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Datos principales


Rango

Hispania Bajo Imperio

Desarrollo


Para el estudio del artesanado hispano de esta época debemos recurrir necesariamente a la arqueología. Como ya señalamos, se han encontrado en las villae gran cantidad de ánforas, cuencos, botijos, tinajas y muchos otros utensilios cerámicos pero, si bien gracias a los arqueólogos, sabemos mucho sobre las formas y características externas de estas cerámicas, no hay estudios rigurosos que aclaren la economía que late tras estos objetos. La cerámica característica de este período es la sigillata clara, casi siempre lisa o con decoración a ruedecilla. En Hispania hay restos de numerosos alfares y hornos tanto en la Meseta como en la costa de la Tarraconense. Uno de los mejor conservados, el de Olocau (Valencia), tiene una planta rectangular de 17 por 5,20 metros y está formado por dos cámaras abovedadas y paralelas sobre las que descansa el suelo de la cámara de cocción, comunicada con aquellas por medio de 14 hiladas de 10 tubos cada una que atraviesan las bóvedas. Esta cerámica no parece que se exportara fuera de la diócesis y su venta se realizaba en mercados callejeros. Justa y Rufina, las dos santas que fueron procesadas por destruir la estatua de una divinidad pagana, estaban vendiendo tiestos en la calle, según se relata en las Actas. Pero también hay cerámicas importadas tanto de Africa como de la zona de Narbona, llamada cerámica de Bordelais. Existieron también gran cantidad de hornos locales asentados en las grandes villae, en donde se producían las ánforas y demás recipientes necesarios para la conservación de los productos agrícolas.

La industria textil, que en otros tiempos había tenido un mayor desarrollo, aún se conserva durante el Bajo Imperio. Las famosas tintorerías de las Baleares aparecen mencionadas en la Noticia Dignitatum Occidentalis. A fines del siglo V se creó un procurator bafii insularum Balearum, una oficina estatal -puesto que pasaron a ser monopolio del Estado- dependiente del Comes Sacrarum Largitionum para la elaboración de la púrpura. La producción de estos vestidos purpúreos era un producto de lujo destinado a la aristocracia romana. La lana aparece mencionada en la Expositio totius mundi y algunas de estas prendas confeccionadas con lana hispana: mantos, capas, etc. le fueron regaladas a Jerónimo, como señala en su correspondencia. También el esparto, empleado para el equipamiento de los barcos, se elaboraba principalmente en Ampurias y Cartagena. La mayoría de las industrias textiles consistirían en pequeños talleres colectivos o familiares. En una inscripción de Sasamón (Burgos) fechada en el año 239 aparece un grupo compuesto por quince hombres y seis mujeres dedicados a la producción textil. Estos personajes son libertos y esclavos de la familia y ellas sus mujeres, lo que refrenda la idea de talleres de tipo familiar. También en muchas villae existían pequeños talleres textiles como lo demuestra el hallazgo de telares y otros utensilios relacionados con esta actividad. Otra de las producciones artesanas de gran extensión y variedad fueron los mosaicos.

Estos artesanos eran muy solicitados en el siglo IV, fundamentalmente por los dueños de las villas, ya que eran un ornamento indispensable en las mismas. Estos ofrecen además una gran variedad temática. Muchos de ellos se inspiran en la iconografía clásica: Ariadna (en Mérida), Dionisos (Valdearados), Aquiles (en el Museo de Jaén), etc. Otros tienen una clara influencia africana, como los de Dueñas y Pedrosa de la Vega e incluso gala. En ellos predominan las escenas de caza, las estaciones, aves y otros animales y también los dibujos geométricos. Pero no hay estudios sobre talleres regionales ni sobre la economía subyacente en esta actividad. La mayoría debían ser artesanos itinerantes que ofrecían a los grandes señores los cartones de que disponían para elegir el que el propietario considerase más idóneo. Durante el siglo IV continuaron haciéndose esculturas en Hispania, aunque en mucho menor número que en siglos anteriores. A través de algunas inscripciones sabemos que se hicieron estatuas a diversos emperadores. La mayoría de la producción escultórica conocida de esta época es de baja calidad artística y se desconoce el nombre de los artistas. Quizá las más logradas sean el retrato hallado en Morón, de época de Diocleciano, la cabeza femenina de Palencia, el Buen Pastor de la Casa de Pilatos (Sevilla) y otro Buen Pastor hallado en Gádor (Almería), de época constantiniana. En las villae aparecen frecuentemente fragmentos de esculturas que probablemente adornarían sus jardines y estancias.

