cristiana -como señaló Pierre Guichard- "se explica por el dinamismo de un Occidente en donde empiezan a revelarse los factores de toda naturaleza político-ideológicos, económico-sociales y militares que van a alcanzar hasta nuestros días, en un movimiento casi continuo de expansión a costa de los mundos exteriores".El despertar de la cristiandad occidental frente al estado de la fragmentación del islam europeo favorece una "agresión extranjera", y en particular la intervención del Papado de Roma, tanto en Sicilia como en la Península. El papa Alejandro II movilizó, bajo su égida, e hizo predicar en los dos países la Guerra Santa: la primera fue cuando los normandos empezaron su conquista de Sicilia, en 1061, bajo la bandera del Papa y su bula general para los combatientes; mientras que la segunda se realizó, en la Marca Superior, con la aparatosa cruzada franco-aragonesa de Barbastro ocurrida en 1064, que fue reconquistada por los andalusíes al año siguiente. Más tarde, la rendición de Toledo (mayo de 1085) al rey Alfonso VI de Castilla fue un duro golpe para al-Andalus, y también para el Magreb. Como consecuencia, los régulos de taifas se convencieron de que era necesario deponer sus rencillas y salvar al-Andalus, pidiendo auxilio al emir magrebí Yusuf ibn Tasufín. Con una clara visión de las circunstancias, el poeta Ibn al-Assal dirigía sus versos a sus compatriotas para darles cuenta de la amenaza de Castilla, mostrandó al-Andalus como una ropa que se deshilacha por el medio:"¡Oh gente de al-Andalusl, ¡Aguijad vuestras monturas! Porque el permanecer aquí es un error; La ropa se deshilacha primero por los bordes y veo que la ropa de la Peninsula se deshilacha por el centro".

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