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Al-Andalus omeya

Desarrollo


Las revueltas no ponían en entredicho la islamización ni la arabización del país. En muchos casos, la violencia que se había desatado tuvo como resultado la reducción de elementos indígenas, por masacre o emigración. En otros lugares, los conflictos no impidieron en absoluto la prosecución de la estructuración de la sociedad según los esquemas arabo-islámicos. La revuelta de Ibn Hafsun tomó un rumbo diferente. No tenía carácter urbano, mientras que otros jefes muladíes establecían su poder sobre una o varias ciudades, a veces recientemente construidas como Badajoz. Era una revuelta que rompía con el Islam como religión, aunque Ibn Hafsun no pudo salir del marco político del mundo islámico. La iglesia rupestre conservada en Bobastro es una prueba clara de esta voluntad de ruptura. Los otros rebeldes muladíes valoraban a los poetas o secretarios árabes, lo que no era el caso de Ibn Hafsun sobre el que, sin embargo, hay más información. El propio Ibn Hafsun, la aristocracia de su movimiento -compañeros ligados a él por lazos de tipo feudal según Acién- y obispos -los campesinos mozárabes y muladíes que defendían sus husuns - evocan las realidades más próximas del mundo visigodo, y un movimiento reaccionario -en el mismo rumbo que el de los mártires de Córdoba- del cual no podemos excluir un cierto nacionalismo autóctono, pero espontáneo y de enfrentamiento a la evolución del país, sin programa discernible.

De ahí, probablemente, los límites del movimiento. Como observó Levi-Provençal, tras el cambio de siglo, debilitado Ibn Hafsun por su retorno al cristianismo, el emir Abd Allah pudo mantenerse en las posiciones que había ocupado. El final de su reinado estuvo marcado por un lento restablecimiento de la situación del poder cordobés que recuperó algo de terreno en al-Andalus. Podemos admitir que la duración de los disturbios que surgieron por todo el territorio, en particular entre las clases urbanas más sensibles al ideal de la unidad de la Umma difundido por la islamización, provocó un debilitamiento creciente de las poblaciones. Pero no podemos, me parece, descartar la idea de que, en los casos más conocidos, la estabilización se realizó a través de la eliminación o debilitamiento de elementos autóctonos, incluso de los eventualmente favorables al poder central como en el caso de Sevilla. El acceso del nieto y sucesor de Abd Allah en el año 912 creó una nueva situación, psicológicamente favorable, explotada con habilidad por un nuevo príncipe enérgico y dotado de una gran inteligencia política. Con método y determinación, enderezó la situación sometiendo uno tras otro a los jefes rebeldes y los castillos de las zonas disidentes, primero en la periferia de la región cordobesa y luego cada vez más lejos. También le fueron favorables los acontecimientos, como en Sevilla, donde las disensiones entre los herederos de Ibrahim b.

Hayyay le facilitaron la recuperación de la ciudad desde el año siguiente a su acceso al poder. La dificultad de someter la revuelta de las montañas andalusíes, incluso después de la muerte de Ibn Hafsun en el 917, se debió también a las propias características de la disidencia del jefe cristiano. Fueron necesarios diez años más para reducir completamente la revuelta, en el 928. El acontecimiento fue simbólicamente tan importante que el emir adoptó inmediatamente después los títulos de Emir de los creyentes y de califa en su protocolo y tomó como laqab o apodo honorífico el de al-Nasir li-Din Allah. Como ya dijimos, el mismo año se reanudó la acuñación de monedas en Córdoba y en particular en oro, cosa que nunca se había hecho antes durante el emirato. Paralelamente se ampliaron las zonas sometidas. En el 317/929, una lista de nombramientos de gobernadores muestra que toda la fachada mediterránea y la mayor parte de las regiones del centro y del oeste estaban de nuevo administradas directamente por Córdoba. Quedaban por someter Badajoz y Toledo, hecho que tuvo lugar a raíz de las campañas militares de 930 y 932. Ya se ha dicho que el régimen omeya se basaba en una especie de núcleo duro de familias aristocráticas vinculadas por lazos de clientela a una dinastía que tenía ella misma el aspecto de clan numeroso, comparable en parte a las dinastías reinantes actualmente en Arabia Saudí y en los Estados del Golfo. El debilitamiento del aparato administrativo y fiscal sobre el que se apoyaban los primeros emires no parece haber comprometido directamente la cohesión de este eje del poder que seguía disponible para la restauración de la autoridad del sultan que Abd al-Rahman III emprendió con ahínco y tenacidad.

Aparte de su propio linaje y estas grandes familias de clientes orientales (los Banu Abi Abda, los Banu Basil, los Banu Yahwar, los Banu Futays, etcétera) Abd al-Rahman III supo utilizar los servicios de familias beréberes que accedieron por primera vez a estos puestos de responsabilidad. Así, los Banu Wanus, los Banu Jarrubi, los Banu Ilyas y probablemente los Banu Ya'la, de los cuales salieron jefes de los ejércitos encargados de reducir poco a poco las disidencias en las diversas regiones. Los beréberes no sólo ocupaban puestos militares. Un poco más tarde, pertenecen a familias beréberes el gran cadí de Córdoba Mundhir b. Sald y el preceptor del príncipe heredero al-Hakam, Uthman al-Mushafi. Si recorremos las pocas listas anuales de nombramientos y destituciones de gobernadores de kuras que proporciona el Muqtabis para los años 915-942, encontraremos que los más numerosos son, en primer lugar, miembros de los linajes de origen oriental y luego beréberes. Es difícil encontrar muladíes, ya que al no llevar nisbas ni gentilicios conocidos, es complicado distinguirlos por el nombre. Sin embargo, se tiene la impresión de que durante los primeros decenios del reinado de Abd al-Rahman III y contrariamente a lo que se dice a veces, el armazón del régimen, tanto en lo que se refiere al gobierno central como a la administración de provincias, no dejaba a los elementos autóctonos más espacio que en el siglo IX. El Estado omeya seguía siendo, a mi parecer, un Estado tan árabe como antes en un país más fuertemente arabizado, lingüística e incluso étnicamente, que un siglo antes.

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