La producción de sarcófagos recupera la tradición del relieve y del bajorrelieve. Los sarcófagos de La Bureba (Burgos), indican la existencia de un taller en la zona que trabajaba con piedra local y, si bien desde el punto de vista artístico no pueden competir con los de Roma o las Galias, tienen gran interés desde el punto de vista iconográfico. Otros talleres documentados de sarcófagos hubo en Tarragona y en la Betica. El taller de Tarragona parece el más importante. La influencia africana que señalan algunos estudiosos en la iconografía de estos sarcófagos ha llevado a suponer que trabajaban en el mismo algunos maestros africanos. Los sarcófagos nos indican en cualquier caso la amplia implantación del cristianismo en el siglo IV entre los sectores más elevados de la sociedad hispana, puesto que estos sarcófagos esculpidos eran exclusivamente utilizados por este sector social. La pintura ha dejado algunos testimonios en edificios de esta época, tales como el columbario de los Voconios, en Mérida. También en las iglesias debían pintarse episodios bíblicos, puesto que el dittochaeum de Prudencio es una serie de poemas que pretenden explicar las diferentes escenas pintadas en los muros de una iglesia desconocida. La industria del garum, de tanta tradición y que había sido una de las más importantes de Hispania en otras épocas, aún seguía existiendo. Las factorías estaban situadas en la zona mediterránea y el sur del Atlántico, así como en la Mauritania Tingitana.

Algunas de las más importantes fueron las de Villaricos, Jávea, Torremolinos, Baelo, Barbate, Sanlúcar de Barrameda y Cacessa, Torres de Ares y Boccadorio, estas últimas en Portugal; así como la de Lixus, en Mauritania, una de las más importantes junto con la de Baelo. Esta última constituye un conjunto arqueológico amplísimo. En él se pueden ver cuatro fábricas con varios estanques cada una, algunos de éstos comunicados con el mar, a modo de viveros para la conservación del pescado vivo. Entre las fábricas segunda y cuarta se encuentra una amplia villa con peristilo. Las cuatro fábricas forman un conjunto limitado por una columnata. Pero no era ésta la única fábrica de elaboración del garum en Baelo. Hay piscinas con una capacidad de 30 a 40 m3 que debían formar parte de otra factoría y, según los estudiosos, estas construcciones serían sólo una pequeña parte de las grandes instalaciones conserveras de Baelo. Aunque no se dispone de datos sobre la organización y estructura social de estas industrias, sí sabemos que estas grandes empresas requerían mucha mano de obra: pescadores, marineros, armadores, fabricantes de envases y un comercio de exportación con una red de transportistas e intermediarios. El salazón hispano seguía exportándose, como anteriormente vimos a través de las noticias de Libanios y de Ausonio. También Oribasio, médico del emperador Juliano, menciona el garum hispano como algo recomendable.

En conjunto, la economía de esta época es una economía cerrada. Apenas unas pocas industrias parecen organizadas con fines a la exportación. Hispania aparece principalmente como una zona de latifundios y explotaciones agrícolas en beneficio del Estado centralista que percibía sus impuestos. Se abastecía de la mayoría de los productos necesarios e importaba objetos suntuarios de Roma o de Oriente, pero éstos eran destinados a un pequeño círculo social. La falta de una industria fuerte, similar a la de otras provincias, se explica por su alejamiento del eje económico de la época, situado en las zonas más orientales y sustentado en los mercados bárbaros y de la corte y en el comercio militar. Si no había grandes y boyantes industrias, evidentemente, el comercio exterior tampoco era importante. En el Edictum de pretiis que Diocleciano promulgó en el año 301, hay pocas referencias a los productos hispanos. Expresamente sólo son mencionados el lardum o jamón y la lana astur sin elaborar, ninguno de los cuales era caro. La tarifa de precios que se adjunta suponía un coste poco elevado respecto a los de otros puntos del Imperio. En el Edictum se incluyen también las tarifas de transporte entre las diversas provincias, expresados en modios militares. De estas indicaciones se desprende que las tarifas de transporte de Hispania a otras provincias eran muy elevadas en relación con la que se cargaba al transporte de otras provincias. Otro documento sobre la actividad económica hispana es la Expositio Totius Mundi, escrita en el año 359 por un comerciante oriental.

