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XX4

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Ilustrísimos señores y señoras! Es éste un año de muertos. Casi a diario los periódicos derraman sus lágrimas por alguien que ha alcanzado prematuramente un mundo mejor que el nuestro. Cada día, el cuerpo seis (de los tipógrafos en los periódicos) rompe en sollozos por culpa de tantos nombres segados por la espada de Marte. Jamás tuvieron los periódicos un aire tan noble y tan monásticamente austero como hoy. Se revisten con el luto de las esquelas; tienen los ojos llenos de lágrimas necrológicas. Por eso, ha sido particularmente desagradable ver cómo esta prensa ennoblecida por el dolor se dejaba llevar de una indecorosa algazara con ocasión de una muerte que me toca muy de cerca.Cuando los críticos uncidos al coche fúnebre comenzaron a llevar el ataúd del futurismo por el largo camino suicida de la palabra impresa, los periódicos se desternillaron de risa durante semanas enteras: ¡Ja, ja, ja! ¡Les está bien! ¡Lleváoslo, lleváoslo! ¡Ya era hora! (Profunda emoción entre el público: "Pero, ¿realmente ha muerto? ¿Ha muerto el futurismo? ¿Va en serio?".) Sí, ha muerto".Esas líneas fueron escritas en 1915 por el poeta Vladimir Maiakovski. En esa "Cota de alquitrán" se transcribe con garra un estadio crítico del posicionamiento vanguardista del futurismo ruso, que, entregado a la aventura de la renovación en medio de la guerra, admite un certificado de defunción sobre su propio concepto, se desposee de él a la vez que se burla de sus críticos, precisamente para impulsar la regeneración, desquitarse de aporías muertas, y vitalizar, en definitiva, una propuesta artística sin nostalgias.

Desestimaba, sobre todo, los ideales promovidos por el futurismo italiano.El término futurismo había sido acuñado en 1909 por otro poeta que, sin embargo, no guarda gran afinidad con Maiakovski. Era Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), sin duda el primer gestor panfletario de la vanguardia. La actividad de Marinetti para la promoción y propagación de los conceptos y las obras del futurismo fue ingente. No menos de 40 manifiestos básicos firmados por él o por sus acólitos entre 1909 y 1918, y otros tantos hasta 1938, un sinfín de viajes, conferencias, actos, lecturas e intervenciones públicas en teatros y cafés que solían acabar en pelea, y el afán de promover exposiciones de cuadros de los nuevos artistas italianos, lo convierten en el prototipo del propagandista del arte, del moderno belicoso que acabaría por integrarse en las filas del fascismo.Carlo Carrá (1881-1943), uno de los primeros pintores futuristas, lo retrató en 1910 con los rasgos del genio demoníaco, del propagandista subversivo, pesadilla de sus contemporáneos, como el célebre y terrorífico íncubo de H. Füssli. Era el maestro de ceremonias de un rito intimidador.Fue en el año 1912 cuando se dio a conocer el futurismo de golpe en toda Europa. A los manifiestos y actividades anteriores a esta fecha se añadió una frenética actividad pública internacional, auspiciada por Marinetti. Así, se organizó una gran Exposición futurista, inaugurada en la Galería Bernheim Jeune de París, y que se presentaría, a veces reducida o transformada, sucesivamente en Londres, Berlín, Bruselas, La Haya, Amsterdam, Viena, Hamburgo, Munich, Budapest, Zurich y otras ciudades.

La presentación en las ciudades artísticamente más activas, como París o Berlín, iba acompañada de una gran actividad de promoción. Se repartían miles de invitaciones, se colocaban con letras luminosas los nombres de los artistas, se circulaba por las avenidas con altavoces gritando: "¡Viva el futurismo!". Se trataba, qué duda cabe, de la versión primigenia del marketing del arte de nuestro siglo, hoy en día mucho más sofisticado.Así, en 1912 escribía Marinetti desde Londres mientras se celebraba allí la exposición futurista: "¡En Londres crece el éxito de manera casi fantástica! ¡Más de 350 críticos han aparecido en un mes y cuatro días y la galería no quería descolgar los cuadros a causa de la gran avalancha de público dispuesto a pagar! ¡Las ventas superan ya los 11.000 francos!". En la correspondencia de Marinetti encontramos tantas referencias al dinero, que nos parece leer fragmentos de las novelas de Balzac.

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