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Datos principales


Rango

Hispania Bajo Imperio

Desarrollo


El reparto del establecimiento de los pueblos bárbaros invasores se hizo mediante sorteo. Durante los primeros años, en el territorio ocupado por los bárbaros debieron producirse escenas de pánico y continuos saqueos. El relato de Hidacio, obispo de Aquae Flaviae (Chaves), nos informa principalmente sobre los horrores que la Gallaecia padeció tras la llegada de los suevos, considerándolos uno de los cuatro azotes -junto con el hambre, la peste y las bestias feroces- "que había anunciado el Señor por sus profetas". Tras el asentamiento de estos pueblos, "los hispanos de las ciudades y de los pueblos fortificados que habían sobrevivido a las atrocidades de los bárbaros, dueños de las provincias se resignaron a la servidumbre", añade Hidacio. Hoy día hay una tendencia a considerar el relato de Hidacio un tanto desmedido. Se señala que el número de suevos no debía sobrepasar los veinte o veinticinco mil, de los que menos de la mitad serían hombres en condiciones de luchar. No obstante, nosotros nos inclinamos a creer que Hidacio da voz al horror que los habitantes de las ciudades -en todo el Occidente- sentían ante los bárbaros. Ciertamente sus razzias no debieron ser continuamente destructivas, pero su establecimiento en estos primeros años no ofrece una impresión de permanencia (al contrario de lo que sucederá posteriormente con los visigodos), a quienes acompañó una voluntad de asimilación con los pueblos hispanos. En esta situación, no es extraño que estos pueblos procedentes de regiones subdesarrolladas septentrionales tuviesen una especie de fiebre del oro al entrar en contacto con civilizaciones más ricas y que su depredación acelerara la quiebra de la economía hispana.

Aliados coyunturales de estos pueblos fueron los bagaudas. Estos aparecen identificados en las fuentes a menudo bajo el nombre de ladrones, esclavos rebeldes, plebe indócil, etc. Este movimiento había ocasionado ya graves problemas en el siglo III y había sido reducido por Maximiano con cierta facilidad, pero en los comienzos del siglo V reaparece en las Galias y en Hispania. En Africa, este movimiento de desarraigados rebeldes -denominados circumcelliones- asume unas connotaciones religiosas particulares. La herejía donatista había adquirido una gran extensión en las provincias africanas y existía un abierto enfrentamiento entre la Iglesia católica y los donatistas. Los circumcelliones eran donatistas, sin poder precisar si fueron los donatistas los que decidieron atraerlos o ellos los que se acercaron a los enemigos de la Iglesia oficial. San Agustín calificaba a estos enemigos de dentro como ladrones y los consideraba peores que los bárbaros. En las Galias e Hispania, los bagaudas no tuvieron más connotaciones religiosas particulares. Si en Hispania asaltaron y mataron al obispo de Tarazona, en otras ocasiones contaron con obispos que no sólo les ofrecieron comprensión, sino que incluso se prestaron a interceder por ellos ante las autoridades romanas, como hizo el obispo de Auxerre, Germán. La hostilidad de los bagaudas hacia la Iglesia católica y el enfrentamiento con el alto clero obedecía más bien a la condición de grandes propietarios de muchos obispos y a su orientación política, que los identificaba con la política oficial del Imperio.

Algunos estudiosos, entre ellos A. Barbero y S. Mazzarino, han visto un sentimiento anticatólico de los bagaudas españoles que la predicación priscilianista habría alentado. No obstante, los datos al respecto no resultan muy evidentes, como veremos al tratar sobre el priscilianismo. Siendo sus principales enemigos el Estado romano y los grandes propietarios, los bagaudas esperaban encontrar una ayuda en las invasiones que, ciertamente, a veces obtuvieron. La alianza de estos sectores oprimidos y rebeldes con los bárbaros explica en algunos casos el éxito de las invasiones. Frente a las revueltas de los bagaudas y al peligro que suponía la colaboración entre los rebeldes y los bárbaros, las oligarquías del Imperio Romano Occidental eligieron el mal menor: se aliaron con la aristocracia de las tribus bárbaras y utilizaron las fuerzas militares de los bárbaros federados para reprimir las revueltas de estos humiliores. En muchos casos prefirieron dividir sus tierras con los bárbaros que arriesgarse a perderlas todas. En Hispania los bagaudas actuaban principalmente en la zona septentrional y sobre todo en la Tarraconense. Como antes dijimos, habían establecido una alianza con los suevos efectuando operaciones de rapiña conjuntamente. Hidacio nos informa de que en el año 441 tuvo que ser enviado a Hispania el magister militum utriusque militiae, que tenía el mando supremo de la caballería y la infantería, llamado Asturio, para hacer frente a una sublevación de bagaudas en la Tarraconense.

Sin embargo, el éxito de su campaña no parece haber sido el esperado -pese a que Hidacio le expresa su admiración por haber matado gran número de bagaudas- puesto que en el año 443 fue sustituido en su cargo militar por el poeta español Merobaudes. Sabemos que éste les infligió una seria derrota en Aracelli, lugar próximo a Pamplona, en el país de los vascones, cuyo topónimo se ha conservado en el nombre del río Araquil. Sin embargo no logró suprimirlos, pues en el año 449 aparecen de nuevo bajo el mando de un jefe, llamado Basilio, moviéndose en una área bastante extensa del valle del Ebro. Es entonces cuando atacan Tarazona dando muerte a unos federados y a León, obispo de la ciudad. A continuación, en compañía de Requiario, rey de los suevos, devastaron la ciudad de Zaragoza y juntos tomaron parte en el saqueo de Lérida. A través de Hidacio sabemos que, años después, también la región de Braga se vio agitada por movimientos bagáudicos. Su composición social, como hemos dicho, constaba de esclavos agrícolas y colonos (ignari agricolae, los llama Maximiano), así como de pequeños campesinos libres empobrecidos. En el Panegírico de Maximiano, al narrar la victoria del emperador sobre ellos, se dice que los labradores formaban la infantería y los pastores la caballería de aquel ejército devastador rústico que, dirigido entonces por Eliano y Amando, hizo frente al emperador Maximiano. Su principal refugio, tras sus razzias e incursiones devastadoras, era el país de los vascones.

En esta zona, prácticamente sin romanizar y cuyos individuos -según Paulino de Nola- se caracterizaban por su ferocidad (término contrapuesto a civilitas), los esclavos y colonos fugitivos encontraron fácilmente ayuda, ya que los vascones fueron también un elemento activo en esta práctica de hostigamiento a los grandes propietarios. Para ellos la romanización significaba el sometimiento a las mismas condiciones de esclavitud y colonato al ser incorporados al régimen de gran latifundio y, por tanto, sus intereses se identificaban socialmente con los de los bagaudas. A través de todos los datos expuestos se hace patente la progresiva crisis social que durante el siglo IV fue alcanzando a toda la diócesis y que, a comienzos del siglo V, llegó al enfrentamiento en el terreno político que supuso tanto una guerra entre unas y otras facciones romanas como la penetración y asentamiento de pueblos bárbaros en más de la mitad del territorio peninsular y, en el aspecto social, la existencia de bandas cuya situación de penuria y desesperanza los llevó a exteriorizar su protesta de una manera clara y violenta.

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