Puesto que el autor no había visitado las provincias occidentales del Imperio, su valor no pasa de ser un testimonio poco revelador de la realidad. Así el capítulo en el que se refiere a Hispania dice: "Después de las Galias está Hispania, tierra extensa y rica, con hombres sabios y provistos de todos los bienes; importante por todos sus productos comerciales, de los que enumeramos algunos. Esta tierra exporta aceite, salsa de pescado, ropas diversas, carne de cerdo salada (lardum) y caballos y abastece de estos productos a todo el mundo..." Como comerciante y marino que es recuerda también la importancia del esparto hispano, indispensable para los aparejos de los barcos. El autor conoce los productos que tradicionalmente ha exportado Hispania pero, puesto que, en la época que escribe, Hispania no abastecía de estos productos a todo el mundo, no cabe menos que considerar que no conocía demasiado la realidad de la exportación hispana a mediados del siglo IV. No obstante él mismo, contradiciendo sus anteriores alabanzas, añade que "para muchos es un país pobre". La exportación de aceite había decaído casi por completo. Las ánforas en las que el aceite y el vino eran transportados llegan hasta el año 258 y ni en las costas hispánicas ni en Roma aparecen ánforas hispanas del siglo IV. Por otra parte, la propia Expositio señala en otro capítulo que era Africa la principal exportadora de aceite. Sobre la exportación de garum ya hemos hablado y comentado el mantenimiento de esta industria durante todo el siglo IV así como su comercialización no sólo a Occidente sino también a Oriente, donde el propio Símaco lo adquiría.

Sobre la exportación de vestidos sólo tenemos la referencia de la lana astur mencionada en el Edicto de Diocleciano y las prendas teñidas de púrpura de las Baleares que, como hemos dicho, era monopolio estatal. El lardum o jamón de los cerretanos, en los Pirineos, sin duda era exportado puesto que el Edicto lo menciona, lo que presupone la existencia de una industria chacinera importante. Por el contrario, el trigo ya no era exportado salvo ocasionalmente. De este modo sabemos que, a consecuencia de la revuelta de Gildón en Africa, que supuso el cierre de los puertos africanos para la exportación, Roma se quedó sin trigo y para solucionar esta carestía se decidió exportar trigo de Hispania, las Galias y Germania. El acontecimiento señala claramente que era Africa el principal exportador de trigo y, sólo eventualmente, Hispania. Sobre la exportación de caballos hay gran disparidad de criterios entre los historiadores. El episodio de Símaco, al que ahora nos referimos, ha sido valorado por unos como prueba de la excelencia de estos caballos y la importancia de su exportación, mientras para otros resulta una prueba casi de lo contrario. Cuando el senador Símaco inició los preparativos para celebrar la pretura de su hijo -un año antes de la misma- se vio en la necesidad de adquirir los caballos necesarios para los juegos que tal designación implicaba. La pretura era una dignitas que exigía grandes dispendios y, por consiguiente, una gran fortuna.

