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Antes de la guerra, la administración de las colonias asiáticas era distinta según el país colonizador. Ni los Gobiernos conservadores ni los liberales británicos habían deseado controlarlas directamente. Veían mal el dirigismo de Estado, que requería mantener un gran ejército en primer plano de la actividad política y gastos cuantiosos. Los ingleses preferían el gobierno indirecto, ejercido a través de las autoridades autóctonas, que dejaba intactas las estructuras sociales y de dominio interior. En las colonias con gran población europea se había avanzado mucho hacia el autogobierno, establecido en Nueva Zelanda en 1854 y Australia en 1890. El Gobierno local, autónomo en las cuestiones de política interna y economía, configuraba una sociedad de gobierno blanco capaz de establecer sus propias leyes para controlar la inmigración. En 1901, la política de White Australia había establecido limitaciones a la entrada de personas de color, por temor a una afluencia masiva de inmigrantes chinos. Las prerrogativas en la política exterior eran, en cambio, escasas. Un gobernador, nombrado por el rey, defendía los intereses de la política imperial, de modo que durante la Primera Guerra Mundial, Australia movilizó 450.000 hombres; Nueva Zelanda, 200.000, y la India, 953.000, con unos 60.000, 17.000 y 60.000 muertos, respectivamente. Las colonias donde la población europea era escasa se gobernaban a través de las autoridades indígenas, controladas por un gobernador inglés, un consejo ejecutivo, los funcionarios y el Ejército.

La India era un caso aparte, con un ministro especial y un virrey. Abarcaba las provincias de la India británica y más de 500 principados bajo protectorado inglés. Los británicos consideraban que la evolución política de la India marchaba a la constitución de un dominio, por la adopción progresiva de instituciones políticas similares a las inglesas. Así, en 1939, la British India Act había establecido una constitución para todo el subcontinente, pero no llegó a aplicarse. La administración colonial francesa nada tenía que ver con la británica. El principio jacobino del centralismo a ultranza había sido exportado al imperio colonial sometido a un estricto control. Lejos de conceder autonomía, los franceses procuraron crear elites afrancesadas que colaborasen con la Administración. Cualquier sentimiento indigenista, cualquier cultura autóctona era despreciada ante la superioridad de la lengua y civilización francesas. Estas tendencias eran todavía más crudas en las colonias holandesas, donde los indígenas eran sometidos a una sistemática marginación cultural. Cualquier crónica publicada en un diario europeo de la época veía en Asia un mundo pintoresco y bullicioso, donde los blancos, o dioses blancos, residían en increíbles palacios, entre jardines exuberantes, con una legión de servidores vestidos de blanco. Nadie comentaba que la mayoría de aquellos dioses tenían una cultura escasa y una altura moral despreciable. Los grandes señores de Asia eran europeos mediocres disfrazados de señor, sobre la miseria de las masas asiáticas.

Aquellos funcionarios, grandes plantadores, comerciantes y militares coloniales no pensaban que su poder descansaba en los millones de desgraciados que les servían y agasajaban. Excepto en las colonias blancas como Australia y Nueva Zelanda, los europeos eran pocos. En todas las posesiones asiáticas francesas apenas había 300.000. La guerra de 1914-18 había rearmado moralmente a los partidarios de una economía imperial y saneado sus negocios. Dada la problemática creciente del Viejo Mundo, desde los años veinte se hizo un esfuerzo por racionalizar y sanear la explotación colonial, con formas más flexibles de dominación. En 1930, la conferencia imperial diferenció los asuntos de interés general y los privativos de cada territorio y la British Commonwealth of Nations se redefinió como una asociación libre alrededor de la Corona. La crisis económica de 1929 obligó a una organización imperial más estricta, y los acuerdos de Ottawa de 1932 acabaron con el librecambio e impusieron un mercado colonial preferencial. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra vivía sobre todo de los intercambios coloniales, que representaban la mitad de sus ventas. La prosperidad creada por la Primera Guerra Mundial duró hasta los años 1926-27. La crisis de 1929 repercutió dramáticamente en países como la India, poco preparados y con una industrialización incipiente, o como Indochina, donde la baja del precio del arroz arruinó a los campesinos. La usura y la mala administración hicieron recaer la miseria sobre los proletarios y cultivadores directos.

