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Quedaba el saliente de Falaise. Para reducirla, se emprendió una audaz operación, concebida por el canadiense Simonds, el día 6. Los canadienses de Crerar y los británicos, desde Caen, cerraron una tenaza sobre Falaise. Aunque la tenaza no fue completa, 100.000 alemanes quedaron cercados, más de 50.000 cayeron prisioneros y tuvieron más de 10.000 muertos. Los canadienses de Simonds, cuya actuación fue muy destacada, entraron en Falaise el 16 de agosto. Los alemanes quedaron sin las fuerzas necesarias para impedir que los Aliados pudiesen llegar a París. Alemania había perdido la iniciativa, carecía de reservas, el mando no era unánime y el atentado contra Hitler (20 de julio de 1944) había aumentado la confusión, el oportunismo y el silencio de los militares, y la histeria bélica de Hitler, que no sólo había purgado, -lo que era de esperar- a los oficiales implicados en la intentona, sino que parecía haber pedido lo que le quedaba la flexibilidad y sensatez. La política de la resistencia a ultranza -en realidad anterior al atentado- había demostrado ser insensata, al impedir los oportunos repliegues a posiciones mejores. Las divisiones acorazadas alemanas seguían siendo aceptables, pero eran empleadas sin flexibilidad, de mala manera; la infantería era cada vez menos abundante y de calidad inferior. El empleo de tropas y carros se veía dificultado por la centralización de las órdenes en Hitler. Eisenhower dirá: ".

..encontramos a nuestros oponentes inferiores en lo físico y lo moral, a los que habíamos combatido en África del Norte". Y Leclerc escribía a De Gaulle: "He tenido la impresión de revivir la situación de 1940, pero a la inversa: desorden total en las filas enemigas, sorpresa completa de sus columnas (tras la derrota alemana de Falaise)". Después de Falaise los Aliados, mucho más seguros de sí mismos, pudieron reorganizarse fácilmente, dividiéndose en cuatro ejércitos: dos estadounidenses, que incluía a uno francés, uno británico, que incluía a unidades polacas, y uno canadiense. El 1 de agosto, en efecto, había desembarcado en Francia la II División Blindada de Leclerc, que se había integrado en el Ejército de Bradley, y que había participado en algunas acciones en los días previos a la llegada a París, pero considerada con condescendencia por británicos y americanos. Por expreso deseo de Roosevelt, los franceses no habían estado presentes en el desembarco -sólo 2.000 o menos habían tomado parte en él-, y a De Gaulle se le había prohibido tocar Francia hasta ocho días después del Día-D; todo ello no había hecho sino irritar a De Gaulle y ahondar las diferencias entre él y los demás aliados. De ahora en adelante, sin embargo, las tropas francesas participarán en la campaña de Francia en igualdad de condiciones. Las unidades polacas -infantería, paracaidistas- habían participado en la batalla de Falaise, y a partir de ahora contribuirán el avance en Francia y Holanda (15).

Tras Falaise, los anglo-canadienses avanzaron paralelamente a la costa, en dirección al Sena, ocupando Lisieux. Pero entre el 16 y el 18 de agosto los Aliados se detuvieron, por escasez de suministros y porque no se habían percatado de que los alemanes estaban en realidad a punto de desmoronarse. Tras reanudarse el avance, los norteamericanos llegaron al Sena el 19, en Mantes-Gassicourt, y el 20 a Fontainebleau, mientras los británicos y canadienses se dirigían hacia Rouen y El Havre; los primeros ocuparán Evreux. Ahora el peso del avance en Francia recaía en los estadounidenses, cuyas fuerzas eran las más poderosas y numerosas. A partir del 20 todas las fuerzas aliadas marchaban directamente hacia el Sena y París quedaba ya a un tiro de piedra de sus vanguardias. Desde el desembarco del 6 de junio los partisanos franceses, agrupados básicamente en las FFI (Fuerzas Francesas del Interior), habían colaborado con los Aliados, a quienes habían servido como guías, espías, saboteadores, y a veces como guerrilleros, gracias a su organización y a su conocimiento del territorio, actuando en general con eficacia. Pero los aliados anglosajones, sobre todo sus militares profesionales, pero también, luego sus historiadores, siempre consideraron irrelevantes a las fuerzas partisanas -y no sólo en Francia-, y apenas las mencionan en sus escritos, y no comprenden que hacen otro tipo de guerra, pero que también hacen la guerra. Además, norteamericanos y británicos siempre sospecharon de los partisanos, a quienes en el fondo temían como ejército popular y revolucionario e incontrolable, y porque sabían que las izquierdas tenían gran influencia en ellos, y que los izquierdistas eran los más numerosos en sus filas.

Los franceses, en cambio, darán su justo ( y a veces exagerado) valor a los partisanos, en quienes depositan, en parte, el honor perdido por el ejército regular en 1940. Sólo más adelante, y quizá con la boca pequeña, Eisenhower reconocerá que las FFI habían contribuido eficazmente, a su nivel, al avance aliado. Y los alemanes aclararon que las FFI y los maquis les causaban pérdidas notables. Con todo, los Aliados habrían preferido que la Resistencia francesa no actuase después del Día-D, y sobre todo que no hiciese nada en París, que Eisenhower, Patton, Bradley y el general francés Koenig no querían ocupar, sino rodear; sólo la insistencia perentoria de De Gaulle les hizo cambiar los planes. La Resistencia había organizado el levantamiento de París ante el avance aliado, ya desde el 10 de agosto. Este estalla el 19, dirigido por las FFI, apoyado por la mayoría de los parisinos, patrocinado por De Gaulle y por los comunistas. Inmediatamente se iniciaron una serie de combates en París, tras los cuales se propuso una tregua para negociar la salida de los alemanes, pero Hitler se negó a ella y la lucha continuó, mientras que las fuerzas de Leclerc, enviadas por De Gaulle, se acercaban a la ciudad, en la que entraron el 24, aclamadas delirantemente por la población. El 25 llegaban también los estadounidenses, mientras el ejército de Patton se movía hacia el Marne.

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