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Rango

XX9

Desarrollo


En Dada nos encontramos con algo diferente de lo que hemos visto hasta ahora. No se trata de un movimiento más de vanguardia, se trata de todo lo contrario; de lo contrario a todo: a la vanguardia y al mismo arte, a las actitudes burguesas respecto al arte, pero también respecto a la vida. Los dadaístas no propugnan un nuevo tipo de arte, simplemente quieren acabar con él, destruirlo; no hacer arte, ni nuevo ni viejo, ni bueno ni malo -los desprecian por igual -, quieren acabar con la noción de arte. Los dadaístas son absolutamente radicales y atípicos. Su postura, radicalmente original, también se aparta de todo lo que se había hecho o pensado hasta entonces.Dada es la negación, la oposición, el nihilismo. "Dada no significa nada", escribió Tzara, y Breton lo explicó con clanridad, cuando frente al cubismo como escuela de pintura y el futurismo como movimiento político, definió Dada como "un estado de ánimo".Las razones para llegar a tal estado de ánimo, a un punto de no retorno como éste, parecen dobles: la situación excéntrica del artista dentro de la sociedad en el mundo contemporáneo y el desengaño y el malestar profundo producido por la guerra como máximo logro del progreso de la civilización occidental, regida por la lógica."Para comprender cómo nació Dada -decía Tzara en 1950 a la radio francesa- es necesario imaginarse, por una parte, el estado de ánimo de un grupo de jóvenes en aquella especie de prisión que era Suiza en tiempos de la Primera Guerra Mundial, y, por otra, el nivel intelectual del arte de la literatura de aquella época.

(...) De ahí el disgusto y la rebelión. (..) el disgusto se hacía extensivo a todas las formas de civilización llamada moderna, a sus mismas bases, a su lógica y a su lenguaje, y la rebelión asumía modos en los que lo grotesco y lo absurdo superaban ampliamente a los valores estéticos".Desde la Revolución francesa y la entronización de la burguesía en el poder, el artista había ido experimentando, y padeciendo, la inutilidad de su misión, la inutilidad social de su arte, la ausencia de un lugar propio dentro de la estructura social para sus producciones y para él mismo. Este divorcio entre el arte y la sociedad se vio aún más claro cuando, a principios de siglo, las vanguardias rompieron la forma de representación tradicional, la perspectiva renacentista, impidiendo que el público -esa misma burguesía que compraba sus obras y les daba de comer- comprendiera el arte y de paso escandalizándole, cosa que no habían conseguido en el siglo XIX ni con su vida marginal y bohemia, de parias, ni adhiriéndose a grupos políticos revolucionarios.Con la Gran Guerra esta conciencia de inutilidad del arte y los artistas se agudiza dolorosamente y un grupo de gentes, huidas del conflicto y establecidas en Zurich, decide obrar en consecuencia con lo que venía sucediendo: si el arte es inútil y no hay lugar para él, vamos a destruirlo; vamos a destruir la concepción tradicional de la práctica artística. Los dadaístas asumen plenamente su propio papel histórico: el arte no es nada; si no hay sitio para el arte y para el artista, éste deja de tener sentido, renuncia a hacer obras de arte; lo único que hará será denunciar, con un nihilismo lleno de rigor ético. Ya no se automarginan al modo romántico, entran en batalla y su guerra es contra todo y contra todos. La suya es una rebelión de los jóvenes contra "la historia, la lógica, la moral común, el honor, la patria, la familia, el arte, la religión, la libertad, la fraternidad..., de las cuales no quedaban más que esqueléticos convencionalismos, porque se habían vaciado de su contenido inicial", como escribió Tzara. Su postura es radicalmente opuesta al optimismo que guía a los pintores y arquitectos agrupados en torno a De Stijl, un grupo fundado en 1917 en otro país neutral, Holanda, y convencido de que el arte es "el instrumento del progreso universal".

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