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Datos principales


Rango

Hispania Bajo Imperio

Desarrollo


El estilo de vida de la aristocracia y grandes propietarios durante el siglo IV se reparte entre la vida urbana y sus períodos de estancia en los dominios próximos o lejanos. Durante el período que abarca el reinado de Valentiniano I hasta Teodosio I, hay un florecimiento de las ciudades tanto en el plano urbanístico y comercial como artístico e intelectual. Los grandes propietarios, clarissimi o curiales percibían las rentas e impuestos de sus campesinos que les permitían hacer frente a sus responsabilidades ciudadanas. Durante este período hay aún cierto equilibrio entre la ciudad y el campo, pero a comienzos del siglo V este equilibrio se rompe. Los grandes dominios se configuran cada vez más como entidades autónomas, sólo dependientes del Estado, pero provistos de su propia ley o status domanial, que determina los derechos y deberes de los arrendatarios, los poderes de los intendentes, los ingresos a pagar, etc. Estos dominios o fundi tienen sus propios talleres, sus bandas armadas, a veces incluso sus propias cárceles y, por supuesto, su propio jefe, encarnado en la persona del propietario que detenta su patrocinio y ejerce una jurisdicción extralegal. Estas tierras en las que los ricos pasan grandes temporadas entregados al ocio se denominan villae y la agrupación de varias villae constituye un fundus. Dentro de ellos está la villa donde viven los propietarios y las casas donde viven los colonos.

A veces estas casas están agrupadas y constituyen los vici (pequeñas aldeas). El dominio en su conjunto puede estar rodeado de muros. La mayoría de estos dominios están gobernados por un intendente del propietario, el cual es designado procurator, villicus, actor, etc. Además de ser el vicedominus de la propiedad a todos los efectos, tiene la capacidad de actuar contra todos los hombres del dominio si no cumplen sus obligaciones. La esclavitud no había desaparecido y en los grandes dominios había mayoritariamente esclavos. Los colonos eran granjeros libres: habían alquilado parcelas del dominio y las cultivaban mediante un alquiler bien en dinero, bien en una parte de la cosecha. Este arriendo inicialmente (hasta el siglo II) era limitado a un plazo que solía ser de cinco años, pero durante el Bajo Imperio eran cultivadores forzosamente perpetuos. A medida que la Iglesia penetró en los medios rurales se crearon basílicas en estos dominios. En Hispania se constata la existencia de estas basílicas o iglesias domaniales ya en el año 400. En el Concilio de Toledo (canon 1) se otorga una mayor autonomía litúrgica a los clérigos de estas iglesias. Por otra parte, en el mismo concilio (canon 5), al legislar sobre la obligación de que los clérigos asistieran todos los días a misa, se hace constar que tal obligación no afecta sólo a los clérigos de la ciudad, sino a los de las iglesias situadas en castella o vici (aldeas) o villae. En el Concilio de Lérida y en el de Braga II, se establecía que todo fundador (dominus) debía dotar a la iglesia construida en su dominio de forma que se cubriesen los gastos tanto del edificio como del clero a su servicio.

En el canon 6 se ataca a los señores que hacen negocio con las iglesias que construyen: se repartían a medias con el clero las ofrendas de los fieles. A fin de atajar estos abusos, se especifica que la administración de la dote y los bienes de estas iglesias correspondían al obispo. Pero a fin de escapar a este control administrativo del obispo, en el Concilio de Lérida (canon 3) se nos habla del subterfugio de que se valían algunos de estos fundadores: se hacía pasar a estas iglesias por monasterios, aunque en ellas no viviese comunidad religiosa alguna ni existiese una regla aprobada por el obispo, pues los monasterios tenían una mayor autonomía administrativa que las iglesias particulares. Para el estudio de los latifundios hispanos hay que recurrir a la toponimia y a la arqueología. Los topónimos derivan de los antropónimos, es decir, el nombre del propietario del fundus. El fundus Cornelianus, por ejemplo, pertenecía a un Cornelius. Los topónimos terminados en -an, -en, -ena, son tal vez los más frecuentes, pero hay multitud de variantes según las zonas. Por otra parte, la toponimia no es un argumento probatorio por sí misma. Puesto que los nombres latinos obviamente no desaparecieron tras la conquista visigoda, los fundos posteriores a esta época siguieron recibiendo nombres que dieron lugar a topónimos latinos, pero que corresponden a fundos posteriores a la época que nos ocupa. Por otra parte, un latifundio inscrito en el censo con un nombre determinado podía ser posteriormente comprado por otro personaje con distinto nombre, pero el nombre original del latifundio generalmente pervivía.