En la Conchinchina de 1932 se prestaba dinero al 36 por 100, y en Annam, las masas hambrientas se volvieron contra los mandarines. Cualquier movimiento interior era reprimido por el omnipotente Ejército; las fuerzas de choque eran indígenas, con oficiales blancos. De 1818 a 1941, el mundo colonial se transformaba bajo las plantas insensibles de los blancos, ocupados en su bienestar. Nuevas tendencias morales y políticas aparecían a medida que evolucionaban las poblaciones. Los capitales locales tenían poca importancia y la mayor parte de la inversión era metropolitana, administrada por los blancos. En 1934, las inversiones gubernamentales británicas representaban 50.823 millones de libras, frente a la inversión total de 127.884; las francesas, 34.783, frente a 103.682, y las holandesas, 188.368, frente a 293.096. Pero había surgido una burguesía indígena que desempeñaba cargos, poseía tierras y controlaba muchos resortes locales del poder. En las grandes ciudades del sudeste asiático vivía una población heterogénea: compuesta por indígenas de las diversas regiones, europeos, chinos, indios. Cada grupo con su modo de vida separado, sus antagonismos externos y su cohesión defensiva respecto a los demás. La colonización hizo posible el asentamiento de colonias chinas en el sudeste asiático, que controlaban gran parte del comercio. En la India surgió una burguesía capitalista en rápida expansión. Junto a los altos funcionarios de origen europeo, se creó una burocracia subalterna, cada vez más importante en número.

En la Indochina de 1914 había 12.200 funcionarios indígenas; en 1930 habían pasado a 23.600. La mayor parte habían sido formados en escuelas coloniales. En China, la burguesía de negocios se instalaba sobre todo en Shanghai, Cantón, Wu-han y Tiensin. Los tratados desiguales la ponían en inferioridad de condiciones respecto a los grandes bancos europeos que controlaban la mayoría de los asuntos, de modo que los sentimientos nacionalistas estaban exacerbados. Las necesidades de tropa habían creado otro grupo social nuevo. Los suboficiales indígenas, excombatientes y soldados licenciados percibían pensiones y sueldos superiores a la mayor parte de la población, estaban muy vinculados al poder colonial, miraban con superioridad a sus paisanos y, a menudo, no respetaban la autoridad de los jefes locales. También había aparecido el proletariado. Primero con la creación de los caminos, los puertos y las líneas férreas; luego en las primeras industrias alimentarias, textiles, las plantaciones y las minas; después, en una industria que era esencialmente de artículos de consumo. La instrucción recibida era muy desigual. Los ingleses, en 1857, a raíz de la sublevación de los cipayos, comprendieron la necesidad de formar una clase alta moderna, capaz de colaborar con la Administración colonial, y fundaron universidades en Madrás, Bombay y Calcuta. Desde 1835, la lengua y cultura inglesa fueron base exclusiva de la enseñanza media y superior que servían para obtener puestos en la Administración.

En las colonias franceses, la política educativa se basó en la creencia de la superioridad de la lengua y civilización francesa, que debían ser asimiladas en su totalidad. Holanda sólo admitió a los aristócratas indígenas en sus escuelas normales o como alumnos de las universidades metropolitanas. El conjunto educativo local estuvo representado por tres tipos de escuela: una con enseñanza de holandés, otra en lengua local (javanés, malayo, etcétera), con el holandés como segunda lengua, y las escuelas populares, en lengua local, donde apenas se impartía otra cosa que conocimientos muy elementales. En 1939, sólo unos 150 indonesios de familias aristocráticas tenían diplomas de la enseñanza superior holandesa. Para la Administración se eludió emplear el holandés, en la creencia de que su ignorancia favorecería la sumisión de los indígenas. La lengua administrativa fue el malayo, que se hablaba en los bazares y todas las clases comerciales eran capaces de comprender. En Indochina se dio un fenómeno más original. Los misioneros del siglo XVII habían inventado el quoc nou, una escritura simplificada para eliminar la influencia cultural china. Progresivamente, los movimientos nacionalistas lo utilizaron y extendieron como instrumento propio.

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