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Berlín

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El 23 de marzo transcurría tranquilo. La incipiente primavera se dejaba sentir ya. El aire era cálido y los días se habían alargado sensiblemente. Sin embargo, en la orilla este del Rhin, junto a la frontera holandesa, no se apreciaba el buen tiempo, pues desde el amanecer hasta el anochecer los ingleses producían nubes de humo para impedir a los alemanes la observación de sus preparativos militares. Los paracaidistas del 1er Ejército, a las órdenes del general Schlemm, estaban muy orgullosos de ser las mejores fuerzas combatientes del frente occidental, quizás incluso las más capacitadas de todo el ejército alemán. Por eso, aunque a regañadientes, tomaron sus palas y azadones y se pusieron a fortificarse a toda prisa al este del Rhin, trataron de construir una sólida línea defensiva. Si peleando eran los mejores, también lo serían parapetándose. El mismo mariscal Kesselring, que inspeccionó sus posiciones en los últimos días, había manifestado su satisfacción por los trabajos del general Blaskowitz, general jefe del grupo de Ejércitos H, que defendían el Norte de Alemania, desde Düsseldorf hasta el mar del Norte. Sin embargo, las nubes de humo tendidas por el XXI Ejército británico, mandado por Montgomery, desde hacía varios días eran sumamente intranquilizadoras. Los Ejércitos anglo-canadienses, reforzados por el 9.° Ejército USA, se disponían a entrar en acción y acumulaban ingentes medios de combate.

Y no sólo eso, sino que trataban de pulverizar de antemano la posible resistencia, enviando ininterrumpidas formaciones aéreas que durante los días 20-21 y 22 de marzo lanzaron 50.000 toneladas de bombas en 16.000 vuelos. Por eso, la calma de aquel día, con aquel río cubierto de humo, no era muy tranquilizadora... Y la tempestad llegó al caer la tarde justo a las 17 horas. 1.900 cañones abrieron fuego contra las posiciones alemanas. Los lanzadores de humos cesaron en su acción, pero la lluvia de metralla sobré la orilla este del Rhin era tan densa que apenas si se tenía una visión superior a los 500 o 600 metros, esto es, poco más que la anchura del río en esa zona. Los cañones aliados dispararon sin descanso hasta las 9,45 horas del día siguiente, haciendo pausas o alargando el tiro en las zonas en las que se produjeron los primeros ataques nocturnos de sus divisiones de choque. La respuesta alemana apenas si existió. Con escasa artillería y, sobre todo, poca munición, los alemanes se reservaban para el momento definitivo. Ese llegó a las 9,45 de la mañana del 24 de marzo. El teatral Montgomery suspendió el fuego de sus cañones y lanzó sus botes al río. Una avalancha de millares de hombres, cruzando por varias direcciones, mientras centenares de grupos de pontoneros comenzaban a tender sus puentes. En la luminosa mañana el cruce del Rhin era como una magnífica puesta en escena de Hollywood... Eisenhower, jefe supremo de las fuerzas aliadas, contemplaba su despliegue desde un campanario.

Churchill, invitado al espectáculo, lo presenció con la ayuda de prismáticos desde el techo de un blindado. Poco después un tremendo rugido hizo templar el aire. Cerca de cinco mil aviones entraron en escena. Tres mil aparatos de caza atacaron con sus cañones y ametralladoras las defensas antiaéreas. Tras ellos, 1.326 planeadores tomaron tierra en las proximidades de Wessel y 1.572 aviones de transporte lanzaron al aire docenas de miles de paracaídas. Así tomaron tierra dos divisiones de paracaidistas, una británica y otra americana, en una operación que se ensayaba allí por vez primera. Las tropas aerotransportadas llegaban una vez comenzada la acción, atacando por la espalda al enemigo entretenido en la defensa de su frente... Su intervención fue definitiva. En aquella zona las defensas alemanas se vinieron abajo. Los antiaéreos de Blaskowitz causaron numerosas bajas a los aliados, pero cuando éstos llegaron al suelo neutralizaron rápidamente la artillería enemiga y obligaron a los alemanes a rendirse. No fue así, sin embargo, en otros lugares. Blaskowitz, ante la avalancha que se le venía encima, metió en el combate a sus unidades acorazadas y se produjeron choques muy sangrientos. El general británico Horrocks, que mandaba el 30 cuerpo de Ejército británico, escribía: "Los informes nos habían indicado que los alemanes se rendían en gran número a los ingleses y a los americanos que combatían en nuestro flanco, pero en nuestro sector no se manifestaba ningún signo de hundimiento.

En efecto la 51.? Div. Highland informaba que el enemigo se batía con una dureza no superada con posterioridad a Normandía. Ello subraya la moral de esas tropas blindadas y de paracaidistas alemanes que, en medio del caos, de la desorganización y de la desilusión, no dejaron de resistir obstinadamente". Pero poco podían hacer. Sobre aquel frente de unos 70 kilómetros los alemanes alineaban 7 divisiones muy mermadas, con unos 60.000 hombres como máximo. Sus medios artilleros y blindados eran escasos, lo mismo que sus municiones, No disponían de fuerza aérea. Enfrente, Montgomery lanzó contra ellos cerca de 400.000 soldados, con el apoyo de dos mil cañones y una permanente protección aérea. Por otro lado, las reservas alemanas consistían en 3 divisiones más; mientras, Montgomery, tenía 600.000 hombres en la orilla izquierda del Rhin, esperando el ensanchamiento de la bolsa, que en ese primer día tenía 40 km. de base y hasta 12 de profundidad.

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