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Datos principales


Rango

Primeras taifas

Desarrollo


El carácter urbano de la civilización arabo-islámica es esencial en el período que tratamos. La madina, ciudad, es el espacio urbano por excelencia y, según el modelo clásico islámico, está rodeada por una muralla, provista de arrabal, alcazaba, mezquita mayor, zocos, baños y alhóndigas, acumulando no sólo la mayor densidad demográfica, sino también la sede del poder político, el centro de la vida religioso-cultural y el foco de la actividad artesano-mercantil. Grandes ciudades se convierten ahora en capitales de pequeños sistemas estatales que asumen las funciones de la antigua capital del califato, emulándola; perciben impuestos de sus distritos, acuñan moneda y se constituyen en auténticas cortes literarias. Las más importantes, tanto por extensión como por hábitat, son -según Torres Balbás- Sevilla, Córdoba, Toledo, Almería, Granada, Zaragoza, Mallorca, Málaga y Valencia, cuyos recintos superan, en algunos casos con creces, las 40 hectáreas y los 15.000 habitantes. Ciudades de segundo orden pero con significación política fueron Murcia, Badajoz, Ronda, Silves, Tortosa y Denia, especialmente aquellas que fueron cabezas de taifas. Córdoba, a pesar de que empezaba a reponerse de los avatares sufridos, era una ciudad arruinada que había perdido su protagonismo en favor de Sevilla, el centro urbano más sobresaliente de este siglo.

Almería era un emporio mercantil gracias al intenso tráfico de su puerto, uno de los más activos del Mediterráneo. Toledo continuó manteniendo una primacía urbana como centro político e intelectual de la Marca Media hasta su pronta conquista. Zaragoza era la auténtica capital del norte, con una intensa vida cultural e industrial. Mallorca gozó de una gran actividad marítima, y Valencia y Denia, de una economía muy activa gracias a su riqueza agrícola. Granada y Málaga también conocieron una época de prosperidad aunque aún no les había llegado el momento de su verdadero protagonismo.Desde el punto de vista arquitectónico, el edificio más característico era el palacio, símbolo de legitimación del poder político de aquellos régulos. Pocos vestigios quedan de la arquitectura palaciega del siglo XI, puesto que hubo un cambio en las técnicas de construcción, sustituyéndose la piedra por el ladrillo y la argamasa de tierra caliza y el mármol por la madera, materiales más perecederos. Sin embargo, la literatura de la época deja constancia del esplendor y magnificencia de aquellas construcciones. Se conserva el palacio de La Aljafería de Zaragoza, obra del hudí al-Muqtadir; La Almudaina de Mallorca, debida a Mubassar; parte del Qasr al-Mubarak de los Abbadíes, en el actual Alcázar de Sevilla, y restos del palacio hammudí de la Alcazaba de Málaga, pero apenas queda nada de otros, como el de al-Sumadihiyya de Almería, ciudad a la que los eslavos Jayran y Zuhayr dotaron de excelentes edificios y obras civiles.Por motivos de seguridad se intensificaron, además, las construcciones de tipo defensivo y se reforzaron las ya existentes; prueba de ello son las alcazabas de Badajoz, Toledo, Málaga y Denia.

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