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España

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Esa reivindicación que llevaría a cabo Haes en el paisaje, así como su voluntad manifiesta de pintar del natural y su empeño en observar y reproducir fielmente la realidad de las cosas, situó a sus numerosos discípulos en un punto de partida muy próximo al impresionismo. Fue Aureliano Beruete (1845-1912), uno de esos discípulos, el que intentaría ese acercamiento a la modernidad, si bien con ciertas reservas. Natural de Madrid, alternó sus estudios universitarios de Derecho con la práctica de la pintura, primero con Carlos Múgica y luego, ya de forma definitiva, con Carlos Haes. Viajero infatigable, Beruete profundizó en el conocimiento de los museos y maestros europeos, en general, y de Velázquez, en particular, sobre quien llegó a escribir un libro ciertamente magistral. En Francia fue discípulo de Martín Rico y compañero de Fortuny, con quien, al igual que con Sorolla, le unía una gran amistad. Desde 1876, muy influido por Haes, sólo concebía trabajar en medio de la naturaleza. Viajó por ello al norte de la Península Ibérica y a Mallorca. Sus temas favoritos, y que repetiría insistentemente hasta el final de sus días, fueron, sin embargo, los paisajes castellanos, sobre todo de Madrid y sus alrededores. Es el caso de la sierra de Guadarrama, entorno al que se sentía vinculado por su pertenencia a la Sociedad para los Estudios del Guadarrama, una institución auspiciada por Giner de los Ríos, dirigida a proporcionar una nueva orientación a la formación de la juventud española.

Beruete visitó de nuevo Francia y otros países europeos, especialmente a raíz de conocer la Escuela de Barbizon y a los impresionistas. Siempre fiel a la luz velazqueña, a la naturaleza y a la realidad circundante, supo captar los recursos técnicos del impresionismo, aunque, merced a su habilidad, no se sometió sistemáticamente a sus métodos. Una sinceridad y una pureza que se vieron reforzadas por una holgada situación económica que no le obligó a producir para vender. Para completar el panorama artístico español de fin del siglo XIX resulta obligada la referencia a Joaquín Sorolla (1863-1923), amigo íntimo de Beruete, quien, contemporáneo y conocedor del impresionismo, interpretaría la vibración de la luz de un modo valiente y vigoroso, sin someterse a fórmulas ni procedimientos preestablecidos, creando algo nuevo e inconfundible: el luminismo. Después de sus éxitos tempranos como pintor realista, encontró en los temas marineros -barcas, velas y el mar- un pretexto para captar el sol cegador del ambiente mediterráneo y para apropiarse de la luz en todo su esplendor. Su obra, con el paso de los años, se tornó cada vez más vigorosa y atrevida. La etapa de Jávea (Alicante), donde juega con el agua en los cuerpos desnudos de los niños; sus abundantísimos paisajes de Toledo, La Granja, Sevilla y Granada; su consagración como retratista de la alta sociedad madrileña en 1910, y su proyección internacional en París, Londres, Nueva York, Chicago y San Luis, confirmaron una carrera fecunda y llena de reconocimientos. Su extraordinaria producción, estimada en más de 2.000 cuadros y más de 4.000 dibujos, quedó rubricada por esa monumental obra que fue la decoración de la Hispanic Society of America en Nueva York, cuyo encargo monopolizó los últimos años de su vida. Un crítico francés fue quien mejor definió su estilo: "Jamás un pincel ha contenido tanto sol. Esto no es impresionismo, es impresionante".

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