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Batalla por Berlín

Desarrollo


A primeros de abril, cuando los angloamericanos avanzaban arrolladoramente hacia el Elba, y cuando era esperado el mazazo soviético en el Oder, el ministro de propaganda del Reich recordaba la historia de Federico II de Prusia, por quien Hitler sentía gran admiración hasta el punto de tener su retrato único cuadro que colgaba en su reducido despacho del búnker. Durante la guerra de los siete años, tras una serie ininterrumpida de derrotas y pérdidas territoriales, con las tropas rusas cerca de su capital y sin hallar salida alguna, Federico II de Prusia había pensado suicidarse. La situación cambió repentinamente con la muerte de la zarina Isabel. Los ejércitos rusos paralizaron su campaña y semanas más tarde, Pedro III, sobrino y sucesor de la zarina, firmó la paz con Prusia. Cuando los dirigentes nazis esperaban un milagro semejante, ocurrió la muerte de Franklin D. Roosevelt, presidente de los EE.UU. El óbito sucedió en la tarde del 12 de abril; la noticia llegó a Berlín en la mañana del 13. Goebbels saltó de alegría en su despacho del Ministerio de Propaganda, pidió champán y telefoneó al búnker de Hitler, sacándole de la cama: "¡Le felicito, mi Führer! Roosevelt ha muerto. Está escrito en las estrellas que la segunda mitad de abril marcará para nosotros el giro decisivo. Hoy es viernes y 13 de abril. Es el día que han tomado un nuevo giro las cosas".

Pero las noticias siguieron siendo catastróficas. Ese día los norteamericanos penetraban en Nuremberg, la ciudad de los grandes fastos nazis, convertida en un montón de escombros. También en esa fecha las tropas soviéticas lograban la conquista de Viena... Hitler, sin embargo, había recuperado el resuello y dictó una proclama a sus soldados del Este, decía entre otras cosas: "¡Berlín sigue siendo alemán!" La proclama concluía: "Ahora que el destino ha borrado de la faz de la tierra al mayor criminal de guerra de todos los tiempos, (4) ha llegado el momento en que el signo de la guerra cambiará". Su fe en la ruptura de los aliados era tan firme como certera -no tardaría mucho en demostrarse-, pero para que se produjera era preciso conseguir tiempo. Ese tiempo debería ganarse frenando a los soviéticos y, también, a los aliados. De esa forma podría negociar en plan de casi igualdad, sobre todo si disponía de amplios territorios en el extranjero... Por eso Hitler se negaba a retirarse de territorios tales como Curlandia, Hungría, Checoslovaquia, Noruega, Italia, etc. Por eso y porque para prolongar la resistencia alemana, para ganar ese tiempo, precisaba las materias primas de tales territorios: carbón, acero, petróleo, mineral de hierro, etc. Quienes como Speer, Guderian o Göring se mostraban partidarios de volcar todo su poder en el Este y frenar a los soviéticos, tenían menos fe en una rápida ruptura entre los aliados y, sobre todo, deseaban ahorrar los tremendos sufrimientos que se abatirían sobre la población civil alemana si se prolongaba mucho la guerra y si, además, se permitía que las tropas soviéticas penetraran dentro de Alemania. Pero tales sufrimientos le importaban poco a Hitler.

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