Parte esencial de esta celebración eran los juegos que la acompañaban. Estos debían ser memorables y, para ello, no debía escatimarse gasto alguno. La popularidad y la adhesión dependía en gran medida del éxito y la vistosidad de los mismos. Así, Símaco inicia una correspondencia con Eufrasio, Salustio y Baso, entre otros hispanos, a fin de procurarse los caballos necesarios. Al mismo tiempo, envía a familiares, criados y amigos para efectuar la compra. Se ve obligado a escribir a otros varios personajes que tienen alguna relación con Hispania a fin de conseguir los permisos, ayuda para el transporte, etc. Los caballos -se desconoce su número- finalmente fueron entregados al cabo del año. De este pasaje podemos deducir que los caballos hispanos eran buenos para las carreras; por su rapidez eran preferidos para el circo, dice Amiano Marcelino. No obstante, también parece claro que no era tarea fácil la adquisición de los mismos, lo que implicaría que en esta época no existían redes organizadas de exportación equina. Las solicitudes de Símaco se apoyan incluso en el favor personal. Así, por ejemplo, Eufrasio, uno de los personajes a los que se había dirigido Símaco, estaba en deuda con él ya que Eufrasio había intercedido anteriormente ante Símaco en favor de un tal Tuencio, senador e hispano, que se había empobrecido, a fin de que se le liberara de sus munera o impuestos obligatorios. Ciertamente, los caballos hispanos habían alcanzado gran estima en el mundo romano desde épocas remotas.

Compartían éstos fama con los caballos africanos, los de Tesalia y los de Capadocia, entre otros. El caballo, además, era un elemento presente e indispensable en la vida de entonces. Eran esenciales para el transporte público, para el ejército, para la caza, para las carreras y el circo y tenían además un carácter simbólico: el status de un individuo se medía en función del caballo o caballos que poseyera. Por esta razón las mejores cuadras pertenecían al emperador. La importancia de los mismos era tal que en el Codex Theodosianus hay leyes sobre la venta y donación de caballos. Si la exportación de caballos había descendido, no por ello había disminuido su fama. Numerosos pasajes de los autores antiguos nos demuestran que, durante esta época, seguían teniendo gran aceptación. Así el césar Juliano a fin de congraciarse con Constancio tras la proclamación del primero como Augusto por su ejército en Lutecia (París), había prometido enviarle caballos hispanos para que participasen en las carreras de Constantinopla. También Claudiano en sus poemas habla del caballo de Honorio -sin duda magnífico- que supone debe ser hispano, tesalio o capadocio. Más entendido en caballos debe ser Flavio Vegecio, que habla de los caballos asturcones diciendo que el paso portante de éstos es similar al de los caballos partos. Vegecio da preferencia a los caballos capadocios sobre los hispanos y añade que éstos, junto con los galos y los númidas, eran considerados de vida breve en comparación con los otros.

En conjunto la economía hispana durante el siglo IV ofrece una imagen general de declive. Las exportaciones son escasas y sólo beneficiosas para un grupo muy reducido de propietarios de caballos o fabricantes de garum. Definitivamente, Hispania aparece en el contexto general del Imperio como una diócesis remota y muy distante de los centros políticos y económicos de interés. En muchos de los pasajes literarios de esta época que tratan de Hispania se percibe más bien un recuerdo de sus pasadas grandezas que un conocimiento directo de la realidad actual en el siglo IV. Claudiano, por ejemplo, habla de la rica Hispania deslumbrado por el recuerdo del Tajo que arrastraba oro y cuya arena aurífera, si alguna vez existió, brillaba por su ausencia. Posteriormente parece deducir que todos los ríos hispanos eran auríferos en mayor o menor medida (lo cual es un disparate) y en medio de tanto oro también habla de las minas auríferas de Asturias, abandonadas hacía tiempo. El mismo valor -es decir, prácticamente nulo- tiene el Panegírico del emperador Teodosio, escrito por Drepanius Pacatus en el año 389. En él rememora las grandezas históricas de Hispania, alude de nuevo a la riqueza de las minas de oro de los astures, habla de ciudades egregias, de la prodigalidad y plenitud de sus campos y, otra vez, de la riqueza aurífera de sus ríos. Nada tienen de particular que, por ser Hispania la patria del emperador, alabe a su lugar de nacimiento situando a éste al nivel de los méritos del propio Teodosio al que alaba; pero si algún valor tienen estos testimonios para el historiador es que el recuerdo de la anterior prosperidad hispana era más conocido para ellos que la realidad de la Hispania bajoimperial.

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