Algunos estudios rigurosos de toponimia han llevado a resultados que no son indicativos para el estudio de los fundi bajoimperiales en Hispania, por las razones antes expuestas. Así, en virtud de estos estudios, encontramos que en Asturias -de considerar que estos topónimos pudieran corresponder a la época romana- habría habido unas setenta o más villae, lo cual ciertamente no sucedió en esta época. La arqueología ha descubierto numerosas villae a lo largo de toda Hispania. No se trata de hacer aquí una enumeración detallada de todas ellas, pero sí señalaremos algunas de las mejor estudiadas. Así, por ejemplo, la villa de Dueñas (Palencia) consta de grandes baños bien conservados con sus partes correspondientes: proefurnium, caldarium, tepidarium, frígidarium y laconicum. Hay además un bello mosaico de época constantiniana con Océano y las Nereidas. En la misma provincia Carthaginensis, la villa de Los Quintanares (Soria) presenta varias dependencias de la villa del dominus y un patio rectangular pavimentado con mosaicos polícromos de decoración geométrica. Las basas y los capiteles de mármol, así como los restos que deberían recubrir las paredes de algunas habitaciones de mármol ponen de manifiesto la riqueza del propietario de la misma. La villa de Centcelles (Tarragona) es tal vez una de las más grandiosas por su arquitectura y sus mosaicos: de planta rectangular, con dos pisos y una gran cúpula, además de baños y una cripta funeraria.

Pero el número de villae próximos a Barcino y Tarraco es abundantísimo, así como en torno a Pompaelo (Pamplona). Las ruinas de La Cocosa (Badajoz) se extienden a lo largo de diez hectáreas y parte de la villa está aún por excavar. Esta constituía un enorme complejo arquitectónico: termas con dos hipocausta, patio porticado, varias dependencias, basílica, patios, bodegas, cuadras... La villa parece haber continuado su actividad agrícola hasta el siglo VII sin señales de que las invasiones la hubieran afectado. En la provincia Gallaecia, las villas más características son tal vez la de Santa Colomba de Somoza y la de Quintana del Marco (ambas en León). La primera tiene un peristilo central con galerías e impluvium, además de varias habitaciones y termas. La segunda tiene uno de los mosaicos de mayor calidad de la zona, con la representación mitológica de Hylas reducido por las Ninfas. Lo que predomina en todas ellas es la explotación agrícola, generalmente con una economía de autoabastecimiento, aunque en algún caso, como en la villa de Tossa de Mar (Gerona), se han encontrado grandes almacenes donde se elaboraba aceite de oliva, y piscinas donde se elaboraban salazones en cantidades considerables, lo que hace pensar en una economía de gran producción que incluiría la exportación de estos productos a Italia. En la mayoría de las villas los hallazgos que nos informan sobre el tipo de explotación son: molinos con agujero central para ser movidos a mano, aperos de labranza, lagares, pesas de telar -prueba de una industria textil-, fundiciones, depósitos de salazones, ánforas, etc. En varios de los mosaicos encontrados en estas Villas aparece el nombre del propietario adornando los mejores mosaicos de la casa: así, Dulcitius aparece cazando en un mosaico de su villa de Liédana (Navarra). Vitalis hizo inscribir en un mosaico de su villa de Tossa de Mar: Salvo Vitalis/felix Turissa. Por el mismo procedimiento sabemos que el dueño de la villa de Fraga (Lérida) se llamaba Fortunatus y que Cardilius, con su mujer Avita, eran dueños del fundo de Torres Novas.

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