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Datos principales


Rango

Hispania Bajo Imperio

Desarrollo


El punto de partida es el levantamiento, en el 407, de Constantino III, proclamado emperador por sus legiones en Britania. Este se hace en poco tiempo con el dominio sobre la Galia y a continuación intenta extender su control a Hispania. El hecho de que en Hispania hubiera numerosos familiares del emperador Honorio, hijo de Teodosio y por tanto de origen hispano, aconsejaron probablemente a Constantino III evitar todo riesgo de que la Galia sufriera un pinzamiento, entre los ejércitos imperiales de Honorio en Italia y los de Hispania. Así, envía allí a su hijo Constante -investido por él como César- y a Geroncio, avezado general. El conflicto que estalla a continuación no puede explicarse por el hecho de que la mayoría de hispanos adoptara la causa del emperador Honorio frente al usurpador. Ni siquiera la existencia de dos partidos enfrentados, si excluimos a los familiares de Honorio, que son los únicos que sabemos opusieron una férrea resistencia al ejército del usurpador. Estos parientes de Honorio defendían también sus propios intereses y la posición de poder que el parentesco con el Emperador les confería. Conocemos a cuatro de ellos: Lagodio, Teodosíolo, Dídimo y Veriniano, si bien sólo los dos últimos decidieron la solución militar, en tanto que los otros dos abandonaron el país. A través de las noticias de Zósimo y Sozomeno, principalmente, sabemos que Dídimo y Veriniano reclutaron un ejército en Lusitania, donde debían tener sus posesiones, integrado por sus propios siervos y esclavos.

Con él se dirigieron hacia los Pirineos a fin de impedir el paso al ejército invasor. La importancia de este ejército de campesinos -testimonio de la riqueza y extensión de sus propiedades- se demuestra por el hecho de que lograran causar tantas pérdidas al ejército de Constante que éste se vio obligado a solicitar refuerzos a su padre. Algo sorprendente por cuanto se enfrentaban un ejército improvisado, no profesional ni adiestrado en las artes de la guerra, y las tropas del ejército oficial del Imperio destacadas en Britania y las Galias. La derrota de Dídimo y Veriniano decidió la sumisión de Hispania a Constantino III, quien dejó a su general Geroncio como representante suyo en la diócesis. Este personaje se estableció en Caesaraugusta (Zaragoza) y llevó a cabo una serie de acciones que no hicieron sino precipitar los acontecimientos hacia una situación sin salida. Sabemos por Orosio (VII, 40, 9) que permitió a sus tropas saquear los campos palentinos, donde había ricas villae. Su depredación ha dejado huellas arqueológicas -como ha demostrado Palol- en Saldaña, Dueñas, Valdearados, etc. A continuación Geroncio se rebeló contra Constantino III, proclamó la independencia de la diócesis de Hispania y puso a su frente como Augusto a un tal Máximo, que debía pertenecer a la aristocracia local hispana. El relato de los acontecimientos es confuso, así como las razones de esta designación.

Tal vez el hecho de que el Augusto así designado fuera hispano le hacía suponer una mayor aceptación por parte de los hispanos. Pero hispano o no, el resultado sería el mismo: Constantino III no aceptó tal situación y en el 409 decidió acabar con ella. El césar Constante concluyó un acuerdo con los bárbaros acantonados en Aquitania a fin de obtener su ayuda contra Geroncio. En contrapartida prometió entregarles la parte occidental de la Península. Así es como los suevos, vándalos y alanos franquearon los Pirineos en otoño del 409 y sembraron la devastación y el horror, según los relatos de Hidacio. Poco después de la caída de Geroncio y Máximo, murió Constantino III y la Tarraconense quedó bajo el control del emperador Honorio, en 411. Mientras, en la parte occidental y en el Sur, los bárbaros se repartían por sorteo las zonas sobre las que establecerse: los alanos se asentaron en Lusitania y parte de la Cartaginense, los vándalos silingios en la Betica y la Gallaecia fue dividida en dos partes: el Oeste para los suevos y el resto de la provincia para los vándalos hasdingos. En el 416, los visigodos penetraron en Hispania y mediante una alianza, foedus, con Constancio, que les permitía instalarse en Aquitania, lograron liberar casi toda la Península, excepto Galicia, del control bárbaro. Los vándalos pasaron a Africa y los alanos fueron casi exterminados. Desde el 438 hasta el 456, los suevos decidieron la conquista sistemática de las regiones del sur y oeste de la Península. Las operaciones de conquista venían acompañadas de saqueos y pillajes en la Cartaginense y la Tarraconense, en connivencia con las bandas de bagaudas. En el 455 comienza de nuevo la ofensiva goda en Hispania. En el 469, Eurico, rey godo, decide separar la Península del desfallecido Imperio Romano y en el 472, la Tarraconense, que había sido el último vestigio imperial en Hispania, pasa al control del rey godo.

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